martes, 27 de septiembre de 2011

EL REINO DEL HIELO (PARTE 1): CUENTO INFANTIL

No  lejos del Polo Sur hay un país que hoy en día casi nadie conoce. Lo gobierna un rey Pingüino y lo habitan animales que ya en la Tierra han desaparecido y otros que están muy prontos a desaparecer. Pero ¿cómo llegaban ellos a ese reino? Pues sucedía así: el rey Pingüino mandaba, a un cóndor, a contar, uno por uno, todos los animales que había en el planeta. 

Muy pronto volvía el Cóndor y le informaba al Pingüino qué animales abundaban y cuáles había pocos. Luego de saber qué animales corrían peligro de desaparecer, encargaba la misión de rescatarlos a una Ballena Azul muy grande. La Ballena recorría el ancho mar y comenzaba a llamar a los animales en peligro, emitiendo sonidos que sólo ellos podían oír. Las criaturas llegaban como hipnotizadas, recorriendo a veces largas distancias hasta el mar, y allí la ballena escogía a una o a dos y las hacía subir sobre su lomo; cuando  se trataba de pájaros o animales chicos, los llevaba dentro de su boca. Pero siempre los trasladaba a gran velocidad, mar adentro, hasta el Reino del Hielo.

En una oportunidad les tocó a dos Osos Panda (un Oso y una Osa) ser los llevados por la Ballena Azul a este misterioso reino del Pingüino.

—¿Adónde nos llevas, enorme Ballena Azul? –reclamó uno de los Osos Panda  al enorme animal.  Ambos Osos sentían mucho frío, pero sobre todo extrañeza de estar encima de ese gigantesco mamífero en pleno Océano.

—A un sitio mejor, infelices criaturas, en donde reina un generoso señor —les contestó la Ballena Azul.

Los Osos Panda, que hasta entonces no se habían mirado bien, se reconocieron. Pertenecían a familias enemigas. Sus padres, sus abuelos y ellos mismos, que habían vivido durante años en lugares diferentes de una misma montaña,  en otro tiempo se hubieran echado a pelear si se encontraban cara a cara. Pero estos Osos estaban desamparados y lejos de casa.

Pero luego de ese silencio, la Osa Panda, al ver al antipático Oso que la acompañaba en el viaje, dijo:

—¡Pero si  tú eres uno de los sucios Osos Panda que viven al lado izquierdo de la gran montaña!

—¡Pues sí –dijo el Oso Panda Macho—, y tú vives del lado derecho! Pero de qué vale, muchacha. A la Ballena le da igual que seamos de familias rivales y nos llevará a los dos al infierno.

A medida que la Ballena avanzaba, aparecían los montes blancos, estos botaban un vapor helado. En el mar parecía no haber algún pez, sólo unos curiosos animalitos con picos de pato que se zambullían con gran facilidad en el Océano. Los Osos al verlos creyeron que la Ballena los cazaría y comería. Pero, por el contrario, cuando ella los vio, mostró gran reverencia ante esas indefensas criaturas del Mar. Eran pingüinos, posiblemente parientes del mismo Rey.

 Al parecer, ya estaban cerca del destino, porque la Ballena disminuía su velocidad.

En el lado del reino que daba al Mar se situaba un hermoso Palacio que lo vigilaban dos fornidas Focas. Todas sus paredes y sus techos estaban hechos con el hielo más antiguo del país, que era mucho más duro que cualquier piedra que se haya visto. Por las noches, este Palacio, que parecía de cristal, brillaba aún más que la Luna en el Cielo.

Nadie podía llamar al Rey sin previa cita, a menos que fuese la gran Ballena Azul, quien traía animales de la Tierra. Cuando el enorme cetáceo se aproximaba hasta el Palacio después de recorrer grandes extensiones de mar, las focas anunciaban la llegada de la Ballena, y por supuesto, de los nuevos visitantes, al jefe del reino, el Rey Pingüino.

—Mi saludo a Su Majestad, Rey Pingüino  –dijo la Ballena Azul haciendo una reverencia a su rey—. Hoy he traído hasta el reino a dos indefensos Osos Panda que viven en la Tierra. Unos tipos que se hacen llamar humanos, pero que se parecen a los monos, son los que están cazando a los animales. A este tipo de osos casi los han desaparecido.

 —¡Oye Ballena mentirosa –dijo un Mono muy listo y conflictivo que la había escuchado—, los monos somos pacíficos y no matamos a nadie! Mientes, Ballena.

—No, no se trata de tus hermanos, Monito, sino de unos tipos que se les parecen. Bueno, no lo entenderías así te lo explicara todo el día, Mono charlatán.

—¡Claro que lo entendería si te expresaras bien, Ballena torpe y embustera!

—Ya,  déjense de riñas –les reprochó el Rey Pingüino—. Ballena Azul, por favor, baja a estos Osos Panda. En recompensa podrás comer durante este invierno el kril del Mar que está al oeste del reino.  Mañana no te olvides de traer al reino una Tortuga de Río; el Cóndor me ha dicho que los animales de ese tipo también corren peligro.

La Ballena bajó a los Osos Panda y éstos saltaron al suelo. Al ver su misión cumplida la Ballena se dirigió al mar del oeste del reino y llevó a su boca grandes cantidades de Kril, que era un pequeño crustáceo, no mas grande que el dedo meñique de un niño, pero allí existían tantos como estrellas hay en el Universo.

 Los  Osos Panda dieron sus primeros pasos en el suelo de hielo del reino del Pingüino. Se asombraron al ver tantos animales de lejanos lugares del mundo en ese país: chinchillas peruanas, mamíferos de Asia, elefantes que habían vivido antiguamente en Sudamérica y miles y miles de criaturas desaparecidas ya en todas las regiones de la Tierra.

—Sí…, sé lo que están pensando ustedes, amigos Pandas; –dijo el Rey Pingüino—. ¿Qué hacen estos animales extraños y desaparecidos en este lugar tan frío? Y es justamente ésa la razón por la que la Ballena los trajo hasta aquí a ustedes. Desde hace no pocos años, el mal clima y sobre todo  los humanos han acabado con muchas criaturas, pero aquí todos vivimos felices.

—Pero, Rey Pingüino –dijo Oso Panda—, no todos estos animales son de clima frío, veo monos, rinocerontes y otros animales que más bien he visto en lugares en los que el calor es intenso.

—¡Ay, señor, no le haga caso! ¡Este Oso ve problemas en todo!  Siga usted –dijo la bella Osa Panda que era un poco regañona.

—Bueno, lo que dice el Oso lo creen todos los que llegan aquí el primer día. Piensan que no aguantarán, pero basta con que les cuente mi propia historia y se sienten fortalecidos.

—¿Cuál  historia? –preguntó con curiosidad el Oso Panda.

—Bueno, yo antes era igual que los pájaros que ustedes ven en el Cielo, vivía con una familia muy numerosa en una espesa selva y teníamos un nido hecho entre las hierbas, como en esos tiempos lo tenían todas las aves. Luego llegarían las fieras y los animales grandes. Y cuando las aves se sintieron en peligro de ser comidas por ellos, volaron hasta las ramas de los árboles y allí hicieron unos nidos nuevos. Pero mi familia y yo teníamos unas alas tan pesadas y lentas para volar que cuando alcanzamos vuelo, todos los árboles del mundo ya estaban ocupados por el resto de las aves. Tuvimos que volar y volar días y días, hasta encontrar este pequeño rincón en donde no vivía nadie. Sí, al comienzo tuvimos mucho frío, pero gracias al amor que nos teníamos pudimos sobrevivir. Hoy nos hacemos llamar pingüinos y habitamos en esta zona. Aquellos animalitos que seguramente han visto cuando la ballena los traía son también pingüinos, y son mis parientes.

—Es muy bonita  su historia señor Rey Pingüino  —dijo conmovida la Osa Panda—, pero qué haremos nosotros aquí, rodeados de estos animales con los que muchas veces nos hemos peleado por la comida y por el territorio. Imagínese, si en la Selva que es grande, nos atacábamos, con mayor razón, en este pequeño lugar donde sólo hay hielo.

—Eso tendrán que descubrirlo ustedes mismos, amigos –contestó el Rey—,y con el permiso de ustedes me retiro. Tengo que hacer unas labores importantes. Les deseo que se hagan prontas amistades. Adiós.

Los Osos Panda avanzaron hacia el interior del reino que era en realidad una isla más o menos grande.  Caminaban sin cruzar una sola palabra, a pesar de que el Oso Panda la miraba coquetamente. Ella le respondía con una mirada de desprecio y seguía caminando como si estuviera sola. Dentro de la isla los megaterios competían en fuerza con los mamuts, mientras unos pájaros dodos  caminaban con lentitud y jugueteaban dándose picotazos entre sí.

 Pero los Osos Panda buscaban alimento en la Isla y un lugar para cobijarse: un bosque de bambú, o mejor aun, árboles de mora para treparlos y comer sus frutos. Pero no encontraron uno solo de esos maravillosos árboles en el reino.

De pronto se armó un gran ajetreó en la Isla. Un Tigre de Bengala y un Lobo Gris que habían llegado días atrás al reino, correteaban a una indefensa vicuña de tres meses de nacida.  Y cuando el Tigre parecía llegar primero que el Lobo para comerse al animal, resbaló en el hielo y se cayó. El Lobo que estaba detrás explotó en carcajadas. Entonces el Tigre se enojó y lo empujó, ante lo cual el Lobo respondería con otro empujón.

Un Loro de Jamaica, quien avisaba todo lo que pasaba en la isla, al ver la riña entre el Lobo y el Tigre, dijo:

—¡Un tigre y un Lobo se pelean porque quieren comerse a la Vicuña!, ¡un Tigre y un Lobo se pelean porque quieren comerse a la Vicuña!… ¡Juac, juac!

Ante los gritos destemplados de todos los animales salió el Rey Pingüino y exclamó enojado:

—¡Qué está pasando aquí, por qué tanto griterío y tanto correteo!

Se acercó la indefensa Vicuña y con voz muy fina dijo:

—¡Es que el Tigre y el Lobo me quieren comer...!

—¡Qué cosa! ¿Acaso alguien aquí quiere comerse a un hermano suyo?

En seguida aparecieron a la carrera el Tigre de Bengala y el Lobo gris.

—¡Rey Pingüino! –exigió el Tigre de Bengala—, tengo demasiada hambre y creo que tengo derecho de hacerme mi almuerzo con esta tierna Vicuña.

—¡Protesto, Rey pingüino! –replicó el Lobo Gris— yo he visto primero a esta suculenta Vicuñita y me la comeré solo.

—¡Óiganme ustedes, si tanta hambre tienen , allí está la Ballena para que los regrese al lugar de donde los sacaron, donde los hombres los cazan! –exclamó el Rey pingüino, señalando a la Ballena que estaba no muy lejos de la orilla—, pero aquí, nadie se come a nadie, eso está prohibido. Pero de todas maneras, quisiera preguntarle a esta pequeña  Vicuña qué piensa del asunto de ser comida por otro.

El rey Pingüino se acercó  a la Vicuñita y le preguntó.

—¡Hey tú, Vicuñita!  A ver, dime ¿en qué estómago te gustaría estar, en el del Tigre o en el del Lobo?

—En ninguno, señor Rey –dijo la avispada Vicuña—, creo que a nadie le gustaría terminar en el estomago de alguien.

—¡Ya oyeron ustedes, animales sin corazón! A nadie le gusta ser comido. Dejen en paz a esta Vicuña bebé.

—Pero Rey Pingüino —dijo el Oso Panda—, quizás parezca cruel, pero estos animales siempre han comido carne…

—¡No le haga caso a este Oso insensible!  –dijo la hermosa Osa Panda al Pingüino, sin mirar a su compañero—, ¿acaso no se da cuenta de que se trata de una pequeña criaturita?

—Pero, insisto —contestó el Oso panda mirando graciosamente a la bella y refunfuñona Osa—, deben de tener hambre, Rey Pingüino y ni siquiera hay hierbas o árboles con frutos comestibles. ¡Todo es hielo!

—Pues para eso está el Kril, amigos Osos, para eso está el Kril –dijo el Pingüino con más tranquilidad—, es la carne que se come aquí, y es la más exquisita que se haya probado, se los aseguro.

Y llegaron unas Focas cargando enormes bandejas repletas de Kril.  No hubo un solo animal del reino que no se abalanzara a degustar de aquel manjar marino. Era lo único que se comía en el País del Hielo y sin embargo bastaba, pues jamás se escuchaba un reclamo a la comida.

Todo transcurría en una tranquilidad casi perfecta, hasta que pasados dos días se supo que la Ballena no había regresado. Como sabemos, ella había sido encargada por el Rey Pingüino de traer una Tortuga de Río. Al ver la preocupación del Pingüino y de todos, el Cóndor fue en busca de ella.

Cuando el Cóndor ya había partido, se oyó un ruido muy extraño en el mar. Algunos pensaron que era la Ballena que regresaba, pero ella no echaba humo por arriba ni hacía un ruido tan latoso al andar. Se oyeron unas voces que no eran las de ningún animal. Las Focas y Pingüinos que solían hacer su guarida en las islas que estaban fuera del reino se asustaron. Cuando el enorme objeto humeante estuvo más cerca, el Rey Pingüino no tuvo dudas. ¡Se trataba de un barco lleno de humanos!

El barco se detuvo y se oyeron gritos de espanto:

—¡Perdidos, estamos perdidos! Dios mío, estamos perdidos –exclamó uno que parecía ser el jefe de la tripulación.

—¡Pero estamos rodeados de hielo!  ¡Quizás muramos aquí! –añadió otro tripulante.

El corazón noble del Rey Pingüino se conmovió. No venían a cazar, ni siquiera llevaban armas. Además, eran tan pocos que sólo el rugido de un Tigre o un Oso los habrían atemorizado. El Rey rompió su silencio  y  les dijo que echaran un bote al agua para llegar a la isla.

—¡Señores, sean bienvenidos al reino del hielo! –exclamó el rey Pingüino—. Aquí viven los animales que los hombres han matado o han invadido sus bosques tanto que casi no existen o dejaron de existir en la Tierra hace mucho tiempo.

—¿Un reino de animales desaparecidos? –preguntó el jefe de la tripulación—. ¡Vaya, ni nosotros que somos grandes marineros sabíamos de esto! ¡Esto es maravilloso! ¡Pero todos estos son animales muy antiguos! ¿Cómo llegaron hasta aquí?

—Los trae una gran Ballena Azul –contestó con sinceridad el Pingüino—, una ballena  que vino hace muchísimo tiempo a refugiarse en este lugar, asustada porque desaparecían muchos animales. Yo la convencí para que hagamos un refugio aquí, al que llamaríamos ‘El Reino del Hielo’, pero en realidad más que un reino es un albergue, y yo más que Rey, soy sólo el responsable del albergue.

—¡Interesante, muy interesante!  –dijo en voz alta el  jefe del barco—, lo que ha hecho usted es muy humano… Je, je, je…, perdone usted, quise decir…, es muy pingüino.

 El Rey  los hizo sentar  sobre unos muebles de hielo que servían para recibir a los animales recién llegados y ordenó que les sirvieran bandejas de delicioso Kril. Las Focas informaron a toda la comunidad que no había que temer, pues eran visitantes amistosos y que todos podían salir e incluso, según el Rey Pingüino, podían prepararse un espectáculo para entretener a la tripulación que habría sufrido mucho perdida en el Mar.

Todos los animales escogieron al más diestro de su grupo, los más entusiastas fueron los del grupo de los Megaterios, quienes eran animales grandes pero muy ingenuos: un megaterio expuso su agilidad haciendo malabares con las manos y la cola. Luego, un felino Diente de Sable mostró que podía partir un bloque de hielo de un metro de espesor con sus filudos dientes. Un mamut demostró que con la fuerza de sus patas podía aplastar tanto el hielo hasta hacerlo agua; y así, cada uno exhibía alguna habilidad grande o pequeña. Los únicos que se mostraron indiferentes fueron los Osos Panda quienes veían algo extraño en los hombres perdidos en el mar. Miraron a los visitantes fijamente y  movieron la cabeza de un lado a otro y luego se fueron. Fue la primera vez que los dos Osos Panda estuvieron de acuerdo en algo.

 Al finalizar el espectáculo, los hombres aplaudieron a todos los animales que habían participado.

—Así somos todos aquí en el Reino del Hielo, siempre generosos –dijo el Rey Pingüino.

De pronto, y sin que nadie se diera cuenta el Jefe de los tripulantes de la nave echó un vistazo a su barco y un pequeño animal de color gris oscuro, que estaba encima de la nave, le hizo una seña. El misterioso animal había venido con ellos y le dijo muy bajito:

—Muy bien jefecito, todo lo está haciendo muy bien. Estos tontos animales están cayendo redonditos en nuestra trampa.

Se hizo la noche rápidamente. Muchos animales temblaban del frío, otros para olvidar ese problema, se echaban a conversar largamente.

Sólo el Loro de Jamaica, quien se había posado en la parte más alta del barco, pudo ver al extraño animal gris dentro de la nave. Lo vio también saltar ágilmente del barco y dirigirse hacia el lugar de la isla en donde estaban la mayoría de habitantes del reino. El Loro al ver correr al animalejo gritó:

—¡Ha salido una Rata del barco! ¡Ha salido una Rata del barco! ¡Juac!

 Pero el Rey Pingüino  no lo escuchó, estaba muy distraído con los visitantes. Éstos le ofrecieron en agradecimiento una botella de vino. El Pingüino jamás había bebido licor, pero para no rechazar el regalo de los hombres, bebió un poco y prosiguió su interesante conversación con ellos.

La Rata, que ya estaba en medio del reino, afinó su voz, haciéndola muy dulce y comenzó a llamar a los animales más populares de la isla.

—¡Mamuts, felinos dientes de sable, pájaros dodos, cisnes gigantes, vengan todos! -gritó, cuidando de  que no la escucharan ni los osos ni  los monos que conocían de  lo malvadas que siempre son las Ratas.

—¡Pero si la que habla es una Rata! —dijo con horror la Osita Panda que reconocía esa voz fingida— ¡No vayan, amigos, es una trampa! ¡Una Rata sólo trae desgracias!

Pero la mayoría de animales, jamás había visto ni oído a una Rata y acudieron a su llamado.

—¡Vengan también ustedes! –llamaba  la Rata a los animales que veía más ingenuos—. Les tengo que decir cosas muy importantes.

Los animales más antiguos, que eran también los más crédulos, hicieron un círculo alrededor del roedor y se dispusieron a escuchar sus palabras.

 —Seguramente la mayoría de ustedes –dijo la Rata— creen que son bien tratados aquí. Pero  he observado la isla y me ha dado mucha pena ver animales tan desgraciados: siempre comen lo mismo, siempre les están mandando; y lo que es peor…; el hielo. Esto es deprimente, amigos; ¡deprimente!

—Pero el Rey Pingüino ha sido muy bueno con nosotros, gracias a él sobrevivimos hasta ahora, porque en la Tierra ya no existen animales como nosotros, todos los han matado –contestó el Pájaro Dodo.

—Es que ustedes son demasiado buenos para entenderlo, ese Pingüino los trajo para construir su reino y tenerlos aquí como sus sirvientes. Él está acostumbrado a esto del hielo, ¿pero ustedes? En la Tierra hay selvas, pampas, valles, colinas en donde podrían vivir mil veces mejor. Miren, yo antes era muy pobre, pero viajando con mis amigos del barco he llegado a comer de todo y voy a donde me da la gana. Ustedes podrían ser como yo… ¿O es que acaso son felices en el hielo y comiendo ese apestoso bocado al que llaman Kril?

Los pobres animales no tuvieron la astucia necesaria para contradecir a la Rata y se miraron entre sí.

—Creo que ese bicho tiene razón —dijo el Felino Diente de Sable.

—¿Y si le reclamamos al Rey Pingüino lo injusto que ha sido con nosotros? —advirtió el Cisne Gigante.

—¡No, él lo negaría todo y después nos castigaría! –contestó el Mamut.

—Tiene razón el amigo Mamut —dijo astutamente la Rata—, ese rey Pingüino se podría vengar de ustedes. Más bien, yo les sugeriría que les avisen de esto lo más pronto a sus otros amigos.

Desde ese momento la isla ya no volvió a ser la misma; la idea de que el Pingüino los había estado explotando corrió por todo el reino. Sólo los monos, el Loro de Jamaica, y los recién llegados Osos Panda, negaron que esto sea cierto y advertían a los demás que la Rata estaba en complicidad con los hombres llegados en el barco.

La Osita Panda se tomó la cabeza presintiendo una desgracia y su compañero Oso comenzaba a notar que la bella Osa panda, a pesar de ser enojona, tenía un corazón de oro. Le tomó su hombro para consolarla y le estrechó la mano proponiéndole ser amigos. La Osita panda aceptó.

Aun así, ella seguía preocupada y se lo dijo a su nuevo amigo:

—Es extraño todo esto, ¿verdad, amigo Oso?

—Y más extraño aún que la Ballena Azul no haya vuelto después de tanto tiempo —le dijo el Oso Panda a su compañera.

—Quizás esos tipos hayan matado a la ballena. ¡Ay Dios! —contestó ella.

Y cuando la Osa se tomaba de nuevo la cabeza ante ese pensamiento, un pequeño animal pasó muy rápido entre los dos Osos. Era la Vicuñita, sí, esa misma que no pudieron comer ni el Lobo ni el Tigre. La Vicuñita al ver a lo lejos el tumulto de animales que había reunido la Rata, corrió a darles alcance sin saber lo que le esperaba. La Osita Panda la atrapó mientras corría, la tomó entre sus brazos y dijo:

—No pequeñita. Tú no irás a ninguna parte; te quedarás conmigo.

El Oso Panda creyó prudente avisarle lo que estaba ocurriendo al Rey Pingüino, quien se había quedado conversando con los hombres. Pero el Oso aún no estaba seguro de que esos supuestos marineros tuvieran malas intenciones. Dudó tanto que se lo contó a su amiga,  la Osita Panda.

—Anda, amigo –contestó ella—, avísale al Pingüino, no seas zonzo. Esos hombres son tan malos como la Rata. Vamos, yo te acompaño.

Al llegar ambos hasta el Palacio, encontraron al Pingüino tirado en el suelo de la sala. Los hombres ya no estaban allí y tampoco su barco. Sólo encontraron botellas de vino por todas partes. El Loro de Jamaica les dijo que habían emborrachado al Pingüino y que muchos animales habían huido, convencidos por la Rata, en el barco de estos sujetos.

 Los dos Osos sacudieron al Pingüino para despertarlo.

—¡Rey Pingüino, despierte, despierte! —gritaba desesperada la Osita Panda.

El Rey Pingüino se despertó sobresaltado. Preguntó por los hombres, pero en seguida vio que no había nadie y se dio cuenta en ese momento que lo habían engañado. Para colmo de males, el Cóndor llegó después de tres horas y dijo que no había rastros de la Ballena. Cuando los Osos Panda decidieron contarle al Pingüino la mala noticia de que los animales más viejos habían fugado, el Rey Pingüino  enloqueció.

El barco, con muchos de los habitantes del reino, ya había fugado muy lejos. Los hombres, no eran marineros, eran en realidad asaltantes de barcos y vendedores de lo que robaban. Éstos celebraban su éxito, mientras que los viejos animales, muy felices, conversaban con la Rata sobre su futuro y le hacían a ésta preguntas muy ingenuas, como para qué servía el dinero, si también había hielo allá donde irían, o si alguien en el mundo de ahora había escuchado de ellos.

Llegaron a un lugar muy caluroso.  Al bajar y dejar el barco, se dirigieron a una gran carpa muy cerca de la playa, en lo alto de una pequeña colina de arena. Distinguieron a lo lejos una gran ciudad. Era muy grande, mucho más grande y luminosa que el reino del hielo.

—¡Hay hombres, miren muchos hombres, parecen hormigas! —gritaba emocionado el felino dientes de sable que tenía una gran vista.

—¡Pues yo no veo nada, amigo! —contestó el Megaterio—, solo que es de noche, que hay millones de luces allá abajo, y los que los que viven allí hacen mucho ruido.

—Sí —afirmó el Mamut con mucha seguridad—, eso es lo que no me gusta de este lugar; el ruido y el calor.

Estuvieron a punto de bajar de la colina e ir a explorar la ciudad. Pero los hombres del barco les ordenaron que se escondieran todos bajo la gran carpa, que según ellos les habían preparado para que a la mañana siguiente no los incomodara el Sol. Allí durmieron.

Todas las bestias dormían, pero los hombres se pasaron la noche despiertos: Traían cosas y se llevaban otras; cortaban algunos objetos y unían otros, en fin, trabajaban rápidamente. Tanto que cuando ya amanecía, el jefe de la banda observó el trabajo y les dijo que todo ya estaba listo.

Cuando despertaron los animales, notaron que los habían enjaulado. Los hombres  se habían ocupado toda la madrugada en construir sus celdas. El Pájaro Dodo oyó a uno de ellos decir que ya todo estaba preparado para ofrecer la primera función de su nuevo circo.

—¿Iremos a un circo? ¿Pero por qué nos han encerrado? Nosotros también queremos ir al circo —dijo el Cisne Gigante a la Rata.

—Oh no, amigo —respondió la Rata después de pensar un segundo—. Ustedes serán las estrellas del Circo, la gente vendrá para verlos actuar. Hemos pasado toda la noche construyendo sus habitaciones.

Unas luces se encendieron y mucha gente comenzó a llegar. Un señor gordo de bigotes caídos  anunciaba la función del circo afuera de la carpa: los nombres de todos los animales eran pronunciados por este gracioso hombre y ellos se enorgullecían al saber que serían famosos.

La función estaba por comenzar. Todos los asientos estaban ocupados. El señor, de los bigotes caídos dejó de llamar y se encendieron todas las luces. El jefe de los bandoleros, que  era también el administrador del circo, ordenó a  uno de sus hombres que llevara a los animales uno por uno al escenario. Se inició la función y el primero en ser llamado fue el Megaterio.

 Este animal hizo el mismo número que hacía siempre en el Reino del Hielo, es decir malabares con las manos y la cola. Pero, como los espectadores nunca habían visto un animal tan extraño y grande, creyeron que se trataba de un hombre disfrazado.

—¡Oigan, saquen a ese muñeco de allí! –dijo una señora de rostro desabrido.

—¡Quieren hacernos creer que esos payasos disfrazados son animales antiguos! —reclamó un señor que enojado se puso de pie y salió del circo con su hijita del brazo.

—¡Devuélvannos las entradas o llamaremos a la Policía por estafadores! —amenazó un tipo que estaba en la primera fila, al lado de su numerosa familia.

Se fue el Megaterio y salieron al escenario, uno por uno, el Mamut, el Pájaro Dodo, el Cisne Gigante, pero fue igual; las personas  no se cansaban de  abuchearlos  y les arrojaban, huevos, manzanas y tomates casi podridos.

Cuando toda la gente se fue, el dueño miró con odio a los animales. Sabía que el negocio del circo no funcionaría en ese pueblo. Después de un silencio momentáneo les dijo a sus hombres:
—¡Azótenlos a todos!

Los animales comprendieron que habían sido engañados por la Rata, que aquellos hombres sólo querían explotarlos sin importarles su vida en la Tierra. Ahora habían perdido  su libertad.

La Rata se burlaba de ellos, mientras comía un pedazo de pan tirado por uno de los hombres.

—¡Pobres tontos, me creyeron! —decía carcajeándose el roedor—. Ahora sus amigos estarán buscándolos. Pero jamás los encontrarán, porque los jefes (se refería a los hombres) se irán de pueblo en pueblo a hacer fortuna, mientras ustedes trabajan para ellos.

Y la malvada Rata se fue hacia la ciudad, probablemente a seguir engañando a otras criaturas ingenuas.

—Debimos hacer caso a los Osos Panda –dijo el Felino Diente de Sable que tenía el lomo muy dolorido por los latigazos.

 Estas y otras crueldades más sufrirían  aquellas criaturas del hielo.

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