viernes, 25 de noviembre de 2011

LOS HOMBRES DE PLÁSTICO:Episodio 6


LA GUERRA


Hasta ese momento, tanto los polietilenos como los bakelitas habían vivido más o menos en paz. Pero la realidad cambió cuando los bakelitas dijeron que habían terminado una nave espacial que los llevaría hasta el Sol y en la que traerían millones de toneladas de fuego del astro. Cuando Tecnopor Gris me lo contó, creí que bromeaba. Sin embargo, al llegar la noticia a los polietilenos, éstos decidieron destruir totalmente el país de los bakelitas, a los que llamaban siempre “los enemigos de la diversión”.



La nave que usarían los bakelitas para ir al Sol se llamaba “Atrapafuegos 3” y el lugar de lanzamiento sería el que los polietilenos llamaban “la Región Inexistente”, que en realidad sí existía y era el límite entre el país de los polietilenos y el de los bakelitas.


Todos fuimos invitados al lanzamiento. Iba a ser el mayor espectáculo en la historia de los bakelitas. Tecnopor Gris y yo ocupábamos los primeros lugares entre los espectadores.


—¿Está listo todo para el lanzamiento, colega Tecnopor Azul Claro? —preguntó un tipo con la cara tan plana como un chupetín.


—¡Sí, todo listo, colega Tecnopor Azul Oscuro! —contestó un tipo con movimientos de robot, y comenzó la cuenta regresiva, tan igual como la hacen los humanos con las naves espaciales, solo que los pobres bakelitas no sabían contar otro número que no fuera “3”.


—¡Tres…, tres…, tres…—decía Tecnopor Azul Oscuro—, esteee…, ¿qué número sigue?


Al otro lado, entre los polietilenos, según supe después, se alistaban los armamentos, que no eran otra cosa que graciosas esferas de todos los tamaños y colores. En Polietileno decían que aquellas poderosas bolas acabarían totalmente con los aburridos bakelitas y que morirían de miedo al verlas. Las esferas eran inofensivas y no hacían más daño que un pelotazo cualquiera. Pero bastaba que estuvieran en contacto con el fuego, para que explotaran y causaran un incendio que acabaría con un edificio entero. Las llamaban. “Las esferas de la diversión”.


Con potentes parlantes se anunciaba desde Polietileno que las esferas estaban a punto de lanzarse, si el “Atrapafuegos 3”, llegaba a despegar. Sin embargo, los bakelitas ni siquiera se molestaban en escuchar los anuncios: porque pensaban que el bombardeo de esferas era otro de los infinitos engaños de Polietileno 00. Yo me arrepentía de haber ido a ese espectáculo.


Y mientras todos esperaban que termine la cuenta regresiva para el lanzamiento, se desató un pavoroso desastre. El “Atrapafuegos 3”, sin que siquiera hubiera despegado y sin que al menos lo hubieran abordado sus valientes tripulantes, explotó, y comenzó a arder un fuego muy vivo alrededor del cohete, el cual se extendió poco a poco por toda “la Región Inexistente”.


Un silencio de cementerio se apoderó de todos los espectadores. Tecnopor Gris había enmudecido. El humo ya casi lo sentíamos en la cara.


Las llamas se vieron también entre los polietilenos. Polietileno 00, enloquecido, mando arrojar miles de esferas. Éstas no hicieron más que avivar el fuego, ya bastante grande. Pronto, todas las ciudades de los bakelitas comenzaron a arder. Al ver el incendio general, los bakelitas, lejos de alarmarse, lo tomaron como una dicha caída del cielo.


Abandoné, desesperado, la “Región Inexistente”, que comenzaba a consumirse entre las llamas y en el camino me encontré con el “Contradictorio”. Ya no tenía dudas de que se trataba de Hans. Me asustaron sus desequilibrados razonamientos, siempre en forma de cálculos matemáticos.


—¡Qué les parece este ejercicio, amigos! —gritaba, pero nadie lo escuchaba, solo yo— Si tenemos 1000 casas y se queman 997, ¿cuántas no quemadas quedan? ¿No es cierto que el resultado es 3?


Me lastimaba ver así a Hans Matemático, convertido en un enloquecido calculador de su desgracia. ¿Cómo había llegado Hans hasta aquí? ¿Lo habrían salvado junto a mí? ¿Por qué pensaba de la misma forma que los bakelitas?


—¡Reacciona Hansito —le sacudí con fuerza, desesperado y convencido de que era mi compañero de colegio—, nos vamos a quemar! Hay que apagar el incendio. ¡Los bakelitas están locos, igual que los polietilenos! ¿Me entiendes? ¡Están locos! ¿Conoces algo que sirva para apagar incendios? ¿Sabes dónde puedo encontrar agua?


—¿Agua? —explotó en carcajadas—. ¡Ja, ja, ja! Olvídalo, el agua desapareció hace muchísimo tiempo. De hecho, además de desaparecer los mares, los polietilenos inventaron una manera para que nunca llueva, porque para ellos, la lluvia no es divertida… ¡Y ya deja ya de decirme Hans, que comienzas a desesperarme, chiquillo!


—¡Amigo! —le dije de rodillas—, perdóname si en el colegio no tomaba en serio tus cálculos; pero te suplico que me digas si hay una forma de que podamos salvarnos, por lo menos, tú y yo. Quizás haya una manera de salir de aquí. ¡Recuerda que tú eres Hans, mi compañero de colegio, hace 200 años! ¿Recuerdas? ¡Si hubiera una manera de regresar juntos al pasado, nos salvaríamos Hans!


—¡No sé por qué me llamas Hans, ni sé de qué me hablas, amigo! —me respondió con indiferencia—, pero tanto te interesa escapar, e ir al pasado, existe una manera de hacerlo. Hay un cohete que un bakelita inventó hace muy poco. Se llama “la Nave del Engaño” y la quería usar para poder retroceder en el tiempo. La iban a hacer despegar el mismo día que el “Atrapafuegos 3”, pero el piloto se desanimó al final. Tengo entendido que es tu amigo, se llama Tecnopor Gris.


—¡Tecnopor Gris! —grité—, ¡me había olvidado de él! ¡Dónde está! ¡Debemos salvarlo! ¡Rápido!


Pero ya era demasiado tarde. Todas las ciudades de los bakelitas ardían en fuego. No volví a saber de ellos en adelante. Con mucho cuidado y con la ayuda de El "Contradictorio”, marché hasta “la Región Inexistente”, que era la zona donde se hallaba “la Nave del Engaño”. Sin embargo, mientras el fuego ya comenzaba a apagarse y nos dirigíamos hasta allá, vi algo que me llenó de espanto; una gran masa de líquido de color indefinido que avanzaba como un río. Recordé lo que me había dicho Dora Miradora a la salida del colegio, que cuando el plástico está caliente parece una sopa. Me tapé los ojos. ¡Todos los hombres de plástico, o casi todos, ya se habían derretido!

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