martes, 27 de septiembre de 2011

EL REINO DEL HIELO (PARTE2): CUENTO INFANTIL

Pero ustedes, amigos que leen esta historia, se estarán preguntando qué pasó con la Ballena Azul. Muy bien, recordemos que el  Rey Pingüino le había ordenado que fuera en busca de la Tortuga de Río, ya que en el mundo estaban desapareciendo. Cuando la Ballena llegó hasta donde se unen los ríos de la Selva con el Mar, empezó a llamar a la Tortuga de Río.
Ésta escuchó el llamado, pero la Tortuga como era lenta, demoró varios días en caminar desde muy adentro de la Selva hasta el Mar. Era de noche, cuando la Tortuga llegó a la playa, y daba sus pasos medio dormida. Estaba como hipnotizada. Pero cuando ya estaba encima del lomo de la Ballena, se despertó y preguntó:

—¿Qué hago en este lugar?… ¿Adónde me estás llevando, monstruo marino?

—A un lugar mejor, indefensa Tortuga —contestó la Ballena azul—, en donde reina un generoso señor, al Reino del Hielo.

—¿Hielo has dicho? ¡Ay mamita! ¿No sabes acaso que vengo de la Selva, donde las aguas son calentadas suavemente por los rayos del Sol?

—Sí, lo sé —dijo la Ballena—, pero las Tortugas de tu tipo están a punto de desaparecer. Por eso el  Rey Pingüino ha ordenado llevarte.

—¡Ningún Pingüino va a decidir mi vida…, prefiero morirme que vivir entre hielos!

 Y la Tortuga  se lanzó al mar. Era una experta nadadora, tan buena que a la Ballena le costaba saber dónde se escondía.  El inmenso mamífero del mar aumentó su velocidad prometiéndose atrapar a la Tortuga a cualquier precio. Y estando a punto de cogerla, la Ballena quedó atrapada entre la arena de la orilla del mar. Intentó zafarse, pero mientras más lo hacía, más se llenaba su cuerpo de arena mojada. Cuando la corriente marina comenzó a bajar, sintió temor de terminar muerta en el arenal de la playa.

Los aullidos  de desesperación de la Ballena se oyeron  muy lejos, parecían los de un Lobo pero en un tono mucho más ronco. Algunos pescadores que tenían sus viviendas cerca de la playa despertaron.

—¿Has oído, Guillermo? Ese ruido viene del mar. –dijo una señora que era pescadora al, igual que su esposo, Guillermo.

—Sí, María –contestó Guillermo—. Pero no pretenderás que me levante a esta hora. Es medianoche y hace frío.

—¡Vamos, Guillermo será peor después! El ruido nos quitará el sueño.

—Está bien, María, vamos –dijo Guillermo a su esposa.

Jamás habían visto una Ballena Azul en sus diez años pescando en el mar. Era tan grande que en la oscuridad de la noche pudo haberse confundido con una montaña, si no fuera por sus alaridos.

—¡Ha quedado atrapada en la arena de la orilla, Guillermo —dijo María a su esposo—, ¡pobrecita! ¿Podremos hacer algo?

—¡Con el peso que tiene este animal, ni hablar, María! –contestó Guillermo a su esposa.

Se escuchó otro aullido. Esta vez era algo ensordecedor.

Los otros pescadores salieron de sus casas asustados. Creyeron por un momento que el mundo se acababa, ya que el suelo de sus casas se estremecía con cada aullido.

—Quizás sea bueno llamar a los Bomberos o a la Policía –dijo un pescador muy joven que también había salido.

—¡A estas horas nadie va a querer venir por una ballena atrapada en la playa! –dijo la mujer.

 Y ella corrió a tratar de mover el inmenso cuerpo de la Ballena.

—¿Pero qué haces María? –dijo Guillermo al ver a su esposa tratando de empujar al cetáceo.

—¡Lo que tú has debido hacer, salvar a este pobre animal! –contestó María.

—Al menos espera que yo te ayude —dijo Guillermo.

Y corrió hacia la Ballena. Y corrió también el pescador que había dicho que había que llamar a los Bomberos.

El ruido de los aullidos despertó y levantó a todos los pescadores del pueblo que corrieron hasta la playa. A la  media hora sumaban un total de ocho los pescadores que trataban de desatascar al cetáceo  y llevarlo  a aguas más profundas.

La Ballena alzó sus ojos hacia el cielo y observó que un ave que ella conocía muy bien planeaba en la lejanía. “¡Es el Cóndor, es el Cóndor y también él me ha visto!”, pensó ella.  Pero el Cóndor no  se atrevió a bajar por el temor de ahuyentar a los generosos pescadores que sin duda hacían sus mejores esfuerzos para salvarla.  

—Ni modo, tendré que venir  a ayudar a la Ballena más tarde –se dijo el Cóndor al ver a los pescadores. Y se volvió hacia el reino del Hielo.

Al llegar el Cóndor al reino percibió en muchos animales tristeza y aburrimiento. Ya no eran los mismos que todos los días se despertaban contentos  y desayunaban Kril. El Loro de Jamaica estaba entristecido: había enfermado de moquillo y ya no se escuchaban sus curiosas advertencias. El Loro apenas pudo saludar al Cóndor y decirle que un barco lleno de hombres se había llevado a los animales más antiguos del reino.

Se oyeron muchos quejidos de hambre y dolor en la isla. Algunos animales decían que la Rata había dejado enfermedades, pero otros, como la Osita Panda, sabían que ellos se enfermaban porque jamás se acostumbrarían a estar entre los hielos.

Al oír los aleteos del Cóndor, el Oso Panda salió a su encuentro, detrás de él, corría la Osita, con la pequeña Vicuña a la que tomaba entre sus brazos como si fuera su propia hija.

—Acabo de enterarme de lo que pasó aquí. Lo siento por no haber estado a tiempo. Aunque también tengo cosas que contarles —les dijo un poco agitado  el cóndor— . He visto a la Ballena Azul, ha quedado atrapada en una trampa de arena. Unos pescadores intentan ayudarla, pero debemos ir nosotros a salvarla.

—Déjame que te acompañe, Cóndor, quizás demos también con los ladrones que se llevaron a nuestros amigos.

—De acuerdo, iremos. Pero no le avises de esto al Pingüino. El querrá ir con nosotros, pero ya está muy viejo para esos trajines.

—Espérame Cóndor— dijo el Oso Panda—. Si la ballena está muy débil, es posible que necesite Kril. Se lo pediré a las Focas. En cuanto a ti, Cóndor, prepárate para volar conmigo encima.

—¿Volar con un oso panda sobre mi cuerpo? ¡Oh no!

El  Oso Panda trajo un  gran paquete lleno de Kril, se despidió cariñosamente de su amiga Osa y juntos se fueron volando a toda velocidad.

Cuando ya estaban a punto de llegar hacia donde estaba la ballena, el Oso Panda reconoció el barco en el que los sujetos supuestamente perdidos se habían llevado a sus ingenuos amigos:

—¡Ése es el barco, déjame aquí, Cóndor!  –dijo el Panda que estaba desesperado por rescatar a los animales que se habían ido.

 Cuando aterrizaron y el Oso se bajó a Tierra vio las huellas de sus amigos en la arena. Olfateó el suelo y dedujo que estaban a menos de una hora al norte.

—Nos encontraremos aquí antes que amanezca. Nuestros hermanos están en peligro –le dijo  el Panda  al Cóndor— Anda, busca a la Ballena y entrégale este paquete de Kril.

El Oso recorría el camino olfateándolo con minuciosidad.  A menos de una hora después llegó a un pueblo lleno de gente de mal vivir. Estaba seguro de que en una de esas casuchas  estaban enjaulados sus amigos. Y Estuvo a punto de acercarse a una de las casas de donde salían ruidos extraños, pero tuvo un plan mejor.

Mientras  el Oso Panda trataba de rescatar a los animales del reino del hielo, la situación de sus indefensos amigos empeoraba.  El circo había recorrido cuatro pueblos y  en todos estos habían sido recibidos con los mismos abucheos. El jefe de los bandoleros al ver que los animales no le servían para enriquecerse, planeaba deshacerse de ellos. Colocó un aviso en el pueblo para venderlos  a traficantes de animales extraños o  simplemente a vendedores de carnes raras, que los degollarían. Estaba seguro de que con cualquiera de esas opciones obtendría muy buenas ganancias.

En las jaulas, todos, estaban asustados. Rogaban que un terremoto lo derribara todo y así pudieran escapar. De pronto alguien tocó a  la puerta muy fuerte. El jefe de la banda salió a atender algo enojado, pues era media noche y había estado durmiendo. Antes de abrir llamó a sus hombres. Cuando estuvieron todos abrió con cuidado la puerta. Quien tocaba la puerta era un señor de una barba muy bien recortada y elegantemente vestido:

—¡Óigame, señor!, ¿no sabe que éstas no son horas de llamar a una puerta? –dijo el jefe de los bandoleros.

—Sí, lo sé, señores. Les ruego que me disculpen. pero sólo vengo de paso por esta ciudad y deseaba hacer un buen obsequio a mi esposa. Vi el aviso de que venden animales y me pareció fantástico regalarle a mi esposa algunas pieles de animales raros. Vengo de muy lejos. Soy el señor Osorio ¡Gusto de conocerlos!  Si están ocupados puedo venir en otra ocasión…

—¡No, no se disculpe, señor Osorio! ¡Si  viene por los animales no se disculpe! Debe saber usted que la piel de estos animales es muy fina, es más, es única, señor Osorio —dijo el astuto cabecilla de los bandoleros, cambiando su cara de enojo por una de satisfacción.

—La mansión en donde vivimos mi esposa y yo es muy grande, pero queremos decorarla. La piel de estas bestias se vería muy bien en la sala y en todas las habitaciones. Y sus cabezas  bien cortadas y disecadas podrían lucir bien en mi salón de trofeos.

—¡Perfecto, perfecto, señor Osorio! Pero, tenga en cuenta que como estos animales son únicos valen mucho. Quizás no le alcance dinero para comprarlos todos —dijo el jefe bandolero.

—¿Bromea usted? Soy el señor Osorio. El dinero para mí es lo de menos. Sáquelos de esas jaulas que me los llevo vivos. Llamaré por teléfono luego y un camión vendrá en seguida por ellos.  En mi mansión, mis criados se encargarán de quitarles, uno por uno, la piel y la cabeza…Yo aquí les firmaré un cheque. Luego se los daré para que escriban la cantidad de dinero que desee que les pague.

—¡Este Osorio sí que tiene mucho dinero! –se dijeron entre sí  los malhechores—, hay que escribir en el cheque la mayor cantidad de dinero que se nos ocurra…
El jefe de los bandoleros liberó a los animales para entregárselos al señor Osorio y éstos salieron de sus celdas con tanto miedo que no sabían si quedarse allí o irse con su nuevo dueño quien los haría despellejar.

—Bueno, señor ya puede llevarse a sus bestias. Deme el cheque –ordenó el líder de los malhechores.

—Aquí lo tienen, señores –dijo el señor Osorio—. Lean bien, por favor. No vaya a ser que piensen que no he escrito bien mi nombre y que los estoy engañando.

Recibieron el cheque frotándose las manos. Pero grande fue la sorpresa de los malhechores cuando lo leyeron:

—¡Pero qué ha escrito aquí! –dijo el jefe de los bandoleros totalmente pasmado—. ¡En este Cheque no dice Osorio sino…, OSO PANDA!...

—¡Y qué…! ¡Acaso el nombre Osorio no viene de Oso!

Y el  Oso panda se quitó el disfraz con que fingía ser el tal Osorio, Abrió su enorme hocico, mostrando unos colmillos tan horripilantes, que no hubo uno solo de los  ladrones que no saliera corriendo aterrorizado por la furiosa fiera.

El Oso se acercó y saludó a sus amigos, pero ellos estaban tan asustados como los malhechores.

—Vamos amigos, vine a rescatarlos. No hay tiempo que perder. Vámonos de este horrible lugar. El Cóndor nos espera.

Hicieron todo el camino de vuelta por la playa, aún no amanecía del todo. De pronto observaron algo impresionante; la Ballena Azul era movida por muchos pescadores que casi habían conseguido llevarla a aguas  más o menos profundas.

El Oso Panda pensó por un momento que los pescadores atacarían a la Ballena, pero el Cóndor que estaba sobre un acantilado les hizo una señal invitándolos a que suban hasta donde él se ubicaba.

—¡Qué bueno que llegaron, amigos y qué bueno es tener un compañero tan astuto como nuestro amigo Oso Panda! –dijo el Cóndor—. ¡He mirado a esos pescadores atentamente y no quieren hacerle daño a nuestra amiga Ballena! ¡Al contrario, desean que vuelva al Mar!

—¡Es cierto ya casi lo están logrando –dijo el Oso Panda!

—¡Ya lo han logrado, Oso! Mira, ya la Ballena ha avanzado por sí misma –dijo el Cóndor.

Los pescadores muy satisfechos se retiraron a sus casas. Habían salvado a una Ballena.

Amaneció completamente. La Ballena vio a sus compañeros del Reino del Hielo y se acercó un poco al acantilado. El Cóndor fue a su encuentro, con un paquete de Kril bajo sus alas.

—Toma, amiga, toma un poco de Kril. Tendrás mucha hambre. Pero aquí estamos para ayudarte. Pasaron muchas cosas, pero nos hemos salvado todos.

La Ballena devoró el Kril y reposó un momento mientras los demás descansaban en el Sol. Pero esta experiencia fue terrible para los animales del Reino del Hielo. Sufrían tanto el calor que parecía que la piel se les iba a derretir en cuestión de horas. Sólo el Oso Panda y el Cóndor se encontraban a gusto en ese lugar.

Es momento de partir. Súbanse todos a mi lomo. El Kril ha renovado mis fuerzas –dijo la Ballena, viendo que los pobres animalitos del hielo no se adaptaban a ese clima.

Se subieron todos  a su lomo. Pero el Cóndor prefirió volar. Después de todo, siempre lo hacía.

 No había tiempo que perder. La Ballena fue a toda velocidad. Al final de la tarde el Pájaro Dodo divisó a lo lejos el Reino del Hielo. Todos se alegraron.

—¡Hemos llegado! –dijo la Ballena azul con felicidad.

El Rey Pingüino deliraba  en su Palacio. Las Focas que lo cuidaban, lo llevaron hasta los recién llegados.

—¡Son ustedes! Esta vez no es mi imaginación, ¿verdad? ¡Sí, son ustedes…, y yo soy muy feliz! –exclamó el  Rey Pingüino.

—¡Si, Rey Pingüino, hemos regresado! Jamás debimos desobedecerle, ¡jamás! –dijo el Pájaro Dodo.

—Es una alegría verlos… Pero, oigan.  ¿Dónde está la tortuga que mandé traer? Llámenla para celebrar nuestro reencuentro. Vamos a traer a todos los animales que estén en peligro a este reino y aquí vivirán felices.

—No señor, sería mejor no traer más animales de otros climas– dijo el Oso Panda—. Al llegar al reino he visto el sufrimiento de muchos: los monos huyen por el mar a ver si llegan a tierras más calurosas, el Loro de Jamaica ya no nos trae las últimas noticias porque está enfermo, el Tigre de Bengala ha perdido la mitad de su peso, porque él está acostumbrado a cazar y no a que le sirvan sus alimentos…

—¡Pero yo me siento bien aquí, amigos! –dijo el Felino diente de Sable, abrazando al Rey Pingüino. Y lo mismo dijo el megaterio, el Mamut y el Pájaro Dodo.

—Ustedes lo han dicho, amigos. Ustedes se sienten bien, porque han vivido miles de años en el hielo, pero el resto de animales somos del calor. Vivimos rodeados de pomposos árboles, o en inmensas praderas. ¿Acaso no recuerdan cómo les molestaba a ustedes el Sol en la playa, mientras descansaba la Ballena? Lo mismo pasa con nosotros en el hielo, no nos adaptamos.

—Sí, el Oso tiene razón –dijo el Pájaro dodo.

Ya, ya. Dejen de estar hablando tonterías. En este Reino todos están bien. Aprendan de la vicuñita que nunca se ha quejado.

Pero mientras el Rey Pingüino decía estas palabras se apareció la Osita Panda llorando desconsoladamente. La vicuña bebé, de la que tanto ella cuidaba, había muerto.

Todos lloraron mucho la muerte de la pequeña Vicuña, sobre todo el Pingüino que se culpaba de haber sido tan terco ante los consejos que le daban otros animales. Existían criaturas que jamás se adaptarían al hielo y que debían regresar a su lugar de origen.

Al día siguiente, el loro de Jamaica,  el Tigre de Bengala, los monos que quedaban y todos los animales de otras tierras partieron a su lugar de origen. Los dos Osos Panda partirían al día siguiente.

Cuando se fueron todos, la Osita Panda se acercó al Oso y le dijo:

—Te debo una disculpa por si antes fui tan grosera contigo. Ya me contaron que gracias a ti se han salvado los animales que se llevaron con engaños los hombres. Eres muy bueno valiente y por eso te quiero.

Y la Osita Panda le dio un dulce beso a su amigo Oso.

El Pingüino, que salía de su Palacio, vio el inesperado beso y se avergonzó.

—Discúlpenme, amigos Osos Panda por interrumpirlos. Pero me siento triste. No quiero que ustedes se vayan, amigos. ¡Es triste! A este paso me quedaré solo –dijo el  Rey Pingüino.

—No Pingüino, No te quedarás sólo –dijo la Osita Panda—. Mira, ellos estarán contigo por siempre, el Felino diente de Sable, el Mamut, el Pájaro dodo, el Megaterio y todos esos animales que los hombres  creerán que ya se extinguieron hace muchísimos años…

Mientras explicaba esto la Osa Panda sintió un pequeño mareo y cayó al suelo.

—¡Qué te pasa! ¡Oh Cielos, dime qué te pasa! –dijo el Oso Panda, muy preocupado.

La osa Panda en el suelo, abrió los ojos, sonrió y se tocó su barriguita.

—No pasa nada, Osito tonto… Bueno, sí pasa algo: Lo que pasa es que voy a ser mamá…

 Y hubo un gran festejo entre los animales que aún vivían en la Isla y el Oso Panda fue el más dichoso de todos los que celebraron la maternidad de la bella Osita Panda.

A la mañana siguiente la Ballena estaba lista para partir a los mares de la China, de donde son los Osos Panda. Le habían prometido al  Rey Pingüino que si los hombres volvían a cazarlos por su piel  o por deporte, ellos no sólo volverían, sino que traerían con ellos a todos  los animales amenazados por la crueldad de ciertos humanos.

Así termina la historia que les he contado. Aunque me faltó agregar algo muy importante: Se preguntarán ustedes cómo he podido saber estas cosas. Es muy simple; yo soy el Oso Panda, y les escribo este cuento desde las montañas de la China donde está mi nuevo hogar. Tengo una casita hecha de bambú  en la que vivo al lado de mi compañera, la Osita Panda y de nuestros hermosos cachorros. Sólo  ella, yo, y quizás uno que otro animal sabemos el camino al Reino del Hielo, allá donde todavía viven las criaturas más extrañas del planeta.
Pero déjenme decirles una cosa, amiguitos. No hay nada mejor que vivir donde uno se sienta feliz. Los Osos Panda somos felices en las montañas y ni el Reino del hielo, ni el zoológico más moderno del mundo se comparan a nuestra casa. La libertad es nuestro mejor tesoro. No dejes que otro, por más bueno y amigo tuyo que sea, elija dónde debes vivir, qué debes hacer, ni qué camino debes seguir.

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