martes, 21 de junio de 2011

ALBERT EINSTEIN (BIOGRAFÍA NOVELADA)






CUADERNO DE NOTAS DE ALBERT EINSTEIN

Múnich, lunes 12 de noviembre de 1888.
Hoy comienzo mi diario. Bueno no es exactamente un diario, porque  no todos los días ocurren cosas dignas de registrarse en un papel. No puedo figurarme anotando cada cosa  que pase a mi alrededor en todos los instantes de mi vida: las discusiones de mis padres, las ocurrencias de mi tío Jakob, las noticias que leí hoy en los diarios, el color de vestido que usó hoy mi madre, lo que dijo cada niño en la escuela… ¡Es imposible!,  además, anotando esta serie interminable de frivolidades , quitaría espacio para escribir lo realmente importante, que a decir verdad no ocurre todos los días de nuestra vida, sino de vez en cuando. Por eso, en este cuaderno anotaré sólo algunos eventos o pasajes de mi vida que llamen mi atención por su originalidad.


Ayer por ejemplo, en la mesa, el tío Jakob, con la vanidad que lo caracteriza, decía que era posible utilizar la velocidad de la luz para transmitir mensajes a un a un aparato eléctrico. A mí me sonó a disparate, pero él hizo una pequeña apuesta con mi padre quien pensaba como yo, es decir que esta era una fanfarronería más del tío Jakob. Pero hoy por la mañana  supimos que el dichoso aparato existía: El tío Jakob nos esperaba de pie y con una sonrisa pícara que nos hacía pesar nuestra ignorancia como 100 kilos de plomo. Había puesto sobre la mesa la evidencia de su triunfo: era un extraño artefacto en forma de una caja achatada con grandes botones y una antena monstruosamente grande, a su costado había una revista científica en la que constaba todo lo que mi tío había afirmado tan afanosamente la noche anterior. Mi padre tuvo que sacar de sus bolsillos ciento cincuenta marcos. De pronto del aparato se oyó un sonido: era la voz de un locutor  que transmitía una noticia local nada menos que desde Núremberg, a casi 200 kilómetros, incluso para no dejar dudas de que la transmisión era en el mismo momento en que la oíamos, el locutor nos daba la hora exacta. Sin duda que las ondas que llevaban la voz desde la cabina del locutor hasta el  aparato del tío Jakob iban a la velocidad de la luz, o por lo menos a una velocidad muy grande; de lo contrario, tendríamos que esperar un cuarto de hora o más hasta que pusiéramos oír la noticia, y para tal caso, preferiríamos comprar un diario en vez de oír una noticia atrasada.
Mi padre dice que desde que nos trasladamos a Múnich los negocios van mejor. “Múnich está cerca de todo, hijo”, me dice. Lo que es cierto es que Múnich es como el corazón  de  Alemania. Todos los inventos del mundo llegan aquí si es que no ocurre que son hechos en esta ciudad. Y como toda mi familia se dedica al comercio de artefactos mecánicos y eléctricos esto es poco menos que una bendición.


El tío Jakob y mi padre están felices aquí, han vendido más de treinta bicicletas de pedal y veinte lámparas eléctricas  en sólo tres semanas. Hasta yo me encuentro más cómodo en este lugar, aunque como en Ulm (la ciudad en la que nací) la escuela sigue siendo mi ‘gran problema’.


 Múnich, sábado14 de marzo de 1989


Hoy es mi cumpleaños. Por lo menos lo será hasta que el reloj marque la medianoche. Hace diez años, cuenta mi madre apasionadamente, vi la luz en la pequeña ciudad de Ulm, a orillas del río Danubio. Mis recuerdos de esa ciudad van todos a su enorme iglesia que termina en una elevada punta que pareciera que hace cosquillas al cielo. Mi curiosidad infantil me hacía a veces entrar en ella a pesar de mi origen judío. Algunas personas dentro de la iglesia tomaban mi ingreso a la iglesia como una gracia infantil, otras afirmaban que un atrevimiento dirigido por los Einstein, una familia cuyo origen judío era conocido en toda la ciudad. Recuerdo otras cosas de Ulm pero no vale la pena anotarlas aquí.


Mi   padre acaba de regalarme una brújula, aquel instrumento que siempre había visto en las vitrinas de las tiendas y que me había fascinado, ahora por fin lo tenía en mis manos. Este objeto tiene una particularidad que me desconcierta: Es como si dentro de la brújula existiera un gran imán para que  la aguja (también imantada) siempre se desviara al punto que indicaba el Norte. Pero no, tal imán no existía, según indicaciones de mi padre y mi tío Jakob. Entonces ¿Qué es lo que provocaba que la aguja se orientara siempre en la misma dirección, aislada en su armazón, sin que nada estuviese en contacto con ella?


Múnich, miércoles 17 de septiembre de 1890.


Hoy desempolvé mi cuaderno de anotaciones importantes (eso suena mejor que llamarlo ‘diario’). La frase de hoy es “Detesto a las personas autoritarias, tanto en la política nacional como en un salón de clases”: basta que alguien exponga un punto de vista diferente en lo que se dice en un aula, para que ciertos  ‘maestros sabelotodo’ crean que discrepar con la clase sea igual a contradecirlo o burlarse de él. ¿No sería al revés? Cuando uno discute más sobre un punto es cuando más atento está a la clase y quien lo hace al menos tiene el beneficio de que se respondan a sus preguntas ‘extravagantes’. Esto me pasó hoy día y fue más o menos así:


Hoy, en la clase de Ciencias Naturales el profesor tocó el tema de la velocidad. La discusión comenzó así:

-Alumno Einstein –dijo el profesor Eckendorf, ¿a qué velocidad usted pensaría que se mueve si estuviera en una bicicleta que se mueve a 3 kilómetros por hora, en un barco  que de mueve a 60 km por hora?


-Bueno, yo creo que la respuesta está en la pregunta, profesor. Me movería a 3 km por hora. Así de simple –le contesté yo.

-¡Es posible que no sepa usted que se suman las velocidades! ¡Súmelas y dan 63 Km por hora!

-Bueno, profesor. Al ser el barco tan grande es seguro que no me interese su velocidad, sino sólo la que lleva la bicicleta. Por eso le digo que pensaría que me muevo a 3 Km por hora.

-¡Pero el barco no está inmóvil, alumno Einstein! ¡Tenga usted más sentido común!

-Entonces, profesor, cuando uno mide la velocidad un tren que va del Oeste al Este también se tendría que sumar la velocidad con que gira la Tierra en el mismo sentido, pues los trenes no están en el aire, sino en la Tierra.

-¡Usted es un jovencito  bastante insolente! ¿Por qué no se remite a la pregunta que le hago?

-Lo estoy haciendo, profesor… -dije yo.

Horas después  fui llamado por el Director, quien me dijo que había sido suspendido de la escuela por una semana, por un acto de rebeldía ante el profesor Eckendorf, teniendo como testigos a todos mis compañeros de clase. El profesor había adjuntado una nota: “Su sola presencia mina el respeto que me debe la clase”. Mi madre movió la cabeza como alguien que dice “Este niño será el Hazmerreír de la familia”, pero obtuve la inquebrantable aprobación de mi tío Jakob, con una frase que no olvidaré jamás y que por eso la escribo “Este  niño no se cansará de decir necedades hasta que lo tomen por sabio”. Lo que más me molesta de mi escuela es que es todo se hace básicamente por medio del temor, la violencia y la autoridad artificial de los maestros.


Mi padre hoy ha hablado hasta el cansancio del emperador Bismark, el canciller alemán. Dice que su permanencia sería peligrosa para los judíos, aunque en la práctica no lo éramos, porque no llevábamos el culto judío. Sólo los primos de mi madre visitaban la sinagoga. “De todos modos, los judíos siempre son judíos”, decía él, y se preguntaba si la situación cambiaría con la llegada del emperador Guillermo II. Yo no veía ninguna diferencia entre el carácter autoritario de Bismark y la brutalidad aterciopelada del Káiser Guillermo II.  En fin, el mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad.

Múnich, jueves 2 de octubre de 1890

Mi hermana Maya tiene una gran vocación para las letras, cosa que contrasta totalmente conmigo. Mi tío Jakob dice que ella como mi mamá parecen unas ‘perfectas ciudadanas de Ulm’ donde todo; la pintura, el teatro y la literatura encuentran su máxima expresión. Maya tiene un gran parecido a mi madre, es una niña de personalidad dominante, impulsiva,  amante del buen gusto, como dice ella; y enamorada de la literatura francesa y de la música de Beethoven. Yo, por el contrario, soy bastante sencillo al vestirme, mi madre me recrimina el desastroso estado de mi cabello al salir a la escuela, me abstraía tanto en mis pensamientos que a veces no me fijaba que un coche cruzara la calzada y pueda morir entre sus ruedas; en fin. No soy el chico elegante y pomposo que desearía tener toda madre, pero al revés de Maya, no entro en discusiones con mi madre. La rudeza de mi madre para exigir un comportamiento adecuado se confunde con su deseo de proteger a sus hijos, como una leona lo haría con sus cachorros.
Desde hace dos semanas mi hermana Maya y yo estamos recibiendo clases de Álgebra del propio tío Jakob. Pienso que sería un buen profesor, pues utiliza comparaciones ingeniosas para cuestiones tan inmateriales como las matemáticas.  Empezó diciéndome que resolver un problema de álgebra es como ir de cacería y que cuando el animal que estamos cazando no puede ser apresado es posible llamarlo temporalmente ‘X’ y así continuamos la cacería hasta que damos con él y lo echamos en nuestro morral”.


Maya lo ve estrafalario. “El Tío Jakob piensa en el álgebra hasta cuando respira. Seguro que sueña que las ecuaciones  matemáticas algún día vivirán y serán más inteligentes que las personas”, decía ella.
Hoy mi madre me trajo un  violín de muy buen sonido. No era un Stradivarius (marca famosa de violines), pero el maestro que lo fabricó  era además un excelente músico. Fue todo un acontecimiento, incluso mi madre me pidió que le pusiera nombre al violín. Lo llamé Lina, como la gata siamesa que se nos había muerto el año pasado. Todos pidieron que tocara algo para la familia  para demostrar qué tan productivas habían sido las clases que había recibido. Hice una improvisación pero sonó poco convincente, de modo que preferí interpretar al buen Mozart; para cerrar el mini-recital con piezas de Bach.  Mi madre confía en el violín como un buen compañero para niños  solitarios, dice que este instrumento es el mejor hilo conductor con el resto del mundo.


 Múnich,  jueves 22 de octubre de 1891

Si  mi familia siguiera la religión judía hoy estaríamos celebrando la fiesta judía del Rosh Hashaná o el año nuevo judío y habrían pasado 5651 años desde que Adán fue creado por Dios; quizás conmemoraríamos junto a mi tío  Efraín este día. Pero el calendario judío no comienza con el año nuevo, sino con la liberación de su pueblo de Egipto. Fuera de que practiquemos o no en casa la religión que tenían nuestros abuelos y bisabuelos, me parecieron fascinantes estos cálculos; saber que se usa otra medida para calcular los años hasta saber con exactitud cuánto tiempo han transcurrido desde el comienzo del mundo hasta hoy. Fue el tema de discusión entre el tío Jakob y yo esta tarde. Me dijo que esas preocupaciones estaban pasadas de moda y que probablemente el hombre, y más aún el universo, tienen muchísimos años más. No habría forma de calcular la edad exacta del mundo, pues es tan viejo que cualquier cálculo que se le hiciera sería sólo aproximado.


 Por el contrario, para los niños  de la escuela, casi todos ellos cristianos (católicos o protestantes), estamos en 1891,  o sea en diciembre de 1891  se cumplen 1891 años del nacimiento de Jesús. Con este hecho los países cristianos llevan la cuenta del momento que viven.


Como el tío Jakob me pareció bastante indeciso en dar un número exacto para contar la edad del mundo, se lo pregunté a mi madre. Su respuesta me pareció tan graciosa como desalentadora.


-¡Ay hijo! Si quieres una respuesta ahora mismo, te la daré –respondió mi madre sonriendo-, para mí el mundo comenzó hace 21 años cuando nací y supongo que para tu padre será en 1847, cuando tu abuela lo trajo al mundo. Ahora, él te diría seguramente que el mundo comenzó el día en que dejó de vender colchones y consiguieron con tu tío Jakob un negocio mejor…


Me eché a reír, no había otra opción.  Hoy le di título a una composición de piano que he terminado hace un mes -tocar el piano y el violín son dos de mis aficiones preferidas-, la llamé ‘tiempo’, pues todo el mes me ha estado preocupando demasiado la cantidad de años, días y horas que tiene el hombre, la Tierra y el universo.


Múnich, viernes 23 de octubre de 1891


El tiempo es relativo; esa es la conclusión que saco de lo que me dicen una y otra persona; cuando a cada uno le pregunto acerca de la edad del mundo, me dicen algunos que el mundo comienza y termina con su propia vida; mientras que para otros el mundo es tan antiguo que no se puede medir. Lo mismo pasa con el tiempo; todos lo miden en relación a lo que hacen; por ejemplo, para alguien que salga muy apurado de casa hasta la estación de tren, cinco minutos será bastante poco, pero para quien esté esperando en la misma estación de tren a  un amigo con el que viajará, cinco minutos le parecerán una eternidad.
Sin embargo, cuando le conté esta impresión a mi tío Jakob, me dijo que eso tenía una causa sicológica, que cuando algo más se necesita parece insuficiente y por lo tanto mayor. No había nada misterioso en ello, me dijo.  Pero seguía interrogándome ¿El tiempo siempre sería el mismo para dos personas sin importar su posición o situación?

Múnich, miércoles 11 de noviembre de 1891.


Hoy llegó mi tío Efraín a casa, a diferencia del resto de mis parientes, él practica con mucho fervor la religión de mis abuelos. Mis padres fueron muy amables con él, hasta se comprometieron a asistir a una sinagoga. El tío Jakob, como ocurre siempre, dio a conocer su posición contraria a cualquier religión. Así fue la discusión en casa:


-Si algún día leyeras la cuarta parte de libros que hay en esta biblioteca, Efraín, seguro entenderás por qué no tengo una creencia y tú mismo no creerías –dijo el tío Jakob.


-Te equivocas, Jakob. ¿Acaso ignoras que el pueblo judío es conocido como ‘el pueblo del libro’?  A los doce años yo ya había leído los  Textos Sagrados. Creo que eso hace la diferencia.


-Pero yo hablo de libros de Ciencia, Efraín. Puedes leerte una tonelada de libros religiosos y no has descubierto nada…


-¡El Judaísmo no es una religión…, es una ciencia!


No escuché más de esa conversación. Me quedé pensando en lo último que había dicho mi tío Efraín, y quizás más ¿Se oponía la ciencia a la religión?  No estaba de acuerdo con el tío Jakob en ese punto. Era necesario que alguien, o algo, estuvieran sobre nosotros ordenando el universo. Mientras más indagaba en mis libros o en el laboratorio de mi tío Jakob sobre la perfección de las leyes cósmicas tenía mucho más la certeza de que existía Dios.



Múnich, sábado 5 de mayo de 1894.


Acabo de embarcar a mis padres en el tren que va a Milán. El tío Jakob viajó a Berna (Suiza) hace tres meses. Estoy en el penúltimo año de secundaria. Debo confesar que he sufrido más de la cuenta para aprobar cursos como Gramática e Historia de la Literatura Alemana. Hasta hace pocos años me había acostumbrado a no necesitar ser bueno en estas materias y  por el contrario, sobresalir enormemente en Álgebra, Geometría o física. Desgraciadamente no es así.  Un amigo que había terminado la escuela el último año, apellidado Hartmann me informó de su posterior fracaso por un diplomado en ingeniería mecánica. De modo que me temo que tendré que hacer un doble esfuerzo para conseguir una vacante.


No me entusiasma mucho la enseñanza en Múnich. Es imposible para un solo habitante de esta ciudad, así sea el hombre más liberal, pensar por un momento que el tiempo es uno solo. Es posible que me marche al después de mi graduación.


En realidad sí he encontrado a alguien simpático en Múnich, pero no en sus calles sino en un libro: Ernst Mach. Traduciendo su lenguaje difícil a palabras sencillas éste afirma que el peso, la forma y la velocidad de un objeto en el universo están establecidos por la atracción que ejerce el Universo sobre ese cuerpo; hasta da un ejemplo: si un objeto se moviera en el espacio sin la atracción en el universo su forma sería totalmente plana y su movimiento como una recta.


Yo me pregunto, si depende de la atracción del universo la forma y la velocidad de los objetos, ¿por qué no puede depender el también el Tiempo? ¿Por qué el tiempo tiene que ser el mismo?


Milán, Jueves 24 de Enero de 1895.


No ocurrió nada relevante como para anotarlo en mi cuaderno en el resto de 1894. Sólo una completa desilusión de continuar mis estudios en Alemania. Corrió una amenaza de que de que todos los jóvenes entre 15 y 18 años seríamos reclutados para el  Servicio Militar de la armada de Prusia. Eso no me ha impedido alejarme de mis libros y de nuevos descubrimientos.
Apenas me aparecí en Milán, en la tienda comercial de mis padres, ellos no pudieron ocultar su desaliento, sobre todo mi madre, que me imaginaba graduándome. No fue una grata bienvenida, sin embargo se alegraron de verme.
-¡Albert! ¿Por qué has  dejado la escuela? ¿Acaso no me dijiste que no  te detendrías hasta ser un ingeniero eléctrico? –me reprochó mi madre.
-Pero madre, lo he intentado todo en Múnich, pero esa ciudad no es para mí.
-¿Pero no te ibas a enlistar en el Ejército, Albert? –dijo mi padre.
-Oh, sí, padre, así lo dije.  Pero como les dije antes, es una ciudad  que vive en medio del miedo.  Lo único que he aprovechado de Múnich son sus buenas bibliotecas.


-¡Muy bien; nos ayudarás por ahora a reparar los fonógrafos que nos han llegado para vender!… Después, veremos dónde continuarás tus estudios –dijo su padre.


Es invierno. Milán tiene un clima mucho más suave que la impredecible ciudad de Múnich. Hay muchos libros en alemán,  así que no me ha sido difícil seguir mis investigaciones aquí.


Cuentan que Newton una vez se imaginó que lanzaba una piedra tan fuertemente que ésta podría girar alrededor de la tierra como lo hace la luna; algo parecido se me acabó de ocurrir ayer. Imaginé que podía viajar montado o dentro de un rayo de luz; si ello ocurriera no vería dicha luz como un rayo, sino como algo detenido; lo mismo pasaría con dos coches que viajaran a la misma velocidad.  A uno de ellos le parecería que el otro está detenido, pero como son igual de rápidos no perciben la velocidad. Lo mismo pasaría con la luz. Investigué algunos libros que hablaran de la velocidad de la luz y me encontré con unas ecuaciones de un físico británico apellidado Maxwell: “la velocidad de la luz es inalcanzable y así lo fuera, ningún objeto podría mantener esa velocidad”. Lo he comprobado yo mismo y me temo que lo único que no cambia físicamente en el universo es la velocidad de la luz. No tengo aún las ideas muy claras, puesto que todavía tengo poca información al respecto.


Escuela Politécnica de Zúrich (Suiza), viernes 11 de diciembre de 1896.


Mis padres y yo llegamos a un acuerdo y creímos que lo más conveniente era trasladarme a Zúrich para culminar mis estudios. Para mi mal, sólo aceptaban estudiantes con secundaria concluida, de lo contrario tendría que rendir una prueba de aptitud. Fui evaluado, y como ha ocurrido otras veces, obtuve calificaciones muy altas en algunas materias y extremadamente bajas en otras, por lo que no fui admitido; sin embargo el director se ha mostrado sorprendido por mis altas calificaciones en física y química. Me sugirió que culminara la secundaria, y que cuando eso pasara, él sería el primero en recibirme. Mis padres estuvieron de acuerdo y en la primavera pasada me matriculé en la escuela secundaria de Aarau, al oeste de Zúrich. Fue una experiencia grata encontrar una persona en esa lejana ciudad, que pese a que no me conocía bien, me acogiera en su casa, dicha persona es el profesor Winteler. Con su familia he pasado los mejores días; allí he conocido a su esposa, una señora extremadamente formal y con  interesantes temas de conversación; además he establecido una gran amistad con sus hijos, el ingenioso Paul Winteler y su hermana, la hermosa María. De ella bastaría decir que si no fuera por este imán que me atrae a investigar el misterio de la velocidad de la luz, me quedaría en ese pequeño pueblo a descubrir el encanto que tiene la hija del profesor Winteler.


Suiza  y su escuela politécnica me hacen bien.  Por eso me alegro  de que esta nación me haya concedido ser ciudadano suyo y. Por supuesto que algunos maestros todavía mantienen ese vicio extendido en las escuelas europeas de creer que las escuelas se manejan como cuarteles. El profesor Heinrich Weber es de lejos el más inteligente entre los docentes del instituto, no sólo porque  nos deja usar el laboratorio a voluntad, sino porque escuchaba a los alumnos jóvenes. Fue él quien estimuló mi amistad con mis compañeros de curso. Me animaba a socializarme más o menos de esta manera:


-Señor Einstein, aprovéchese de la inteligencia de su compañero Grossmann, no se avergüence de hacerlo –me decía Weber.


Yo me encogía de hombros y no entendía lo que Weber me quería decir, hasta que supe que a Grossmann le decía lo mismo, es decir,  le decía “señor Grossmann, aprovéchese  de la inteligencia su compañero Einstein, no se avergüence de hacerlo”. Entonces entendí que se refería a que dejáramos ese comportamiento individualista y que compartiéramos nuestros hallazgos, haciendo así un buen equipo.


Pero no sólo me hice amigo de Grossmann, a nosotros se unieron, Michele Besso Conrad Habicht y Maurice Solovine y Mileva Maric, esta última es una brillante estudiante de nuestra clase en quien los profesores más encopetados habían tomado como una revelación de la física contemporánea. Todos nosotros formábamos parte del grupo intelectual llamado Olimpia.


Mileva es la única mujer en el Politécnico, lo que hace más llamativa su inteligencia. Fue ella la que propuso que en el grupo Olimpia  no se estudiara solamente temas relacionados con física, química o matemáticas, sino extendernos hacia las ciencias sociales; así leímos y descubrimos a Spinoza, Hume, Mach, Poincaré, Sófocles, Racine y Cervantes.


Si  en mi adolescencia había creído que  las humanidades estaban de más para un aspirante  a científico, hoy creía que conocer lo que es el hombre es necesario para saber lo que nos falta o nos sobra. Si sólo leyera periódicos y no libros de historia o literatura dependería por completo de los prejuicios y modas de la época, o de lo que  diga mi sentido común. Y ambos son, incluso en el mejor de los casos, bastante mezquinos y monótonos.


Zúrich, viernes 27 de abril de 1900.


La buena costumbre de esta institución de estimular al alumnado a la investigación y no solamente someterlos a ocupar una carpeta oyendo las clases del profesor, han hecho grandes progresos en mí. Ayer me gradué con calificaciones mucho más altas de las que hubiera esperado. Pienso que lo que me aturdía en el pasado era llenarme de datos, nombres y fórmulas; todas esas cosas que podía encontrar en los libros, sin necesidad de memorizarlas. Estos años los he dedicado sobre todo a descubrir y  pensar. Ningún manual para el estudio  lo hubiera podido hacer mejor.


Recibí hace unas horas la llamada de mi madre. Insiste en que yo tengo todo lo que se necesita para ser un excelente Ingeniero Eléctrico. No supe comunicarle mi disposición a hacerme profesor de la Escuela Politécnica.  Mileva piensa lo mismo y ha presentado su solicitud al Director.


Escuela Politécnica de Zúrich, sábado 12 de mayo de 1900


He recibido una noticia que ha sido como una punzada en el corazón. El profesor Weber, a quien tanto había estimado influyó en el director para que no se me aceptara en esta escuela como profesor de física y matemáticas. Pese a que todos han coincidido en elogiar mis ensayos y en estimar mi metodología de enseñanza. La noticia de que yo siempre evitaba estar en los salones de clases mucho tiempo se había esparcido. El mismo Weber me dijo, al retirarse que su posición en contra de que yo sea profesor no era nada contra mí, sino una cuestión de disciplina, sólo eso. Por lo demás me dijo que podría dedicarme a cualquier labor. Él mismo me sugirió una serie de vacantes en las que podría desempeñarme.


Le comenté lo sucedido a  Marcel Grossmann, que era el más apreciado de mis amigos:
-Qué canalla resultó ser ese tipo –dijo Grossman.


-Ni tanto, amigo –repliqué yo-. Quizás no tenga talento para ser profesor.


-Anda, no seas tonto –me dijo Marcel-. Es cierto que a veces tienes un comportamiento un poco rebelde, pero los años te enseñarán. De hecho, ya no eres el mismo muchachito medio insolente que teníamos como compañero de clase…


En ese momento llegó Mileva. Debo decir que Mileva no es la típica mujer dulce y con una sonrisa a flor de labios, pero la agudeza de sus ojos castaños, siempre firmes, atraen al más distraído de los estudiantes. Sus cejas, muy pobladas  y delineadas, lucen naturalmente y contrastan con sus finas facciones que ablandan esa falta de sonrisa diplomática común en muchas señoritas. Su cabello corto  deja ver por completo el largo de su cuello y se acopla a la fragilidad del resto de su cuerpo. Conversa con igual apasionamiento cuando le hablan de física, filosofía o acerca de las pocas oportunidades laborales que tienen las mujeres.


Marcel se retiró en seguida no sin antes  saludar a Mileva y despedirse de mí.
-¡Me parece un acto de autoritarismo lo que nos está pasando, Albert! -dijo Mileva-. Me acaban de rechazar la solicitud para ser profesora en esta escuela y me enteré que a ti también. ¡Ay Albert, si no eres  amigo de estos tipos o peor aún, si eres mujer, no  tiene caso insistir, estás fuera!


-Es una lástima, Mileva, que en los últimos cien años  hayamos progresado tanto en tecnología, pero que en otras cosas seamos los mismos cavernícolas de siempre.


-Hay cosas en que los hombres tardarán más tiempo que en crear automóviles o ametralladoras, Albert. No existen fórmulas  matemáticas para valores como la libertad, la igualdad o la solidaridad, no es tan sencillo, por ejemplo que algunos tipos de  mente estrecha piensen que porque tú eres judío o yo soy mujer valemos mucho menos en este mundo.


Mileva no hablaba con cualquiera, debía tener toda la seguridad de que la estaban escuchando y que tenían sensibilidad por el tema. A veces sus compañeros la forzaban a hablar y ella se irritaba tanto que les decía que detestaba hablar todos los días de lo mismo con ellos. Sólo conversaba abiertamente con el mayor de los estudiantes de la escuela, Michele Besso, quien conocía mucho de Serbia, el país de Mileva; pero sólo yo consigo sacarle algún detalle de su vida personal, sólo  yo había llegado tan lejos en cosas como tocar el violín para ella, lo hice esta tarde en el jardín de la escuela Politécnica, y lo hice sólo por ella.


-¡No me digas la melodía, que casi ya la adivino…! –decía ella queriendo adivinar qué estaba tocando con el violín-. Es la sonata para violín de Bach, ¿verdad?
-Sí, Bach; es el mejor amigo de Lina –le contesté.


-Lina, ¿quién es Lina? ¿Acaso así se llama tu novia? – me interrogó ella como si ello importara mucho.


-No, así llamo yo a este violín.


-¡Qué tonto eres! –dijo Mileva coquetamente y mostrando una sonrisa tan dulce y hermosa como nunca había visto en ella-, sólo a un tonto como tú se le ocurre ponerle nombre a un instrumento musical… Y sólo a una tonta como yo se le ocurre que puedes tener novia…


Nos acercamos tanto que nos besamos… ¡Mileva me quiere! Me lo dijo después de nuestro beso.


 Berna, martes 29 julio de 1902.


Ayer murió mi padre, el impulsivo comerciante  de las maravillas tecnológicas de esta época. Recuerdo que la  última vez que lo vi insistía en que yo tenía que ser ingeniero eléctrico.  Hasta hace unos minutos pensaba en que estaría destinado al fracaso profesional: todos estos meses he estado trabajando como ayudante de docente en varias escuelas, con salarios muy penosos.  Estaba resignado a sobrevivir en esas condiciones hasta conseguir una opción mejor, pero cuando me disponía a ver si había llegado correspondencia, encontré en el buzón de correo un sobre: se me invitaba a trabajar en la Oficina de Patentes de Berna, una institución que se dedica a investigar propiedades y fenómenos físicos y químicos con la finalidad de promover nuevos inventos. Creía que  estaba soñando, hasta que recordé que Grossmann y yo habíamos enviado nuestra solicitud  con nuestro certificado de graduación a esa institución, hace un año. Mileva me ha felicitado mucho y nos hemos renovado amor. Es posible que nos casemos el año entrante. A pesar de la tristeza que me ocasiona la muerte de mi padre, soy feliz. En algún lugar del universo habrá recibido la noticia y estará tan dichoso como lo estoy yo.


Berna, miércoles 15 de abril de 1903


Es primavera.  Mileva y yo nos casamos el 22 de febrero. No tuvimos muchos invitados  -asistió mi madre y algunos compañeros de la Escuela Politécnica- y la boda fue sólo  la confirmación formal  de lo que ya vivíamos.  Hasta el día de hoy me encuentro muy satisfecho en la Oficina de Patentes. Lo único que me ha desconcertado es la pregunta que me hizo Mileva ayer: “Albert, dedicas una gran parte de tu tiempo a tu nuevo trabajo y eso hasta me alegra, pero ¿qué pasará cuando tengamos un hijo? ¿Estarás, como ahora, sólo a la hora de cenar y dormir?”.  No tuve una respuesta a la mano.


Berna, jueves 13 de octubre de 1904.


Si no fuera por lo antipático que es el gerente de la oficina de Patentes diría que soy un hombre completamente feliz, pero como este tipo es todo lo opuesto a la coexistencia pacífica, soy sólo relativamente feliz. Está supervisándome todo el día con la finalidad de ver lo que hago y  tiene la insoportable manía de subestimar mis trabajos aquí.


Hoy Mileva y yo nos encontramos, después de mucho tiempo, con nuestro buen amigo Michele Besso. Como teníamos muchas cosas que conversar decidimos ir a un restaurante italiano que está en el centro de la ciudad. Hablamos de la posibilidad de armar mi tesis doctoral. Mileva ya tenía la suya, lo mismo que Michele. Traté de evadir el punto, pero fue inevitable. Recordé que en mis ratos libres había estado haciendo unas anotaciones sobre física molecular. Al echarme un terrón de azúcar en el café, le dije al buen Michele algo que incluso a mí me ha dejado sorprendido: “Michele, ¿tú crees que el cálculo de las dimensiones de las moléculas de azúcar podría ser una buena tesis de doctorado?”.



 Berna, domingo 14 de Mayo de 1905: Oficina de patentes de Suiza.
He encontrado aquí todo el tiempo que hubiera querido encontrar en otros tiempos, incluso en mi niñez, para descubrir cosas realmente fantásticas.  Sólo  me hacía falta un poco de tranquilidad y un poco de tiempo libre en el laboratorio de la Oficina de Patentes.


Acabo de llegar a las dos conclusiones que me había temido durante toda mi adolescencia: la primera es que la velocidad de la luz siempre es la misma, no importa el espacio que recorra, ni la velocidad que se le agregue o disminuya. La idea es más o menos así: Si un amigo y yo disparáramos un rayo de luz, que fuera capaz de dar una vuelta completa a la Tierra desde el mismo lugar  y al mismo tiempo, pero con la diferencia de que yo lo hiciera hacia el este (tal como gira la Tierra sobre su eje) y mi amigo disparara hacia el oeste, los rayos darían la vuelta y llegarían al mismo tiempo hasta nosotros, así lo indicarían nuestros relojes. No importaría el hecho de que yo llevo la ventaja de que mi rayo gira en el mismo sentido de la Tierra y él tenga la desventaja de que va en sentido contrario al que gira la Tierra.


 Pero si en lugar de disparar luz, mi amigo y yo hiciéramos un viaje en dos aparatos que volaran y dieran la vuelta a la Tierra a idéntica velocidad y al mismo tiempo, y como en el caso anterior, yo voy  en el sentido que gira la Tierra sobre su eje, mientras que él lo hace de este a oeste. Al regresar, nuestros relojes indicarían que el tiempo que tardé yo fue ligeramente más corto que el que tardó mi amigo. En este caso me habría ayudado la velocidad de la Tierra que se sumaría a la de mi aparato para llegar en menos tiempo que mi amigo.
 Pero ¿por qué? Lo que ocurre en el primer caso es que  la luz siempre se desplaza a la misma velocidad (300 000 Kilómetros por segundo), sin importar  una velocidad que se le sume o se le reste en el camino (en el ejemplo la velocidad que se suma o se resta es la velocidad en que gira la Tierra sobre su eje).


¿Y el Tiempo? Cómo explicar en el segundo ejemplo que los relojes marcaran un tiempo menor si la distancia es la misma. La respuesta es que el tiempo no es el mismo para todos los individuos mientras estén en movimiento y como todos los individuos de alguna forma u otra se mueven, entonces cada  individuo tiene su propio tiempo.


A estos y otros trabajos -acompañados de sus demostraciones matemáticas- que acabo de escribir los he llamado ‘Teoría de la relatividad’. Cuando se los comenté en las cartas que les envié a mis amigos de Zúrich, me dijeron que estaba muy buena la broma que les había hecho, pero que no me atreva a seguir jugando con ello, pues el fantasma de Isaac Newton ‘el padre de la física’, me perseguiría sin descanso hasta atormentarme.



Berna, miércoles 18 de Mayo de 1910


 Mis estudios a los que he llamado ‘Teoría de la Relatividad’ aún son tomados como simples fantasías, pero por lo menos han tenido un efecto favorable para mejorar mi economía.  Estuve hasta el mes pasado trabajando como profesor y conferenciante en la Universidad de Berna, en donde ingresé obteniendo la primera plaza.  Me he encontrado allí con antiguos amigos que están también como profesores. Desgraciadamente los problemas han aparecido por el lado menos deseado; se trata de Mileva: desde que salí de la Oficina de Patentes nuestra relación ha ido empeorando dramáticamente. Ayer las cosas llegaron a su tope, en una discusión insufrible con ella:


-¡Jamás había imaginado esta vida! –me increpaba Mileva- ¡Acaso sólo sirvo para lavarte la ropa mientras tú sigues jugando a ser el científico famoso!
-Mileva –le decía yo-, sabes que te amo. Si deseas, mañana mismo contrato a una criada para que no hagas tantas labores.


-¡Tú sabes que no me refiero a eso! –contestaba ella-,  cada vez te veo menos. Creo que más converso con la vecina que contigo.


-Pero este trabajo  será importante para nuestro futuro, Mileva –le dije.


-¿Futuro? ¿Cuál  futuro? Mírame a mí, yo no tengo futuro. Hace mucho lo tenía, pensaba dedicarme además de a la física, a las ciencias sociales, a defender los derechos de las mujeres. Pero ahora, sólo tengo pasado.


Ese día pensé en lo que me decían mi madre y hermana Maya acerca de Mileva, que era una mujer que jamás se acostumbraría a acompañar en los quehaceres de un científico, pues ella misma lo era y le heriría en su orgullo.


Zúrich jueves 3 de diciembre de 1814:

Mileva se fue definitivamente de casa hace un mes. Es irónico que ahora, cuando llegan ofertas de distintas universidades y escuelas superiores en las que los horarios son más flexibles, ella ya no esté aquí.


Tuve un paso muy fugaz por la Universidad alemana de Praga ocupando la Plaza de Física teórica. Tuve la oportunidad de dar clases a mi propia hermana Maya y a Paul Winteler, hijo de uno de los pocos  profesores queridos en mi adolescencia. Ambos se habían hecho muy amigos. Maya, que estudiaba lenguas romances en esa universidad, me preguntó por Mileva. Tuve que decirle que estábamos separados. No mostró una gran pena (ellas nunca se llevaron bien). Le encargué que le enviara saludos a mi madre y le entregué 1000 marcos para los gastos domésticos.


 Otra cosa que llamó mi atención allí es que ya se hablaba del Principio de Relatividad, incluso de que el tiempo no era el mismo para dos individuos que se encontraran en movimiento, por lo que se comenzaron a utilizar los términos ‘tiempo oficial’ y ‘tiempo matemático’.


Me había acostumbrado a la docencia en esta buena universidad,  cuando al terminar el ciclo de clases recibí una carta de Grossmann indicándome que había plazas vacantes para la Escuela Politécnica de Zúrich. Alcancé, para mi satisfacción, la primera plaza y me reencontré con el instituto donde me gradué. Era como si la vida me hubiera dado la oportunidad de tener una revancha ante aquel examen de admisión que desaprobé, aquella  primera vez que pretendí ingresar y tuve que regresar sin otra opción que  culminar la secundaria.


Mi amigo Marcel Grossmann me estuvo esperando, lo mismo que otros profesores que apenas pude reconocer.  Como es obvio, todos me preguntaron por Mileva. Yo hice silencio, por lo que ellos supusieron lo que había sucedido en realidad. La enseñanza en la escuela, había mejorado desde que dejé de estar allí; lo único que lamenté fue no encontrar un grupo intelectual parecido a Olimpia, en donde se debatieran por igual cuestiones científicas y los problemas sociales de nuestro tiempo.


Al iniciarse este año me llegaron propuestas de dos universidades; de Viena, de Utrecht, de la Academia Prusiana de Berlín; además de que me ofrecieron seguir como docente en Zúrich. Opté por la Academia de Berlín, pues me prometieron que me centraría en el campo de la investigación, que era algo que hacía tiempo que no había podido continuar. De modo que me despedí de Zúrich iniciando la primavera.


Berlín, lunes 12 de junio de 1916


Hace dos días presenté oficialmente todas las anotaciones que había publicado en el año 1905 que se referían al principio de la relatividad. Agregué nuevas cosas que he descubierto en estos últimos años. A todo este conjunto de observaciones perfeccionadas les puse el título de “Teoría de la Relatividad General”. Haber ordenado mis principios físicos en un libro es algo que me hace infinitamente feliz.


Pero lo que me ha conmovido más es la carta que me ha escrito una niña de doce años, quien seguramente por medio de sus padres o de un pariente ha sabido de mi existencia. La carta era tan corta como exacta: tenía problemas con las matemáticas. Me apresuré a responderle, pero recordé que alguna vez  en mi niñez había tenido serios problemas sobre todo en lengua y literatura alemanas. Entonces me propuse explicarle la Teoría de la Relatividad a ella. Total, si es una buena teoría, tiene que saberse explicar. La carta la redacté más o menos así:


Querida Bárbara:


No te preocupes por tus dificultades con las matemáticas; te puedo asegurar que las mías son todavía mayores. Las matemáticas son solamente un lenguaje simbólico para expresar el modo en que funcionan la Tierra y todo el Universo.
Voy a demostrarte que las matemáticas son un modo de representar los fenómenos, explicándote una teoría llena de fórmulas matemáticas, pero que derivan de una ecuación muy sencilla, que incluso puede ser explicada sin usar las matemáticas:


Te cuento, Bárbara, que hace bastante tiempo descubrí algo que a simple vista no tiene mucho sentido, pero que a medida que te lo vaya explicando estoy seguro que lo entenderás. Lo que descubrí  puedo resumirlo a esta ecuación:
“La energía de un objeto es igual a su masa, multiplicada por la velocidad de la luz elevada al cuadrado”.


Te dirás ¿Y qué cosa es la energía? Muy bien, te diré que un automóvil que va muy rápido contiene energía, una energía en movimiento; mientras que un piano colgado de una gran cuerda en el tercer piso de un edificio también tiene energía, energía en potencia, porque solamente al caer podemos sentir dicha energía. Los cuerpos que tienen mayor masa tienen también mayor energía.


Te preguntarás también ¿qué es la masa? Para empezar, masa no es lo mismo que peso. Por ejemplo comparemos a un elefante un pajarito. Es obvio que el elefante tiene más peso, pero no por esa razón tiene más masa. Imaginemos esto, Bárbara: llevamos al elefante y al pajarito en una nave espacial y los dejamos que floten en medio del espacio. Los dos se mantienen flotando de la misma forma, pero sabemos que el  cuerpo del elefante es más grande  que el del pajarito, por eso tiene más masa.


Pero esta masa  (el volumen del elefante) tampoco es a la que me refiero en la ecuación, sino al  aspecto que tendría el elefante si es que alguien  lo viera ir a una velocidad muy grande. Por ejemplo: si el elefante tuviera 500 kilos y tanto el elefante y el  pajarito viajaran a una velocidad de 200 000 kilómetros por segundo, el pajarito vería al elefante tal y como es, es decir con sus 500 kilos. Pero si tú, Bárbara, que no te mueves y  que los ves pasar los vieras, te aseguro que verías que la masa del elefante ha aumentado, lo mismo ocurriría con la masa del pajarito. Y mientras  más velocidad vayan los verías más grandes.


Ahora, su velocidad podría ser mayor, pero jamás alcanzarían la velocidad de la luz, pues la velocidad de la luz es infinita, la máxima que existe. Si alcanzaran la velocidad de la luz la masa del elefante y la del pajarito serían infinitas, tanto que no cabrían  en el espacio y eso es imposible.


Como verás, la  energía y la masa cambian, pero la velocidad de la luz (300 000 Kilómetros en un segundo) siempre es igual, por eso se le llama constante. De esta manera funciona la ecuación que arriba te mostré: “la energía (que en lenguaje matemático se le llama ‘E’) es igual a la masa (en lenguaje matemático llamada ‘m’)  multiplicada por la velocidad de la luz (en lenguaje matemático llamada ‘c’) elevada al cuadrado”. En matemáticas la ecuación se representa así:


                                               E= mc2


Si haz sido capaz de entender esto, Bárbara, comprenderás lo que yo mismo tardé años en saber y que aún muchos de mis grandes alumnos no lo entienden del todo.
Un abrazo y espero que te agrade esta pequeña carta.

Albert Einsten.

Ya es muy tarde. Tengo sueño. Espero que la niña en unos días responda a mi carta.

Berlín, miércoles 12 de Marzo de 1919.

No ocurrió algo notable entre 1916 y 1919 como para anotarlo aquí. Salvo la carta de respuesta de Bárbara, la niña a quien le escribí sobre mi Teoría de la Relatividad. Me contó que las matemáticas le han despertado mayor interés y que ha mejorado en sus calificaciones.


Al comenzar el año el juez emitió la resolución de divorcio entre Mileva y yo. Creo que ambos hemos mejorado nuestra situación actual. La última vez que la vi en el juzgado se le veía serena y hasta sonreía. Así terminó, al comenzar el año un capítulo en mi vida cotidiana.


Hace tres semanas tuve la visita de mi hermana Maya y me encontré con novedades poco alentadoras referentes a nuestra madre: Estaba  muy enferma y pedía que fuera a tocar el violín en la casa por última vez.


Viajamos en el primer tren de la mañana hacia Zúrich Maya, Paul Winteler quien mantenía un largo noviazgo con mi hermana, Michele Besso y yo. Llegamos a la ciudad al mediodía y a la casa de la tía Fanny, en donde se alojaba mi madre, a las dos de la tarde. Pude ver los muebles que me acompañaron desde mi niñez, la copia de un cuadro de Rembrandt  que solía mirar de niño y, en la habitación final, a mi madre que tosía con todo el aliento que le quedaba. El cáncer al estómago que tenía la había vuelto casi irreconocible.  No había llorado en años, pero ante ese cuadro era imposible no llorar.


-Albert, mi niño prodigio. Quiero escuchar el violín. Moriré feliz escuchándote tocar el violín.


-Madre, no exageres. Albert no es ningún Mozart, pero si tú quieres escuchar el violín… - dijo Maya algo celosa por los halagos que me hacía mi madre.


-¡Lo tocaré, madre! ¡Lo tocaré como tú querías que hubiera sonado el violín de mis propias manos! –dije con una ingenua esperanza de que mi música la alivie.
Esta vez no toqué una melodía clásica. Preferí una canción  que a menudo tocaban los campesinos  de Baviera, la primera que aprendí en el violín. Cuando aún estaba por la mitad mi madre cerró los ojos. A las cinco y treinta de la tarde el médico informó que había muerto.


Permanecimos tres días en Zúrich organizando un funeral apropiado para la primera persona a la que amé y me amó. Mientras mi hermana Maya, mi tía Fanny y sus otras hermanas se deshacían en lágrimas, pensaba en Dios; ella sólo volvería a Dios, de donde todos salimos y a donde volveremos tarde o temprano; no estaremos a sus brazos, como estamos ahora, sino en su propio corazón.
Sólo regresamos a Berlín Michele Besso y yo. En el tren de regreso, Michele me hizo notar que una mujer joven que había estado en el funeral con nosotros, también viajaba en el vagón. Llevaba un vestido sencillo  que daba a entender que no venía de una familia acomodada. Su cabello era castaño y sus ojos de color verde oscuro. Tendría  mi edad y me miraba constantemente. Al fin, la llamé y la invité a tomar el par de asientos desocupados que estaban delante de nosotros. Michel Besso permaneció en el asiento posterior.  Conversé con la joven.


-¿Tú también estabas en el sepelio, verdad? ¿Acaso eras amiga de mi madre?

-Algo más que eso, soy su sobrina, aunque claro. Es un parentesco muy lejano.

-¡Entonces eres mi prima! ¡Cuánto gusto, prima mía!

-Dime Elsa. Eso de prima aparte de fuera de lugar, me perturba… Preferiría mi nombre.

-Muy bien, Elsa cuéntame de ti ¿Por qué nunca te conocí? ¿Cómo te enteraste de la muerte de mi madre? –le pregunté rápidamente.


 Supe que la relación con los Einstein jamás había sido del todo buena, que se había casado y enviudado de un comerciante textil y otras cosas más. Yo por otro lado, le comenté de mis ocupaciones, aunque a decir verdad, no mostró el interés que hubiera querido. Por último supe que Elsa se quedaría indefinidamente en Berlín.



 Berlín, jueves 29 de mayo de 1919.


A causa de una severa dolencia estomacal tuve que permanecer en cama un mes entero. Cuando Elsa se enteró por cuenta de Michele que estaba enfermo, decidió ella misma encargarse de los quehaceres domésticos. No hubo un solo día en que Elsa no me midiera  la temperatura, ni me ofreciera una sustanciosa sopa de gallina. Debo decir que es una estupenda cocinera y además que si a una persona debo agradecerle aún estar vivo es a ella.


A veces siento que abuso de esta angelical mujer cuando no la contradigo en que se dedique a realizar todas mis tareas pendientes,  pero no puedo;  su gesto dulce como el de una criatura nacida para ayudar me convencen de que lo hace con felicidad. “Que esa chispa que hay dentro de ti no se apague por hacer cosas de poca importancia”, me dijo. Esa frase aún retumba en mi cabeza.



Berlín, jueves 3 de julio de 1919


Es difícil  explicar las cosas que ocurren con mucha velocidad. El movimiento de la luz es una prueba de ello. Ha pasado poco más de un mes desde la última vez que escribí aquí  y ya mi vida  ha cambiado mucho desde entonces. Primero, ayer me casé con Elsa.  Después de dos meses de un conocimiento fugaz supe que era ella la mujer que había estado esperando; no había en Elsa esa personalidad irritante de Mileva ni un deseo de protagonismo, tan sólo me quería como yo a ella, sin importar lo que yo era o podía ser. Pero cualquier halago que le hiciera resultaría insignificante comparado con lo que hacía para que yo fuera el ser más feliz posible dentro de la efímera felicidad del mundo.
Fue una boda sencilla, improvisada como bella. Sólo fueron algunos amigos de Berlín. Mi hermana Maya se excusó de asistir.


 Berlín, martes 29 de julio de 1919:


Mi vida no ha podido tomar un mejor rumbo. Se comprobó totalmente la relatividad del tiempo ¿Cómo? Un equipo liderado por el astrónomo británico Arthur Eddington dijo haber confirmado mi teoría de la desviación gravitacional de la luz de las estrellas por el Sol, mientras fotografiaba un eclipse solar  en el noroeste de África. Los resultados se dieron a conocer en la “Royal Society de Londres”.  En la radio, el encabezado de la noticia es “¡felices noticias hoy!”.



Berlín, martes 12 de diciembre de 1922


En algún instante creemos que hemos alcanzado la cumbre de nuestros proyectos y pensamos que es nuestro mejor momento. Yo no creo que sea así, es solamente el resultado lógico de una suma de esfuerzos continuos que nos empujan hacia nuestra realización total. Recuerdo a un joven Albert en 1904 viviendo modestamente con su salario de la Escuela de Patentes de Berna, ese es el Albert que descubrió muchas cosas y este otro, el hombre de mediana edad y de cabello ya blanqueado es el que ha recibido un premio Nóbel  hace tres días, el que entrevistan todos los días reporteros de algún diario de Londres, Bruselas, París o New York, el que cuestionan o celebran su teoría dentro de la física moderna; en fin, aquel que su apellido se identifica con la Ciencia misma.



Berlín, sábado 22 de noviembre de 1930:


Me satisface el haber creado junto a mi buen amigo, Leo Szilard un tipo de frigorífico que  se basa en un razonamiento muy sencillo: En la cumbre del monte Éverest (el más alto del mundo)  el agua hierve a mucho menos temperatura que al nivel del mar, por haber  poca presión de aire. Al hervir el agua a poca temperatura, todo el calor generado por éste se retira mediante un mecanismo, entonces la temperatura adentro del frigorífico disminuye muchísimo y se produce la refrigeración. Nos produce satisfacción, además, saber que es un artefacto que economiza electricidad y no daña tanto la atmósfera.


Berlín, domingo 11 de Enero de 1931:


Si no he escrito mucho en casi diez años es porque no veía necesidad en reiterar mis logros en  este papel: conferencias, viajes a otros países (EEUU, Inglaterra, Francia, España, Austria, entrevistas y amistades con otros científicos, etc.  Me llamó la atención España, ese país  en donde la industrialización  y la investigación científica como la conocemos no ha llegado como debiera a causa de los prejuicios heredados por el autoritarismo; es, a pesar de todo ello, un pueblo que más allá del incentivo de sus autoridades, ha sabido revelar en sus históricas universidades, y con las desventajas de no ser un país industrializado, grandes hallazgos a nivel científico, sobre todo en medicina. Pero como a menudo ocurre, las intromisiones políticas en el ámbito científico influyen negativamente en los grandes avances de la Ciencia. Los grandes espíritus siempre han encontrado una violenta oposición de parte de mentes mediocres.
Europa  en general vive un ambiente enrarecido en donde ya no se debaten ideas ni se abren variadas soluciones a los problemas en las ciencias naturales y sociales, sino se imponen sistemas que excluyen a los demás o los desplazan a la miseria económica o moral.


 Recuerdo  que cuando comenzaron los años mil novecientos, con ellos aparecieron las naciones; los italianos se sentían orgullosos de llamarse así, lo mismo los alemanes, los norteamericanos y otros más. Esto fue saludable hasta que su orgullo comenzó a crear movimientos contra  extranjeros o contra personas consideradas así: asiáticos, gitanos y sobre todo judíos han sido el blanco del odio acumulado en estos años. Ese orgullo al que se le llama ‘nacionalismo’ se ha vuelto una enfermedad infantil. Es el sarampión en Europa.



Londres, miércoles 12 de Abril de 1933


Europa es invivible, muchos hombres de ciencia e intelectuales en general están migrando a países en donde puedan sentirse  libres. Hace un año abandoné Berlín, ciudad de la que me llevo los mejores recuerdos, a pesar del grupo de corte fascista que acaba de tomar el poder.


No pude evitar la risa cuando el año pasado se publicó en Leipzig el libro ‘100 autores contra Einstein’ con el fin de desprestigiar mis investigaciones. Cuando un periodista me preguntó sobre lo que opinaba de esta publicación le dije: “¿100 autores contra Einstein? ¿Por qué 100 autores? Si yo estuviese errado haría falta sólo uno”.


El próximo domingo tomo el barco que me llevará a los Estados Unidos, es probable que no regrese a Europa si las cosas siguen así.


Nueva Jersey, domingo 3 de diciembre de 1933


La pluralidad de muchas pequeñas naciones unificadas en un solo gran país me sienta mejor. Me encuentro muy satisfecho en los Estados Unidos y en especial dictando clases en la Universidad de Princeton. En este país los planteamientos científicos son debatidos día a día y luego puestos a prueba para determinar su validez o no. De esta manera esta nación ha logrado atraer como un imán a las más célebres personalidades de la ciencia y del pensamiento en general de todo el mundo.


Hay un particular interés en lo que se refiere a la mecánica cuántica, o principio de la incertidumbre, cosa con la que  no estoy totalmente de acuerdo, pues pese a que todo es relativo siempre existen verdades incuestionables en la naturaleza de las cosas:  El azar no existe, Dios no jugaría a los dados.


 Nueva Jersey, martes 22 de diciembre de 1936.


Elsa ha fallecido.  Procuraba no hablar de este tema por la suma tristeza que me causa. Desde nuestra llegada a Norteamérica padecía serios problemas de insuficiencia renal. Este año suspendí la mayoría de mis clases para dedicarme completamente a ella y aún así pienso que no ha sido suficiente. Pero finalmente todo lo que he llegado a ser se lo debo a ella, a aquella compañera que jamás reclamó fama o que se le dé el mejor tiempo, pues para ella el mejor tiempo era siempre. ¡Adiós Elsa!


Nueva Jersey, lunes 5 de Septiembre de 1938


Me he asentado definitivamente en este país, en donde muchos físicos alemanes y europeos han expuesto sus teorías sin que se les pregunte por su origen. Pero Europa…, Europa me entristece. Si el afán de polemizar fuera en los hombres como su afán por las guerras, la Ciencia habría avanzado cientos de veces más. Maya está aterrada por lo que pueda ocurrir con los judíos que están en Alemania, algunos de ellos amigos y familiares nuestros. Muchos han sido despojados de sus negocios y empleos. Un periodista de un conocido diario neoyorquino me preguntó si había venido a este país por miedo a Hitler. Le dije que eran ellos los que tenían miedo “Para la camarilla nazi los judíos no son sólo un medio que desvía el resentimiento que el pueblo experimenta contra sus opresores; ven también en los judíos un elemento inadaptable que no puede ser llevado a aceptar un pensamiento fanatizado, sin posibilidad de crítica, y que por eso el hombre judío es una amenaza a su desacreditada  autoridad. Son ellos los que tienen miedo, yo no”.


Parece mentira pero este deseo de acabar con los judíos y con todo lo que tenga que ver con ellos ha hecho que me interese por su fe, que me involucre en sus rituales, que visite sus sinagogas. Durante este mes no he dejado de acudir a la Sinagoga de Virginia una de las más grandes en los Estados Unidos.


Nueva Jersey, martes 1 de agosto de 1939


Acabo de dirigir una carta al presidente Roosevelt, en la que le hago saber de una investigación, que había estado realizando con un grupo de científicos de varias nacionalidades,  sobre la propiedad del Uranio (un elemento químico radiactivo)  que podía liberar grandes cantidades de energía y servir para detener el eventual avance del imperio Nazi. Me costó mucho trabajo convencerme de que algo que hubiera investigado pueda ser utilizado para una posible guerra, pero ante la sugerencia de mi amigo Leo Szilard, cedí.


Nueva Jersey, jueves 4 de diciembre de 1941


Este año fue el de las entrevistas. Periodistas de diarios de diversos lugares de los Estados unidos y el mundo han buscado que declare respecto a la guerra a la que ha entrado Estados Unidos. Preguntas como éstas fueron comunes:


-Señor Einstein, ¿es cierto que usted está colaborando con el Gobierno en investigaciones para la fabricación de un arma secreta para los Estados unidos?


-Señor Einstein, dicen algunos norteamericanos que el Gobierno no debería entrar en guerra abierta contra Alemania ¿Qué opina usted?

-Señor Einstein, ¿sabe usted del Proyecto Manhattan, que está preparando el gobierno para defenderse de los japoneses?


Como las preguntas me causaban mucha gracia, sonreía y satisfacía sus interrogantes. Luego les decía: “no es tan malo esto de ser interrogado de cuando en cuando, lo importante es no dejar de hacerse preguntas”.

 New York, martes 14 de Agosto de 1945.


Si hubiese sabido lo que ocurriría con el lanzamiento de la Bomba Atómica en Japón, no hubiera escrito jamás esa carta. El viernes diez de este mes se apagaron miles de vidas por causa de una guerra, absurda como todas las guerras. Y yo, caí en el juego de responder a la brutalidad de los nazis planteando la posibilidad de usar un mecanismo más efectivo.


¿Efectivo?, ¿matar seres humanos es efectivo? Ni siquiera los alemanes pensaron en esta atrocidad. Me enteré por la radio de las bombas en Nagasaki e Hiroshima.  No pude dormir esa noche. ¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que nos hace la vida más fácil, se vuelve contra nosotros? Pienso que hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.


New York, sábado 14 de Septiembre de 1946

Acabo de tener una reunión con algunas personalidades de la Ciencia, Filosofía y de la sociedad mundial. Es necesario que todas las naciones se comprometan a suprimir cualquier amenaza a la humanidad, sea cual fueren sus motivos. Una vida vale más que miles de millones de dólares invertidos en armamentos. Un gobierno mundial capaz de neutralizar cualquier amenaza de cualquier imperio, sea de Oriente o de Occidente sería lo mejor.


Es posible que éstas sean mis últimas líneas en este cuaderno recordatorio de eventos importantes en el que registro vivencias desde que era niño.  A mi edad actual el acto de escribir ya no es algo tan sencillo. Los huesos de mi mano trabajan sobrehumanamente. Sólo me resta decir algo que también fue la respuesta a la pregunta que un reportero me hizo hoy: Hay un  arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica, es el arma que toda nación
debería fabricar, la mejor de todas: la paz
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Albert Einstein no volvió a escribir más. De allí en adelante se dedicó a  realizar pronunciamientos pacifistas que desgraciadamente no fueron escuchados en su momento. Fue muy crítico con los gobiernos posteriores norteamericanos, que incluso reclutaban científicos  alemanes que habían trabajado para Hitler, con el fin de estar un paso adelante que la Unión Soviética, con la que en ese tiempo mantenía una  serie de conflictos. Se reunió con pacifistas de diversas partes del mundo, con la finalidad de crear conciencia de que un conflicto de magnitudes similares a la  Segunda Guerra Mundial sólo nos conduciría a la destrucción como planeta.


Al final de la guerra y del Holocausto Nazi, Einstein apoyó la creación de un país en donde el pueblo judío  no fuese amenazado. Así fue uno de los promotores del nacimiento del Estado de Israel, el cual fue creado en 1948 y tuvo como Presidente a un viejo amigo suyo, Chaim Weizmann. A la muerte de éste, en 1952, el embajador de Israel en Estados Unidos, Abba Eban, le propuso la presidencia de Israel, pero Einstein rechazó la invitación con estas palabras:
“Amo al pueblo Israelí, pero de ser su presidente, tendría que decir muchas cosas que quizás  a los israelíes no les gustaría oír”.


Paralelamente Einstein realizó algunas investigaciones en Física. Los últimos días de trabajo de Albert Einstein se basaron en su búsqueda de unificar la Teoría de la Relatividad y la Física Cuántica (muy popular ya en esos años). A la que se le llamó ‘Teoría de los Campos unificados’. Sin embargo obtuvo poca aceptación, no por carecer de fundamento, sino porque le faltó tiempo para culminarla.


En los años 50 la salud de Einstein empezó a quebrantarse. Fue un17 de Abril de 1955 cuando Albert Einstein sufrió un aneurisma en una de las arterias de la parte abdominal. Fue conducido al hospital de Princeton, pero allí sólo sobreviviría unas horas. Murió la tarde del 18 de abril del mismo año.


 Albert Einstein no volvió a escribir más. De allí en adelante se dedicó a  realizar pronunciamientos pacifistas que desgraciadamente no fueron escuchados en su momento. Fue muy crítico con los gobiernos posteriores norteamericanos, que incluso reclutaban científicos  alemanes que habían trabajado para Hitler, con el fin de estar un paso adelante que la Unión Soviética, con la que en ese tiempo mantenía una  serie de conflictos. Se reunió con pacifistas de diversas partes del mundo, con la finalidad de crear conciencia de que un conflicto de magnitudes similares a la  Segunda Guerra Mundial sólo nos conduciría a la destrucción como planeta.


Al final de la guerra y del Holocausto Nazi, Einstein apoyó la creación de un país en donde el pueblo judío  no fuese amenazado. Así fue uno de los promotores del nacimiento del Estado de Israel, el cual fue creado en 1948 y tuvo como Presidente a un viejo amigo suyo, Chaim Weizmann. A la muerte de éste, en 1952, el embajador de Israel en Estados Unidos, Abba Eban, le propuso la presidencia de Israel, pero Einstein rechazó la invitación con estas palabras:

 “Amo al pueblo Israelí, pero de ser su presidente, tendría que decir muchas cosas que quizás  a los israelíes no les gustaría oír”.


Paralelamente Einstein realizó algunas investigaciones en Física. Los últimos días de trabajo de Albert Einstein se basaron en su búsqueda de unificar la Teoría de la Relatividad y la Física Cuántica (muy popular ya en esos años). A la que se le llamó ‘Teoría de los Campos unificados’. Sin embargo obtuvo poca aceptación, no por carecer de fundamento, sino porque le faltó tiempo para culminarla.

 En los años 50 la salud de Einstein empezó a quebrantarse. Fue un17 de Abril de 1955 cuando Albert Einstein sufrió un aneurisma en una de las arterias de la parte abdominal. Fue conducido al hospital de Princeton, pero allí sólo sobreviviría unas horas. Murió la tarde del 18 de abril del mismo año.

TRABAJO REDACTADO PARA EDITORIAL ARSAM EN 2011.©DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS.

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1 comentario:

  1. muy largo para leerlo o solo entre por un ejemplo de biografia novelada

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