viernes, 25 de noviembre de 2011

LOS HOMBRES DE PLÁSTICO:Episodio 5

EL PAÍS DE LOS BAKELITAS

Una vez adentro del foso, me di cuenta de que no era tan hondo, como había pensado, y que además estaba seco. En un inicio, no se veía nada; pero moviéndome un poco, supe que éste llevaba a un camino que desembocaba en un impresionante mar de basura hecha de todos los tipos de plástico que fuera posible imaginar. No percibía ningún olor desagradable, pero vaya si era bastante difícil desplazarse por allí. Me aterroricé ante la idea de que me topara con escorpiones u otro tipo de bichos peligrosos. Con todo, sería bastante difícil que sobreviviera algún animal donde no había otra cosa que no fuera grandes cerros de plástico de todos los colores, texturas y formas.




Al final de esas montañas de basura plástica había un pequeño letrero que decía:


BIENVENIDOS A LA ZONA INEXISTENTE. TODO LO QUE VEA USTED AQUÍ ES PRODUCTO DE SU IMAGINACIÓN.


Recordé el reglamento de los polietilenos y tuve miedo de que ellos me atacaran por estar aquí.


Mientras seguía el extraño camino, sentía unos susurros que cada vez se hacían más continuos, los creí que los causaba el hambre y la sed que tenía; pues no había comido ni bebido nada. Tuve la sensación de que me iba a desmayar; sin embargo, una mano me cogió. El dueño de la mano era un tipo de cuerpo totalmente rojo, como el que tienen los autos deportivos.


—¡Psst! Silencio, no hagas bulla —dijo el sujeto—. Fuiste echado al foso del aburrimiento ¿verdad?


—Sí —dije tímidamente y sin tener la más mínima idea de quién era ese sujeto. Yo aún tenía la capa puesta. Es más, no me la quitaría de allí en adelante.


—¡Esos tipos no están bien de la cabeza, amigo! —dijo él—, se ríen todo el tiempo como chiflados. Pero aquí nadie te hará daño, porque has llegado al territorio de los bakelitas.


Pensé que no hablaba en serio y que simplemente se trataba de alguien enviado por el propio Polietileno 00 para rescatarme y seguirse burlando de mí. Pero luego, al llegar con él al fin del mar de los desechos plásticos, vi a otros muy semejantes a él. Todos eran bastante más delgados que los de Polietileno y de aspecto más sereno.


—¡¡¡Viva!!! ¡¡¡Viva!!! —gritaban del otro lado.


—Silencio, amigos —dijo el sujeto—, demasiada bulla nos hace daño… Ya estás fuera de peligro, amigo. No volverá a molestarte nadie de Polietileno. Los bakelitas somos la gente más buena que haya existido jamás.


Ahora me sentía más perdido que en un inicio; pues por lo menos antes sabía dónde se encontraba mi casa, pero ahora sí que estaba sin un rumbo definido. La vida de los bakelitas era menos lujosa que los de Polietileno, no tenían grandes construcciones. Todo lo contrario, vivían en pequeñas chozas en donde algunos ladrillos de plástico se sobreponían uno a otro, como los haría un niño que apenas está comenzando a jugar con sus piezas de Lego.


Pensé en que tal vez ellos sí me reconocerían por mi nombre antiguo, de modo que se los pregunté.


—¡Oigan, amigos! —les dije—. ¿Ustedes saben por qué los polietilenos me llaman Tommy?


—¡Eso es fácil… ¡Eso es fácil! —levantó la mano uno de ellos y hablando en voz muy baja, como si estuviera afónico, dijo llamarse Tecnopor Gris—. Cuentan los de Polietileno que llaman Tommy a un niño que se salvó de morir el día en que explotó la Bomba Mayor, hace 200 años. En ese tiempo vivían muchas personas hechas de carne, parecidas a ti. Un chiquillo de ocho años, llamado Mario, inventó unos trajes hechos de plástico para protegerse de incendios y otro tipo de accidentes. Dicen que fue muy felicitado en su colegio. Pero ese mismo día explotó la Bomba Mayor y todos los humanos murieron, menos él. Algunos creen que sobrevivió otro niño que también se puso el traje contra incendios, pero…


—¡Murieron! ¡Murieron! —lo interrumpí aterrado.


—Pero eso es mentira, amigo —respondió Tecnopor Gris—, son engaños de los de Polietileno 00. Dicen también, que todos murieron y que muchos de los plásticos eran sirvientes de los humanos, tomaron el control de todo, luego del estallido de la Bomba Mayor. Comenzaron a copiar todas las emociones de los humanos desaparecidos, pero hubo una que les gustó más, la diversión.


—¿Y el agua? —le pregunté yo, lleno de terror y muerto de sed—. ¡Qué hicieron con el agua!


—¡Ah!, ésa es otra historia —contó Tecnopor Gris—. Dicen que los polietilenos se multiplicaron tanto, que les faltaba espacio para vivir. Polietileno 00 decidió evaporar el agua del mar y los ríos. La gente se quejó mucho cuando lo hizo; pero él prometió crear un país enorme donde todo sería diversión y no había problemas. Así lo hizo y todos se olvidaron de la escasez de agua y de su sed... ¡Pero todo eso es engaño, amigo! Los humanos nunca existieron, ¡son un invento de Polietileno 00!


—¡Pero yo soy un humano y no soy un invento! —interrumpí yo—. ¡Allí te equivocas!


—¡No existes, amigo, solo eres un fantasma! —dijo otro que era de color azul y de rasgos bastante duros—, o tal vez eres nuestro sueño. Todo lo que soñamos o pensamos está manipulado por el perverso Polietileno 00.


Aunque tenían una forma de ver las cosas bastante rara, los bakelitas parecían ser inofensivos. Me encariñé mucho con ellos, sobre todo con el más comprensivo de todos, Tecnopor Gris, quien era como mi guía y que decía que conocía muy el espacio y algunos planetas. Descubrí que los bakelitas no usaban pantallas como los polietilenos, ni tenían grandes edificios; pero sí tenían un reglamento. El segundo día de haber llegado, Tecnopor Gris me lo leyó. Era éste:


1.-Bakelita es un país muy grande, el único que hay. El país de los polietilenos no existe. Todo es un engaño de Polietileno 00.


2.- A Polietileno 00 lo queremos mucho. No importa que viva engañándonos, porque al final él mismo es quien se engaña. Nosotros no le creemos.


3.-La diversión hace daño y también hace mal llorar. Hay que vivir con seriedad y hablar muy bajito, porque si no, la energía se te puede agotar. El secreto de la vida es resistirlo todo.


4.-Los bakelitas masculinos se llaman Tecnopor y las femeninas se llaman Nylon. No importa cuántos haya, todos los bakelitas se conocen al verse a los ojos. Los otros nombres son mentiras de Polietileno 00.


5.-El agua no es necesaria y la sed de agua que sentimos es solo un engaño de Polietileno 00. Más importante es el fuego que nos calienta y nunca se agota. ¡Debemos crear una nave que nos lleve al Sol para traer fuego que calme nuestra sed!


6.- Todos los números, sumados, restados, multiplicados y divididos dan siempre tres. No importa cuáles sean. Cualquier otro resultado, es un engaño de Polietileno 00.


Si las reglas de Polietileno me parecían tontas por su exagerado optimismo, las de los bakelitas me parecían igual de tontas por ser muy pesimistas. Me extrañó que todos nieguen la importancia del agua a pesar de que la necesitaban. También me extrañó aquello de los números. Eso lo había oído en otra parte. ¡Sí, el ejercicio de Hans Matemático! Él hacía una serie de cálculos para que el resultado sea tres. ¡Era una curiosa coincidencia!


A diferencia de los polietilenos, los bakelitas siempre estaban con la cara hacia abajo y sacudiendo la cabeza, como lamentándose de la vida. Andaban siempre con la lengua afuera, ya que se morían de sed, pero estaban convencidísimos de que no necesitaban agua. Solo el fuego lo creían importante para vivir. Tenían terror de enfermarse y lo más absurdo es que no tenían hospitales. Se pasaban la tarde construyendo sus casas, que a la mañana del día siguiente, el viento tumbaba. Lo único que los sacaba de su aburrida vida era darle la contra a un individuo al que llamaban el ”Contradictorio”.


Cierto día, Tecnopor Gris, cansado de mis súplicas, me llevó hasta donde estaba el “Contradictorio”. Al verlo, me quedé sin palabras. ¡No se trataba de un ser de plástico, sino de un humano, y no era otro sino, Hans Matemático, mi compañero de clase! Me acerqué a él; pero no me reconoció. Sólo hablaba de operaciones matemáticas.


—¡Amigos bakelitas! —decía Hans—, yo les enseñé una operación en la que el resultado siempre era tres; pero también sé hacer otros ejercicios, escúchenme…


Pero siempre era igual, no querían otra operación más. Solo les gustaba aquella en que sumando, restando, multiplicando y dividiendo, los números, invariablemente, daban 3.

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