sábado, 21 de enero de 2012

El secreto de miss Laura - capítulo 1


Una maestra muy famosa



Miss Laura tenía la voz más bonita entre todas las profesoras de la escuela primaria “mañanas felices”. Su voz era más bonita que las de las cantantes de Tv, y más bonita que el “cuic cuic” de las aves que se paseaban todas las mañanas por el colegio. Sus niños, todos, toditos la saludaban ni bien cruzaba con pasos suaves la puerta del salón.

Todos paraban la bulla y saltaban a sus asientos.

“Plom Plom”, sonaban las carpetas

-Buenos días, mis niños -decía miss Laura-. Hoy nos divertiremos más que ayer.

Mariana, la más pequeñita de la clase se le pegaba a miss Laura como un chicle. Le tomaba el mandil y le enseñaba su dibujo a crayola como si se tratara de una obra de arte de un gran pintor.

Y miss Laura tenía siempre las palabras exactas para arrancarle una risita a Mariana, haciendo que sus dibujitos de Mamá y Papá y ella siempre más alta que los dos, se vieran muy lindos, más lindos que el del día anterior y mucho más buenos que el que había dibujado hacía una semana. 




-¡Vaya Marianita! –la felicitaba miss Laura-. Muy bonito tu dibujo. Lo estás haciendo muy bien. Solo que todavía no has crecido tanto como Papá y Mamá. Si fueras así de grandota, ese vestidito blanco que llevas puesto y que tanto te gusta, ya no te quedaría. Y peor, tendrías que dejar tu bicicleta por una muy grande, enorme. Es mejor que te dibujes más chiquita.

-¡Sí, miss Laura! Mejor es que me dibuje más pequeñita que mis papás –la miraba Mariana como si se hubiera librado de un gran peso. Se tomaba el vestido blanco que tanto adoraba y lo llenaba de besitos.

“¡Muack, Muack!”, lo besaba.

En seguida miss Laura caminaba de puntitas hasta el pizarrón. Tomaba el plumón azul y escribía con letras muy grandes:

"DERECHOS DE LOS NIÑOS".

Y luego decía a todos sus pequeños:

-Esta clase será muy divertida, porque les interesará a ustedes. El título les parecerá un poco extraño, pero es algo que no se pueden perder de saber. Los derechos de los niños son cosas que todos ustedes deben tener para que vivan mejor, son todo lo que ustedes necesitan.

Una niña de dos colas levantó la mano muy alto y dijo:

-Yo necesito un lápiz nuevo, porque el que tengo se me acaba de romper. ¿Los lápices nuevos también son derechos de los niños, señorita?

-Bueno, Jazmíncita –le respondió miss Laura a aquella niña que se llamaba Jazmín-. Los derechos no son cosas que se puedan ver y tocar, como los lápices, las tortas o los juguetes. Te lo explico mejor. ¿Recuerdas que en la clase de ayer hablamos de lo que debemos hacer para que nuestros padres se sientan más contentos con nosotros?

-Sí, miss Laura, sí me acuerdo –respondió Jazmín-. Pero eran cosas que nosotros teníamos que cumplir, como obedecerles en todo, decirles la verdad, contarles todo lo que sentimos y cosas como esas. Pero eso los ponía contentos a ellos más que a nosotros, señorita.

Miss Laura se quitó los anteojos que llevaba y le dijo a la pecosa Jazmín:

-Bueno, los derechos de los niños sirven para hacer más contentos a los niños. Todos los que no somos niños tenemos que respetarlos y hacer que siempre los tengan. Por ejemplo, tú me dijiste que necesitabas un lápiz nuevo. El lápiz nuevo no es un derecho de los niños, pero sí es un derecho de los niños que tus papás, profesores y hasta los que gobiernan los países hagan que no te falte nada a la hora que tengas que aprender tus lecciones.

Un niño que se llamaba Mateo, bostezó muy fuerte, mientras miss Laura hablaba de los derechos de los niños. Llevaba el pelo todo alborotado y sucio y las uñas tan largas como las garras de un gato. Miraba a un lado y a otro como esperando que acabara de una vez la clase. Mientras tanto se divertía haciendo aviones de papel de sus cuadernos y lanzándoselos a sus compañeros.

Al fin, miss Laura, lo vio y le hizo una pregunta al maleducado Mateo.

-¿Y tú Mateo? ¿Conoces los derechos de los niños?

-¡No, mis Laura! –contestó Mateo mirándola fijamente-. Los derechos de los niños a mí me parecen una cosa muy aburrida, solo sirven para aburrir a la gente. Solo los niños tontos creen en los derechos, profesora.

-¿Por qué dices eso Mateo? –le preguntó miss Laura-. Gracias a los derechos de los niños tú estás aquí en la escuela y puedes aprender todos los días las lecciones.

-¡Por eso mismo, señorita! –contestó Mateo-. Venir a la escuela y aprender lecciones es aburrido, lo más aburrido del mundo. Los adultos lo saben y por eso ellos no van a las escuelas. Lo más bonito del colegio es cuando suena la campana de la hora de salida y uno sale de aquí.

-¡Castíguelo, miss Laura! –dijo una niña que se sentaba adelante y que se llamaba Jahaira-, Siempre anda repitiendo esas cosas. También dice que el colegio es tonto porque a los niños no nos pagan dinero por escuchar clases y que los adultos sí ganan mucha plata trabajando en la calle. ¡Castíguelo, miss Laura! ¡Mándelo derechito al rincón!

-¡No Jahaira; no haré eso! –le respondió miss Laura poniéndose de nuevo los anteojos-. Primero que todo, yo soy quien decide si castigar o no a mis alumnos, y segundo, yo no acostumbro hacer ese tipo de castigos. Su compañerito Mateo simplemente está equivocado, eso es todo; pero por eso no lo voy a castigar.

-¡No estoy equivocado, miss Laura! –dijo Mateo sacudiendo la cabeza-.Yo nunca me equivoco. Lo que pasa es que yo pienso como adulto y no como un niñito. Para mí la escuela es aburrida. Usted lo sabe, miss Laura, pero quiere hacernos creer que venir al colegio es algo bonito.

-¡Miss Laura, castigue a Mateo que está muy malcriado! –dijo otra vez Jahaira-. ¡Ahora sí que se pasó de la raya!

-¡Que lo castiguen a Mateo! –repitieron otros niños. Mateo no tenía ni un solo amigo en la escuela. Con todos se llevaba muy mal, sobre todo con Jahaira.

La bulla de todos los niños invadió el salón de clases. Miss Laura se llevó el dedo índice a los labios para silenciar a sus pequeños.

-¡Silencio niños! –dijo miss Laura en voz alta-. No voy a castigar a su compañero Mateo por eso. Él solo está confundido, y eso no se resuelve con castigos.

La buena maestra caminó por todas las carpetas, hasta que llegó a la de Mateo. Miró al niño con un poco de tristeza y le tomó la cabeza. Mateo enmudeció y se puso tan pálido como un plátano.

-¡Mateo, conversaremos cuando termine la clase! –dijo la maestra-. ¡Tenemos mucho por hablar!

Luego, miss Laura se volvió al pizarrón, tomó una regla de madera que tenía en su pupitre y dos plumones.

-Niños. ¿Recuerdan que la otra vez hablamos de los números? –dijo ella, mirándolos a todos y esperando sus respuestas.

Levantó la mano un niño de tamaño mediano que se llamaba Paolo. Siempre que hablaban de números Paolo levantaba la mano. Hablaba muy despacio y le sudaban las manos cuando lo hacía. Pero a la hora de conversar y enterarse de lo que pasaba en el aula Paolo era muy despierto.

-Yo me acuerdo de la clase –dijo Paolo-. Usted habló de los números pares y de los impares. Los pares se pueden partir por la mitad, pero los impares no.

-¡Algo así, Paolito! –respondió miss Laura-, pero no es que no se pudieran partir en mitades, sino que no se podían partir en mitades enteras.

-¡Cómo es eso! –preguntó Paolo, tartamudeando y muy avergonzado por haberse equivocado.

-¡Pero qué niño tan burro,… ja, ja, ja! –carcajeó Mateo-. Se sienta en la primera fila y nada aprende. Es burro, además de tartamudo. ¿Por qué no castiga a ese niño burro, miss Laura?

-¡Silencio Mateo! –lo reprendió miss Laura, bastante enojada-. ¡En la escuela estamos para aprender! Paolo es un niño muy listo, porque opina incluso sin importarle si se equivoca en clase. Si los alumnos se equivocan en el colegio estamos los profesores para corregirlos, y así aprenden.

-¡A mí nadie me corregirá porque nunca me equivoco! –insistió Mateo.

-¡Eso lo veremos, Mateo! – le dijo miss Laura mirándolo a los ojos severamente-. Ya conversaremos; ahora, te pido que no interrumpas la clase.

La cara de Mateo cambió al ver enojada a miss Laura. Ya no se reía de oreja a oreja como antes, sino se tomaba el cabello y luego mordía su lápiz de madera. No volvió a interrumpir la clase. Miss Laura se dio cuenta del nerviosismo de Mateo, y volvió a referirse a la clase.

-Les decía, niños, que los números impares no pueden dividirse en mitades exactas. El 1, el 3, el 5 y otros más son impares, y no tienen mitades exactas. Se los voy a demostrar.

Miss Laura tomó cuatro plumones y se los enseñó a sus niños.

-Aquí tengo cuatro, quito la mitad de ellos y ahora me quedan dos. Le quito la mitad y luego me queda un plumón. Ya no puedo dividir este plumón a menos que lo rompa en dos pedazos.

-Miss Laura –dijo Jazmín-. Mi mamá hace tortas de chocolate y sea la cantidad que fuere, las parte en pedacitos iguales. ¿Cómo hace?

-Es lo que explicaba hace un rato, Jazmín. Un plumón, una silla o un cuaderno podríamos dividirlos, pero tendríamos que romperlos. Eso es lo que tu mami hace con las tortas. Mañana aprenderemos cómo ocurre eso.

-A mí me gustaría aprenderlo, comiendo las tortas de mi mamá y no con los números, miss Laura.

-Muy buena idea, Jazmín –se entusiasmó miss Laura, tanto que brillaron sus grandes ojos pardos-. ¡Mañana tempranito, pasaré por la pastelería de tu mami y le compraré una torta! ¡Estoy segura de que con ella aprenderán mucho más de fracciones que explicándoselo en la pizarra!

-¿Fracciones? ¿Qué es eso? –preguntó Paolo.

-¡Mañana lo sabrás, Paolo! No te preocupes –dijo miss Laura.

En ese momento sonó el timbre de la hora de salida. Los niños de otros salones gritaban de alegría porque volverían a sus casas, pero los alumnos de miss Laura siempre le rogaban que se quedara unos minutos más. Todos aprovechaban para conversar con ella de cosas distintas a los temas de clase, sobre todo Mariana. Hasta que uno a uno llegaban los padres a recoger a los niños. A Mateo nadie iba a recogerlo. Normalmente se iba ni bien sonaba la campana de salida, pero los viernes jugaba fulbito con otros niños más grandes que llegaban mucho más tarde a sus casas.

Ese día era viernes, y un niño de cuarto grado llamado Armando llamó por la ventana a Mateo.

-¡Oye, sal rápido! –le avisó Armando-; en la canchita te están esperando. Hoy tú tapas. Yo te presto las zapatillas.

Mateo cogió su maletín y fue hasta la puerta, pero miss Laura lo detuvo:

-¡Mateo, tenemos que hablar! –le dijo ella, y él comenzó a temblar como si fuera a recibir un fuerte castigo por eso.

-¡Hey Mateo! –le avisó el niño por la ventana-. Estamos en la cancha. Aunque parece que no podrás jugar, porque tu profesora te castigará y pegará. ¡Eres un caso perdido! Adiós Mateo. Espero que no te duelan tanto los golpes.

Mateo tenía mucho miedo, pero él nunca lloraba. Podían pegarle con un palo y no derramaba una sola lágrima. Cuando miss Laura lo llamó, se llevó las manos a los bolsillos y miró el suelo del aula.

-¡Mateo! –habló miss Laura-. ¿Qué te pasa, Mateíto? Te dije que conversaríamos. Nadie te va a castigar. Solo quiero conocerte mejor. A mí me gusta conocer a mis alumnos y a ti te conozco poco. Eso es todo.

-¿Para qué quiere conocerme, profesora? –contestó Mateo-. No tengo nada que contar, solo que me aburre el colegio y me aburren los niños que andan detrás de los profesores para que les pongan buenas notas.

-¡Yo no pongo mejores notas a quienes son más atentos conmigo, Mateo! Lo que pasa es que nos conocemos tan poco que piensas por mí y por todos tus compañeros. ¿Te cuento una cosa? Cuando era niña, yo era como tú. Me molestaban muchas cosas y no tenía muchos amigos en clases. Hasta que me di cuenta de que la escuela es como estar con una segunda familia.

-¡Entonces usted no era de niña como yo, miss Laura! ¡Yo no quiero tener ninguna familia! –dijo Mateo apretando los labios y esquivando la mirada de miss Laura.

-¿Por qué dices eso, Mateo? ¿Acaso no te gusta que te mimen Papá y Mamá? ¡Cuéntame lo que te pasa, hijito! ¿Cómo son tus papás?

-¡No me diga hijito, profesora Laura! – dijo Mateo y se le enrojecieron los ojos de un momento a otro-. ¡Usted no es mi madre para que me diga así! Nunca va a entender lo que me pasa, miss Laura,… ¡nunca!

La cara de Mateo estaba toda llena de lágrimas. Miss Laura lo quiso abrazar, pero Mateo se escapó de sus brazos y del salón de clases. Corrió con todas sus fuerzas hasta la puerta de salida del colegio. Ya no tenía ganas de jugar en la canchita con los niños grandes. Se fue derecho a su casa.

5 comentarios:

  1. cuantos niños hay como mateo...
    muy pocos profesores son como miss laura...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

      Eliminar
    2. Así es, René. Existen muchos niños que por ausencia paterna pierden el interés por cosas como la escuela. Miss Laura está decidida a averiguar el porqué de la apatía y el mal comportamiento de Mateo en los siguientes capítulos.

      saludos y gracias por tu comentario.

      Eliminar
  2. Me gustaría comprar el secreto de miss laura, pero cuando busco sale que es Joan Barret, y no se si es el mismo u otro o de quien es, le agradecería que respondiera esa duda

    ResponderEliminar