sábado, 9 de julio de 2011

CHARLY Y EL ÁRBOL: Episodio 2

EL Chirimoyo

Como habíamos dicho al inicio, no existía un solo pequeño, sino dos. Muy bien, el segundo nació de una manera menos complicada.  Recordarás, pequeño lector, que Charo se había asombrado al ver la pequeña planta entre los dos rosales, ¿verdad? Pues el motivo de su asombro y el nacimiento del segundo Charly lo explicaremos a continuación:

Un domingo antes de que nazca su pequeño bebé, Charo y sus hijas gemelas Cheryl y Chantal fueron a tomar aire en las orillas de la laguna Chirimoyas, al final de la calle en que estaba la casa de la familia Chavarría. Acostumbraban ir todos los domingos, sobre todo, los que eran soleados. Lo más hermoso de ese paisaje, además de laguna, eran los chirimoyos que son unos árboles de tamaño mediano, pero tan apretados uno con el otro que parecen tomarse de algún brazo invisible. Tambalean a veces cuando un animal demasiado grande los trepa; pero resistían a los pájaros y el peso de las gemelas Cheryl y Chantal que a veces se subían hasta sus copas.


El domingo anterior al día del nacimiento de Charly; Charo, Chantal y Cheryl fueron a la laguna Chirimoyas; sin embargo la madre no pudo jugar con ellas, como acostumbraba, pues su barriga de embarazada ya estaba bastante grande. Charo se sentó en la hierba, mientras sus hijas trepaban los árboles.

—¡Mira mamá, encontré una chirimoya! ¡Toma, esta es para ti! —vociferaba Chantal mientras arrojaba la fruta a la hierba, cerca de su madre.
—¡Cuidado, Chantal, cuidado que te caes, hija! —advertía su madre.

—Ja, ja; ¿una Chirimoya? Hay más de veinte si trepas más arriba, Chantal —señalaba Cheryl, quien era muy ágil trepando árboles.

—¡Ya basta! ¿No ven que pueden caerse? —las reprendió su madre poniéndose de pie—. Ya son suficientes frutas las que han conseguido... Bajen.

Las gemelas se bajaron sin ninguna dificultad y las tres emprendieron el camino a casa. Casi atardecía. Charo detuvo los ojos en dos hermosos y llamativos rosales de rosas rojas que se miraban el uno al otro. Quiso cortar sus flores para hacerse un bonito ramo que vendería en su florería; pero tuvo mucha pena de terminar arruinando los rosales.

Pero mientras Charo se detenía viendo esas llamativas plantas, su hija Cheryl, que tenía un hambre de león, tomó la única chirimoya que había conservado consigo, la miró apetitosamente, afiló sus dientes y le dio a la fruta un feroz mordiscón.

—¡Cheryl —la reprendió su madre—,  las frutas tienen que lavarse. ¡Dame esa Chirimoya, pequeña!
La niña le entregó la Chirimoya a su madre y ésta la puso en una canasta junto a las demás. Pero de la mano de Cheryl cayó una pepita de la fruta en la hierba. Nadie lo notó y nadie lo notaría hasta muchos años después.

La pepita que había caído de la mano de Cheryl fue acomodándose a la tierra con el pasar del tiempo. A los tres días, ya no estaba al aire libre, sino muy adentro de la superficie. Se hinchó el día cinco, hasta tomar el doble de su tamaño. A los seis días, la pepita se partió en dos, y a la semana, se asomó sobre la tierra una planta del tamaño de la uña de un dedo meñique. Aquella planta fue la que la viejecilla advirtió a Charo que no pisara, el día en que nació su bebé.

1 comentario:

  1. Es una obra interesante...mi hijo de 7 años lo esta leyendo .

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