CUADERNO DE
NOTAS DE ALBERT EINSTEIN
Múnich,
lunes 12 de noviembre de 1888.
Hoy comienzo
mi diario. Bueno no es exactamente un diario, porque no todos los días ocurren cosas dignas de
registrarse en un papel. No puedo figurarme anotando cada cosa que pase a mi alrededor en todos los
instantes de mi vida: las discusiones de mis padres, las ocurrencias de mi tío
Jakob, las noticias que leí hoy en los diarios, el color de vestido que usó hoy
mi madre, lo que dijo cada niño en la escuela… ¡Es imposible!, además, anotando esta serie interminable de
frivolidades , quitaría espacio para escribir lo realmente importante, que a
decir verdad no ocurre todos los días de nuestra vida, sino de vez en cuando.
Por eso, en este cuaderno anotaré sólo algunos eventos o pasajes de mi vida que
llamen mi atención por su originalidad.
Ayer por
ejemplo, en la mesa, el tío Jakob, con la vanidad que lo caracteriza, decía que
era posible utilizar la velocidad de la luz para transmitir mensajes a un a un
aparato eléctrico. A mí me sonó a disparate, pero él hizo una pequeña apuesta
con mi padre quien pensaba como yo, es decir que esta era una fanfarronería más
del tío Jakob. Pero hoy por la mañana
supimos que el dichoso aparato existía: El tío Jakob nos esperaba de pie
y con una sonrisa pícara que nos hacía pesar nuestra ignorancia como 100 kilos
de plomo. Había puesto sobre la mesa la evidencia de su triunfo: era un extraño
artefacto en forma de una caja achatada con grandes botones y una antena
monstruosamente grande, a su costado había una revista científica en la que constaba
todo lo que mi tío había afirmado tan afanosamente la noche anterior. Mi padre
tuvo que sacar de sus bolsillos ciento cincuenta marcos. De pronto del aparato
se oyó un sonido: era la voz de un locutor
que transmitía una noticia local nada menos que desde Núremberg, a casi
200 kilómetros, incluso para no dejar dudas de que la transmisión era en el
mismo momento en que la oíamos, el locutor nos daba la hora exacta. Sin duda
que las ondas que llevaban la voz desde la cabina del locutor hasta el aparato del tío Jakob iban a la velocidad de
la luz, o por lo menos a una velocidad muy grande; de lo contrario, tendríamos
que esperar un cuarto de hora o más hasta que pusiéramos oír la noticia, y para
tal caso, preferiríamos comprar un diario en vez de oír una noticia atrasada.
Mi padre
dice que desde que nos trasladamos a Múnich los negocios van mejor. “Múnich
está cerca de todo, hijo”, me dice. Lo que es cierto es que Múnich es como el
corazón de Alemania. Todos los inventos del mundo llegan
aquí si es que no ocurre que son hechos en esta ciudad. Y como toda mi familia
se dedica al comercio de artefactos mecánicos y eléctricos esto es poco menos
que una bendición.
El tío Jakob
y mi padre están felices aquí, han vendido más de treinta bicicletas de pedal y
veinte lámparas eléctricas en sólo tres
semanas. Hasta yo me encuentro más cómodo en este lugar, aunque como en Ulm (la
ciudad en la que nací) la escuela sigue siendo mi ‘gran problema’.
Múnich, sábado14 de marzo de 1989
Hoy es mi
cumpleaños. Por lo menos lo será hasta que el reloj marque la medianoche. Hace
diez años, cuenta mi madre apasionadamente, vi la luz en la pequeña ciudad de
Ulm, a orillas del río Danubio. Mis recuerdos de esa ciudad van todos a su
enorme iglesia que termina en una elevada punta que pareciera que hace
cosquillas al cielo. Mi curiosidad infantil me hacía a veces entrar en ella a
pesar de mi origen judío. Algunas personas dentro de la iglesia tomaban mi
ingreso a la iglesia como una gracia infantil, otras afirmaban que un atrevimiento
dirigido por los Einstein, una familia cuyo origen judío era conocido en toda
la ciudad. Recuerdo otras cosas de Ulm pero no vale la pena anotarlas aquí.
Mi padre acaba de regalarme una brújula, aquel
instrumento que siempre había visto en las vitrinas de las tiendas y que me
había fascinado, ahora por fin lo tenía en mis manos. Este objeto tiene una
particularidad que me desconcierta: Es como si dentro de la brújula existiera
un gran imán para que la aguja (también
imantada) siempre se desviara al punto que indicaba el Norte. Pero no, tal imán
no existía, según indicaciones de mi padre y mi tío Jakob. Entonces ¿Qué es lo
que provocaba que la aguja se orientara siempre en la misma dirección, aislada
en su armazón, sin que nada estuviese en contacto con ella?
Múnich,
miércoles 17 de septiembre de 1890.
Hoy
desempolvé mi cuaderno de anotaciones importantes (eso suena mejor que llamarlo
‘diario’). La frase de hoy es “Detesto a las personas autoritarias, tanto en la
política nacional como en un salón de clases”: basta que alguien exponga un
punto de vista diferente en lo que se dice en un aula, para que ciertos ‘maestros sabelotodo’ crean que discrepar con
la clase sea igual a contradecirlo o burlarse de él. ¿No sería al revés? Cuando
uno discute más sobre un punto es cuando más atento está a la clase y quien lo
hace al menos tiene el beneficio de que se respondan a sus preguntas
‘extravagantes’. Esto me pasó hoy día y fue más o menos así:
Hoy, en la
clase de Ciencias Naturales el profesor tocó el tema de la velocidad. La
discusión comenzó así:
-Alumno Einstein
–dijo el profesor Eckendorf, ¿a qué velocidad usted pensaría que se mueve si
estuviera en una bicicleta que se mueve a 3 kilómetros por hora, en un
barco que de mueve a 60 km por hora?
-Bueno, yo
creo que la respuesta está en la pregunta, profesor. Me movería a 3 km por
hora. Así de simple –le contesté yo.
-¡Es posible
que no sepa usted que se suman las velocidades! ¡Súmelas y dan 63 Km por hora!
-Bueno,
profesor. Al ser el barco tan grande es seguro que no me interese su velocidad,
sino sólo la que lleva la bicicleta. Por eso le digo que pensaría que me muevo
a 3 Km por hora.
-¡Pero el
barco no está inmóvil, alumno Einstein! ¡Tenga usted más sentido común!
-Entonces,
profesor, cuando uno mide la velocidad un tren que va del Oeste al Este también
se tendría que sumar la velocidad con que gira la Tierra en el mismo sentido,
pues los trenes no están en el aire, sino en la Tierra.
-¡Usted es
un jovencito bastante insolente! ¿Por
qué no se remite a la pregunta que le hago?
-Lo estoy
haciendo, profesor… -dije yo.
Horas
después fui llamado por el Director,
quien me dijo que había sido suspendido de la escuela por una semana, por un
acto de rebeldía ante el profesor Eckendorf, teniendo como testigos a todos mis
compañeros de clase. El profesor había adjuntado una nota: “Su sola presencia
mina el respeto que me debe la clase”. Mi madre movió la cabeza como alguien
que dice “Este niño será el Hazmerreír de la familia”, pero obtuve la
inquebrantable aprobación de mi tío Jakob, con una frase que no olvidaré jamás
y que por eso la escribo “Este niño no
se cansará de decir necedades hasta que lo tomen por sabio”. Lo que más me
molesta de mi escuela es que es todo se hace básicamente por medio del temor,
la violencia y la autoridad artificial de los maestros.
Mi padre hoy
ha hablado hasta el cansancio del emperador Bismark, el canciller alemán. Dice
que su permanencia sería peligrosa para los judíos, aunque en la práctica no lo
éramos, porque no llevábamos el culto judío. Sólo los primos de mi madre
visitaban la sinagoga. “De todos modos, los judíos siempre son judíos”, decía
él, y se preguntaba si la situación cambiaría con la llegada del emperador
Guillermo II. Yo no veía ninguna diferencia entre el carácter autoritario de
Bismark y la brutalidad aterciopelada del Káiser Guillermo II. En fin, el mundo no está en peligro por las
malas personas sino por aquellas que permiten la maldad.
Múnich,
jueves 2 de octubre de 1890
Mi hermana
Maya tiene una gran vocación para las letras, cosa que contrasta totalmente conmigo.
Mi tío Jakob dice que ella como mi mamá parecen unas ‘perfectas ciudadanas de
Ulm’ donde todo; la pintura, el teatro y la literatura encuentran su máxima
expresión. Maya tiene un gran parecido a mi madre, es una niña de personalidad
dominante, impulsiva, amante del buen
gusto, como dice ella; y enamorada de la literatura francesa y de la música de
Beethoven. Yo, por el contrario, soy bastante sencillo al vestirme, mi madre me
recrimina el desastroso estado de mi cabello al salir a la escuela, me abstraía
tanto en mis pensamientos que a veces no me fijaba que un coche cruzara la
calzada y pueda morir entre sus ruedas; en fin. No soy el chico elegante y
pomposo que desearía tener toda madre, pero al revés de Maya, no entro en
discusiones con mi madre. La rudeza de mi madre para exigir un comportamiento
adecuado se confunde con su deseo de proteger a sus hijos, como una leona lo
haría con sus cachorros.
Desde hace
dos semanas mi hermana Maya y yo estamos recibiendo clases de Álgebra del
propio tío Jakob. Pienso que sería un buen profesor, pues utiliza comparaciones
ingeniosas para cuestiones tan inmateriales como las matemáticas. Empezó diciéndome que resolver un problema de
álgebra es como ir de cacería y que cuando el animal que estamos cazando no
puede ser apresado es posible llamarlo temporalmente ‘X’ y así continuamos la
cacería hasta que damos con él y lo echamos en nuestro morral”.
Maya lo ve
estrafalario. “El Tío Jakob piensa en el álgebra hasta cuando respira. Seguro
que sueña que las ecuaciones matemáticas
algún día vivirán y serán más inteligentes que las personas”, decía ella.
Hoy mi madre
me trajo un violín de muy buen sonido.
No era un Stradivarius (marca famosa de violines), pero el maestro que lo
fabricó era además un excelente músico. Fue
todo un acontecimiento, incluso mi madre me pidió que le pusiera nombre al
violín. Lo llamé Lina, como la gata siamesa que se nos había muerto el año
pasado. Todos pidieron que tocara algo para la familia para demostrar qué tan productivas habían
sido las clases que había recibido. Hice una improvisación pero sonó poco
convincente, de modo que preferí interpretar al buen Mozart; para cerrar el
mini-recital con piezas de Bach. Mi
madre confía en el violín como un buen compañero para niños solitarios, dice que este instrumento es el
mejor hilo conductor con el resto del mundo.
Múnich,
jueves 22 de octubre de 1891
Si mi familia siguiera la religión judía hoy
estaríamos celebrando la fiesta judía del Rosh Hashaná o el año nuevo judío y
habrían pasado 5651 años desde que Adán fue creado por Dios; quizás
conmemoraríamos junto a mi tío Efraín
este día. Pero el calendario judío no comienza con el año nuevo, sino con la
liberación de su pueblo de Egipto. Fuera de que practiquemos o no en casa la
religión que tenían nuestros abuelos y bisabuelos, me parecieron fascinantes
estos cálculos; saber que se usa otra medida para calcular los años hasta saber
con exactitud cuánto tiempo han transcurrido desde el comienzo del mundo hasta
hoy. Fue el tema de discusión entre el tío Jakob y yo esta tarde. Me dijo que
esas preocupaciones estaban pasadas de moda y que probablemente el hombre, y
más aún el universo, tienen muchísimos años más. No habría forma de calcular la
edad exacta del mundo, pues es tan viejo que cualquier cálculo que se le
hiciera sería sólo aproximado.
Por el contrario, para los niños de la escuela, casi todos ellos cristianos
(católicos o protestantes), estamos en 1891,
o sea en diciembre de 1891 se
cumplen 1891 años del nacimiento de Jesús. Con este hecho los países cristianos
llevan la cuenta del momento que viven.
Como el tío
Jakob me pareció bastante indeciso en dar un número exacto para contar la edad
del mundo, se lo pregunté a mi madre. Su respuesta me pareció tan graciosa como
desalentadora.
-¡Ay hijo!
Si quieres una respuesta ahora mismo, te la daré –respondió mi madre
sonriendo-, para mí el mundo comenzó hace 21 años cuando nací y supongo que
para tu padre será en 1847, cuando tu abuela lo trajo al mundo. Ahora, él te
diría seguramente que el mundo comenzó el día en que dejó de vender colchones y
consiguieron con tu tío Jakob un negocio mejor…
Me eché a
reír, no había otra opción. Hoy le di
título a una composición de piano que he terminado hace un mes -tocar el piano
y el violín son dos de mis aficiones preferidas-, la llamé ‘tiempo’, pues todo
el mes me ha estado preocupando demasiado la cantidad de años, días y horas que
tiene el hombre, la Tierra y el universo.
Múnich,
viernes 23 de octubre de 1891
El tiempo es
relativo; esa es la conclusión que saco de lo que me dicen una y otra persona;
cuando a cada uno le pregunto acerca de la edad del mundo, me dicen algunos que
el mundo comienza y termina con su propia vida; mientras que para otros el
mundo es tan antiguo que no se puede medir. Lo mismo pasa con el tiempo; todos
lo miden en relación a lo que hacen; por ejemplo, para alguien que salga muy
apurado de casa hasta la estación de tren, cinco minutos será bastante poco,
pero para quien esté esperando en la misma estación de tren a un amigo con el que viajará, cinco minutos le
parecerán una eternidad.
Sin embargo,
cuando le conté esta impresión a mi tío Jakob, me dijo que eso tenía una causa
sicológica, que cuando algo más se necesita parece insuficiente y por lo tanto
mayor. No había nada misterioso en ello, me dijo. Pero seguía interrogándome ¿El tiempo siempre
sería el mismo para dos personas sin importar su posición o situación?
Múnich,
miércoles 11 de noviembre de 1891.
Hoy llegó mi
tío Efraín a casa, a diferencia del resto de mis parientes, él practica con
mucho fervor la religión de mis abuelos. Mis padres fueron muy amables con él,
hasta se comprometieron a asistir a una sinagoga. El tío Jakob, como ocurre
siempre, dio a conocer su posición contraria a cualquier religión. Así fue la
discusión en casa:
-Si algún
día leyeras la cuarta parte de libros que hay en esta biblioteca, Efraín,
seguro entenderás por qué no tengo una creencia y tú mismo no creerías –dijo el
tío Jakob.
-Te
equivocas, Jakob. ¿Acaso ignoras que el pueblo judío es conocido como ‘el
pueblo del libro’? A los doce años yo ya
había leído los Textos Sagrados. Creo
que eso hace la diferencia.
-Pero yo
hablo de libros de Ciencia, Efraín. Puedes leerte una tonelada de libros religiosos
y no has descubierto nada…
-¡El
Judaísmo no es una religión…, es una ciencia!
No escuché
más de esa conversación. Me quedé pensando en lo último que había dicho mi tío
Efraín, y quizás más ¿Se oponía la ciencia a la religión? No estaba de acuerdo con el tío Jakob en ese
punto. Era necesario que alguien, o algo, estuvieran sobre nosotros ordenando
el universo. Mientras más indagaba en mis libros o en el laboratorio de mi tío
Jakob sobre la perfección de las leyes cósmicas tenía mucho más la certeza de
que existía Dios.
Múnich,
sábado 5 de mayo de 1894.
Acabo de
embarcar a mis padres en el tren que va a Milán. El tío Jakob viajó a Berna
(Suiza) hace tres meses. Estoy en el penúltimo año de secundaria. Debo confesar
que he sufrido más de la cuenta para aprobar cursos como Gramática e Historia
de la Literatura Alemana. Hasta hace pocos años me había acostumbrado a no
necesitar ser bueno en estas materias y
por el contrario, sobresalir enormemente en Álgebra, Geometría o física.
Desgraciadamente no es así. Un amigo que
había terminado la escuela el último año, apellidado Hartmann me informó de su
posterior fracaso por un diplomado en ingeniería mecánica. De modo que me temo
que tendré que hacer un doble esfuerzo para conseguir una vacante.
No me
entusiasma mucho la enseñanza en Múnich. Es imposible para un solo habitante de
esta ciudad, así sea el hombre más liberal, pensar por un momento que el tiempo
es uno solo. Es posible que me marche al después de mi graduación.
En realidad
sí he encontrado a alguien simpático en Múnich, pero no en sus calles sino en
un libro: Ernst Mach. Traduciendo su lenguaje difícil a palabras sencillas éste
afirma que el peso, la forma y la velocidad de un objeto en el universo están
establecidos por la atracción que ejerce el Universo sobre ese cuerpo; hasta da
un ejemplo: si un objeto se moviera en el espacio sin la atracción en el
universo su forma sería totalmente plana y su movimiento como una recta.
Yo me
pregunto, si depende de la atracción del universo la forma y la velocidad de
los objetos, ¿por qué no puede depender el también el Tiempo? ¿Por qué el
tiempo tiene que ser el mismo?
Milán,
Jueves 24 de Enero de 1895.
No ocurrió
nada relevante como para anotarlo en mi cuaderno en el resto de 1894. Sólo una
completa desilusión de continuar mis estudios en Alemania. Corrió una amenaza
de que de que todos los jóvenes entre 15 y 18 años seríamos reclutados para
el Servicio Militar de la armada de
Prusia. Eso no me ha impedido alejarme de mis libros y de nuevos
descubrimientos.
Apenas me
aparecí en Milán, en la tienda comercial de mis padres, ellos no pudieron
ocultar su desaliento, sobre todo mi madre, que me imaginaba graduándome. No
fue una grata bienvenida, sin embargo se alegraron de verme.
-¡Albert!
¿Por qué has dejado la escuela? ¿Acaso
no me dijiste que no te detendrías hasta
ser un ingeniero eléctrico? –me reprochó mi madre.
-Pero madre,
lo he intentado todo en Múnich, pero esa ciudad no es para mí.
-¿Pero no te
ibas a enlistar en el Ejército, Albert? –dijo mi padre.
-Oh, sí,
padre, así lo dije. Pero como les dije
antes, es una ciudad que vive en medio
del miedo. Lo único que he aprovechado
de Múnich son sus buenas bibliotecas.
-¡Muy bien;
nos ayudarás por ahora a reparar los fonógrafos que nos han llegado para
vender!… Después, veremos dónde continuarás tus estudios –dijo su padre.
Es invierno.
Milán tiene un clima mucho más suave que la impredecible ciudad de Múnich. Hay
muchos libros en alemán, así que no me
ha sido difícil seguir mis investigaciones aquí.
Cuentan que
Newton una vez se imaginó que lanzaba una piedra tan fuertemente que ésta
podría girar alrededor de la tierra como lo hace la luna; algo parecido se me
acabó de ocurrir ayer. Imaginé que podía viajar montado o dentro de un rayo de
luz; si ello ocurriera no vería dicha luz como un rayo, sino como algo
detenido; lo mismo pasaría con dos coches que viajaran a la misma
velocidad. A uno de ellos le parecería
que el otro está detenido, pero como son igual de rápidos no perciben la
velocidad. Lo mismo pasaría con la luz. Investigué algunos libros que hablaran
de la velocidad de la luz y me encontré con unas ecuaciones de un físico
británico apellidado Maxwell: “la velocidad de la luz es inalcanzable y así lo
fuera, ningún objeto podría mantener esa velocidad”. Lo he comprobado yo mismo
y me temo que lo único que no cambia físicamente en el universo es la velocidad
de la luz. No tengo aún las ideas muy claras, puesto que todavía tengo poca
información al respecto.
Escuela
Politécnica de Zúrich (Suiza), viernes 11 de diciembre de 1896.
Mis padres y
yo llegamos a un acuerdo y creímos que lo más conveniente era trasladarme a
Zúrich para culminar mis estudios. Para mi mal, sólo aceptaban estudiantes con
secundaria concluida, de lo contrario tendría que rendir una prueba de aptitud.
Fui evaluado, y como ha ocurrido otras veces, obtuve calificaciones muy altas
en algunas materias y extremadamente bajas en otras, por lo que no fui
admitido; sin embargo el director se ha mostrado sorprendido por mis altas calificaciones
en física y química. Me sugirió que culminara la secundaria, y que cuando eso
pasara, él sería el primero en recibirme. Mis padres estuvieron de acuerdo y en
la primavera pasada me matriculé en la escuela secundaria de Aarau, al oeste de
Zúrich. Fue una experiencia grata encontrar una persona en esa lejana ciudad,
que pese a que no me conocía bien, me acogiera en su casa, dicha persona es el
profesor Winteler. Con su familia he pasado los mejores días; allí he conocido
a su esposa, una señora extremadamente formal y con interesantes temas de conversación; además he
establecido una gran amistad con sus hijos, el ingenioso Paul Winteler y su
hermana, la hermosa María. De ella bastaría decir que si no fuera por este imán
que me atrae a investigar el misterio de la velocidad de la luz, me quedaría en
ese pequeño pueblo a descubrir el encanto que tiene la hija del profesor
Winteler.
Suiza y su escuela politécnica me hacen bien. Por eso me alegro de que esta nación me haya concedido ser
ciudadano suyo y. Por supuesto que algunos maestros todavía mantienen ese vicio
extendido en las escuelas europeas de creer que las escuelas se manejan como
cuarteles. El profesor Heinrich Weber es de lejos el más inteligente entre los
docentes del instituto, no sólo porque
nos deja usar el laboratorio a voluntad, sino porque escuchaba a los
alumnos jóvenes. Fue él quien estimuló mi amistad con mis compañeros de curso.
Me animaba a socializarme más o menos de esta manera:
-Señor
Einstein, aprovéchese de la inteligencia de su compañero Grossmann, no se
avergüence de hacerlo –me decía Weber.
Yo me
encogía de hombros y no entendía lo que Weber me quería decir, hasta que supe
que a Grossmann le decía lo mismo, es decir,
le decía “señor Grossmann, aprovéchese
de la inteligencia su compañero Einstein, no se avergüence de hacerlo”.
Entonces entendí que se refería a que dejáramos ese comportamiento
individualista y que compartiéramos nuestros hallazgos, haciendo así un buen
equipo.
Pero no sólo
me hice amigo de Grossmann, a nosotros se unieron, Michele Besso Conrad Habicht
y Maurice Solovine y Mileva Maric, esta última es una brillante estudiante de
nuestra clase en quien los profesores más encopetados habían tomado como una
revelación de la física contemporánea. Todos nosotros formábamos parte del
grupo intelectual llamado Olimpia.
Mileva es la
única mujer en el Politécnico, lo que hace más llamativa su inteligencia. Fue
ella la que propuso que en el grupo Olimpia
no se estudiara solamente temas relacionados con física, química o
matemáticas, sino extendernos hacia las ciencias sociales; así leímos y
descubrimos a Spinoza, Hume, Mach, Poincaré, Sófocles, Racine y Cervantes.
Si en mi adolescencia había creído que las humanidades estaban de más para un
aspirante a científico, hoy creía que
conocer lo que es el hombre es necesario para saber lo que nos falta o nos
sobra. Si sólo leyera periódicos y no libros de historia o literatura
dependería por completo de los prejuicios y modas de la época, o de lo que diga mi sentido común. Y ambos son, incluso
en el mejor de los casos, bastante mezquinos y monótonos.
Zúrich,
viernes 27 de abril de 1900.
La buena
costumbre de esta institución de estimular al alumnado a la investigación y no
solamente someterlos a ocupar una carpeta oyendo las clases del profesor, han
hecho grandes progresos en mí. Ayer me gradué con calificaciones mucho más
altas de las que hubiera esperado. Pienso que lo que me aturdía en el pasado
era llenarme de datos, nombres y fórmulas; todas esas cosas que podía encontrar
en los libros, sin necesidad de memorizarlas. Estos años los he dedicado sobre
todo a descubrir y pensar. Ningún manual
para el estudio lo hubiera podido hacer
mejor.
Recibí hace
unas horas la llamada de mi madre. Insiste en que yo tengo todo lo que se
necesita para ser un excelente Ingeniero Eléctrico. No supe comunicarle mi
disposición a hacerme profesor de la Escuela Politécnica. Mileva piensa lo mismo y ha presentado su
solicitud al Director.
Escuela
Politécnica de Zúrich, sábado 12 de mayo de 1900
He recibido
una noticia que ha sido como una punzada en el corazón. El profesor Weber, a
quien tanto había estimado influyó en el director para que no se me aceptara en
esta escuela como profesor de física y matemáticas. Pese a que todos han
coincidido en elogiar mis ensayos y en estimar mi metodología de enseñanza. La
noticia de que yo siempre evitaba estar en los salones de clases mucho tiempo
se había esparcido. El mismo Weber me dijo, al retirarse que su posición en
contra de que yo sea profesor no era nada contra mí, sino una cuestión de
disciplina, sólo eso. Por lo demás me dijo que podría dedicarme a cualquier
labor. Él mismo me sugirió una serie de vacantes en las que podría
desempeñarme.
Le comenté
lo sucedido a Marcel Grossmann, que era
el más apreciado de mis amigos:
-Qué canalla
resultó ser ese tipo –dijo Grossman.
-Ni tanto,
amigo –repliqué yo-. Quizás no tenga talento para ser profesor.
-Anda, no
seas tonto –me dijo Marcel-. Es cierto que a veces tienes un comportamiento un
poco rebelde, pero los años te enseñarán. De hecho, ya no eres el mismo
muchachito medio insolente que teníamos como compañero de clase…
En ese
momento llegó Mileva. Debo decir que Mileva no es la típica mujer dulce y con
una sonrisa a flor de labios, pero la agudeza de sus ojos castaños, siempre
firmes, atraen al más distraído de los estudiantes. Sus cejas, muy pobladas y delineadas, lucen naturalmente y contrastan
con sus finas facciones que ablandan esa falta de sonrisa diplomática común en
muchas señoritas. Su cabello corto deja
ver por completo el largo de su cuello y se acopla a la fragilidad del resto de
su cuerpo. Conversa con igual apasionamiento cuando le hablan de física,
filosofía o acerca de las pocas oportunidades laborales que tienen las mujeres.
Marcel se
retiró en seguida no sin antes saludar a
Mileva y despedirse de mí.
-¡Me parece
un acto de autoritarismo lo que nos está pasando, Albert! -dijo Mileva-. Me
acaban de rechazar la solicitud para ser profesora en esta escuela y me enteré
que a ti también. ¡Ay Albert, si no eres
amigo de estos tipos o peor aún, si eres mujer, no tiene caso insistir, estás fuera!
-Es una
lástima, Mileva, que en los últimos cien años
hayamos progresado tanto en tecnología, pero que en otras cosas seamos
los mismos cavernícolas de siempre.
-Hay cosas
en que los hombres tardarán más tiempo que en crear automóviles o
ametralladoras, Albert. No existen fórmulas
matemáticas para valores como la libertad, la igualdad o la solidaridad,
no es tan sencillo, por ejemplo que algunos tipos de mente estrecha piensen que porque tú eres
judío o yo soy mujer valemos mucho menos en este mundo.
Mileva no
hablaba con cualquiera, debía tener toda la seguridad de que la estaban
escuchando y que tenían sensibilidad por el tema. A veces sus compañeros la
forzaban a hablar y ella se irritaba tanto que les decía que detestaba hablar
todos los días de lo mismo con ellos. Sólo conversaba abiertamente con el mayor
de los estudiantes de la escuela, Michele Besso, quien conocía mucho de Serbia,
el país de Mileva; pero sólo yo consigo sacarle algún detalle de su vida personal,
sólo yo había llegado tan lejos en cosas
como tocar el violín para ella, lo hice esta tarde en el jardín de la escuela
Politécnica, y lo hice sólo por ella.
-¡No me
digas la melodía, que casi ya la adivino…! –decía ella queriendo adivinar qué estaba
tocando con el violín-. Es la sonata para violín de Bach, ¿verdad?
-Sí, Bach;
es el mejor amigo de Lina –le contesté.
-Lina,
¿quién es Lina? ¿Acaso así se llama tu novia? – me interrogó ella como si ello
importara mucho.
-No, así
llamo yo a este violín.
-¡Qué tonto
eres! –dijo Mileva coquetamente y mostrando una sonrisa tan dulce y hermosa
como nunca había visto en ella-, sólo a un tonto como tú se le ocurre ponerle
nombre a un instrumento musical… Y sólo a una tonta como yo se le ocurre que
puedes tener novia…
Nos
acercamos tanto que nos besamos… ¡Mileva me quiere! Me lo dijo después de
nuestro beso.
Berna, martes 29 julio de 1902.
Ayer murió
mi padre, el impulsivo comerciante de
las maravillas tecnológicas de esta época. Recuerdo que la última vez que lo vi insistía en que yo tenía
que ser ingeniero eléctrico. Hasta hace
unos minutos pensaba en que estaría destinado al fracaso profesional: todos
estos meses he estado trabajando como ayudante de docente en varias escuelas,
con salarios muy penosos. Estaba
resignado a sobrevivir en esas condiciones hasta conseguir una opción mejor,
pero cuando me disponía a ver si había llegado correspondencia, encontré en el
buzón de correo un sobre: se me invitaba a trabajar en la Oficina de Patentes
de Berna, una institución que se dedica a investigar propiedades y fenómenos
físicos y químicos con la finalidad de promover nuevos inventos. Creía que estaba soñando, hasta que recordé que
Grossmann y yo habíamos enviado nuestra solicitud con nuestro certificado de graduación a esa
institución, hace un año. Mileva me ha felicitado mucho y nos hemos renovado
amor. Es posible que nos casemos el año entrante. A pesar de la tristeza que me
ocasiona la muerte de mi padre, soy feliz. En algún lugar del universo habrá
recibido la noticia y estará tan dichoso como lo estoy yo.
Berna,
miércoles 15 de abril de 1903
Es
primavera. Mileva y yo nos casamos el 22
de febrero. No tuvimos muchos invitados
-asistió mi madre y algunos compañeros de la Escuela Politécnica- y la
boda fue sólo la confirmación formal de lo que ya vivíamos. Hasta el día de hoy me encuentro muy
satisfecho en la Oficina de Patentes. Lo único que me ha desconcertado es la
pregunta que me hizo Mileva ayer: “Albert, dedicas una gran parte de tu tiempo
a tu nuevo trabajo y eso hasta me alegra, pero ¿qué pasará cuando tengamos un
hijo? ¿Estarás, como ahora, sólo a la hora de cenar y dormir?”. No tuve una respuesta a la mano.
Berna,
jueves 13 de octubre de 1904.
Si no fuera
por lo antipático que es el gerente de la oficina de Patentes diría que soy un
hombre completamente feliz, pero como este tipo es todo lo opuesto a la
coexistencia pacífica, soy sólo relativamente feliz. Está supervisándome todo
el día con la finalidad de ver lo que hago y
tiene la insoportable manía de subestimar mis trabajos aquí.
Hoy Mileva y
yo nos encontramos, después de mucho tiempo, con nuestro buen amigo Michele
Besso. Como teníamos muchas cosas que conversar decidimos ir a un restaurante
italiano que está en el centro de la ciudad. Hablamos de la posibilidad de
armar mi tesis doctoral. Mileva ya tenía la suya, lo mismo que Michele. Traté
de evadir el punto, pero fue inevitable. Recordé que en mis ratos libres había
estado haciendo unas anotaciones sobre física molecular. Al echarme un terrón
de azúcar en el café, le dije al buen Michele algo que incluso a mí me ha
dejado sorprendido: “Michele, ¿tú crees que el cálculo de las dimensiones de
las moléculas de azúcar podría ser una buena tesis de doctorado?”.
Berna, domingo 14 de Mayo de 1905: Oficina de
patentes de Suiza.
He
encontrado aquí todo el tiempo que hubiera querido encontrar en otros tiempos,
incluso en mi niñez, para descubrir cosas realmente fantásticas. Sólo
me hacía falta un poco de tranquilidad y un poco de tiempo libre en el
laboratorio de la Oficina de Patentes.
Acabo de
llegar a las dos conclusiones que me había temido durante toda mi adolescencia:
la primera es que la velocidad de la luz siempre es la misma, no importa el
espacio que recorra, ni la velocidad que se le agregue o disminuya. La idea es
más o menos así: Si un amigo y yo disparáramos un rayo de luz, que fuera capaz
de dar una vuelta completa a la Tierra desde el mismo lugar y al mismo tiempo, pero con la diferencia de
que yo lo hiciera hacia el este (tal como gira la Tierra sobre su eje) y mi
amigo disparara hacia el oeste, los rayos darían la vuelta y llegarían al mismo
tiempo hasta nosotros, así lo indicarían nuestros relojes. No importaría el
hecho de que yo llevo la ventaja de que mi rayo gira en el mismo sentido de la
Tierra y él tenga la desventaja de que va en sentido contrario al que gira la
Tierra.
Pero si en lugar de disparar luz, mi amigo y
yo hiciéramos un viaje en dos aparatos que volaran y dieran la vuelta a la
Tierra a idéntica velocidad y al mismo tiempo, y como en el caso anterior, yo
voy en el sentido que gira la Tierra
sobre su eje, mientras que él lo hace de este a oeste. Al regresar, nuestros
relojes indicarían que el tiempo que tardé yo fue ligeramente más corto que el
que tardó mi amigo. En este caso me habría ayudado la velocidad de la Tierra
que se sumaría a la de mi aparato para llegar en menos tiempo que mi amigo.
Pero ¿por qué? Lo que ocurre en el primer caso
es que la luz siempre se desplaza a la
misma velocidad (300 000 Kilómetros por segundo), sin importar una velocidad que se le sume o se le reste en
el camino (en el ejemplo la velocidad que se suma o se resta es la velocidad en
que gira la Tierra sobre su eje).
¿Y el
Tiempo? Cómo explicar en el segundo ejemplo que los relojes marcaran un tiempo
menor si la distancia es la misma. La respuesta es que el tiempo no es el mismo
para todos los individuos mientras estén en movimiento y como todos los
individuos de alguna forma u otra se mueven, entonces cada individuo tiene su propio tiempo.
A estos y
otros trabajos -acompañados de sus demostraciones matemáticas- que acabo de escribir
los he llamado ‘Teoría de la relatividad’. Cuando se los comenté en las cartas
que les envié a mis amigos de Zúrich, me dijeron que estaba muy buena la broma
que les había hecho, pero que no me atreva a seguir jugando con ello, pues el
fantasma de Isaac Newton ‘el padre de la física’, me perseguiría sin descanso
hasta atormentarme.
Berna,
miércoles 18 de Mayo de 1910
Mis estudios a los que he llamado ‘Teoría de
la Relatividad’ aún son tomados como simples fantasías, pero por lo menos han
tenido un efecto favorable para mejorar mi economía. Estuve hasta el mes pasado trabajando como
profesor y conferenciante en la Universidad de Berna, en donde ingresé
obteniendo la primera plaza. Me he
encontrado allí con antiguos amigos que están también como profesores.
Desgraciadamente los problemas han aparecido por el lado menos deseado; se
trata de Mileva: desde que salí de la Oficina de Patentes nuestra relación ha
ido empeorando dramáticamente. Ayer las cosas llegaron a su tope, en una
discusión insufrible con ella:
-¡Jamás
había imaginado esta vida! –me increpaba Mileva- ¡Acaso sólo sirvo para lavarte
la ropa mientras tú sigues jugando a ser el científico famoso!
-Mileva –le
decía yo-, sabes que te amo. Si deseas, mañana mismo contrato a una criada para
que no hagas tantas labores.
-¡Tú sabes
que no me refiero a eso! –contestaba ella-,
cada vez te veo menos. Creo que más converso con la vecina que contigo.
-Pero este
trabajo será importante para nuestro
futuro, Mileva –le dije.
-¿Futuro?
¿Cuál futuro? Mírame a mí, yo no tengo
futuro. Hace mucho lo tenía, pensaba dedicarme además de a la física, a las
ciencias sociales, a defender los derechos de las mujeres. Pero ahora, sólo
tengo pasado.
Ese día
pensé en lo que me decían mi madre y hermana Maya acerca de Mileva, que era una
mujer que jamás se acostumbraría a acompañar en los quehaceres de un
científico, pues ella misma lo era y le heriría en su orgullo.
Zúrich
jueves 3 de diciembre de 1814:
Mileva se
fue definitivamente de casa hace un mes. Es irónico que ahora, cuando llegan
ofertas de distintas universidades y escuelas superiores en las que los
horarios son más flexibles, ella ya no esté aquí.
Tuve un paso
muy fugaz por la Universidad alemana de Praga ocupando la Plaza de Física
teórica. Tuve la oportunidad de dar clases a mi propia hermana Maya y a Paul
Winteler, hijo de uno de los pocos
profesores queridos en mi adolescencia. Ambos se habían hecho muy
amigos. Maya, que estudiaba lenguas romances en esa universidad, me preguntó
por Mileva. Tuve que decirle que estábamos separados. No mostró una gran pena
(ellas nunca se llevaron bien). Le encargué que le enviara saludos a mi madre y
le entregué 1000 marcos para los gastos domésticos.
Otra cosa que llamó mi atención allí es que ya
se hablaba del Principio de Relatividad, incluso de que el tiempo no era el
mismo para dos individuos que se encontraran en movimiento, por lo que se
comenzaron a utilizar los términos ‘tiempo oficial’ y ‘tiempo matemático’.
Me había
acostumbrado a la docencia en esta buena universidad, cuando al terminar el ciclo de clases recibí
una carta de Grossmann indicándome que había plazas vacantes para la Escuela
Politécnica de Zúrich. Alcancé, para mi satisfacción, la primera plaza y me
reencontré con el instituto donde me gradué. Era como si la vida me hubiera
dado la oportunidad de tener una revancha ante aquel examen de admisión que
desaprobé, aquella primera vez que pretendí
ingresar y tuve que regresar sin otra opción que culminar la secundaria.
Mi amigo
Marcel Grossmann me estuvo esperando, lo mismo que otros profesores que apenas
pude reconocer. Como es obvio, todos me
preguntaron por Mileva. Yo hice silencio, por lo que ellos supusieron lo que
había sucedido en realidad. La enseñanza en la escuela, había mejorado desde
que dejé de estar allí; lo único que lamenté fue no encontrar un grupo
intelectual parecido a Olimpia, en donde se debatieran por igual cuestiones
científicas y los problemas sociales de nuestro tiempo.
Al iniciarse
este año me llegaron propuestas de dos universidades; de Viena, de Utrecht, de
la Academia Prusiana de Berlín; además de que me ofrecieron seguir como docente
en Zúrich. Opté por la Academia de Berlín, pues me prometieron que me centraría
en el campo de la investigación, que era algo que hacía tiempo que no había
podido continuar. De modo que me despedí de Zúrich iniciando la primavera.
Berlín,
lunes 12 de junio de 1916
Hace dos
días presenté oficialmente todas las anotaciones que había publicado en el año
1905 que se referían al principio de la relatividad. Agregué nuevas cosas que
he descubierto en estos últimos años. A todo este conjunto de observaciones
perfeccionadas les puse el título de “Teoría de la Relatividad General”. Haber
ordenado mis principios físicos en un libro es algo que me hace infinitamente
feliz.
Pero lo que
me ha conmovido más es la carta que me ha escrito una niña de doce años, quien
seguramente por medio de sus padres o de un pariente ha sabido de mi
existencia. La carta era tan corta como exacta: tenía problemas con las
matemáticas. Me apresuré a responderle, pero recordé que alguna vez en mi niñez había tenido serios problemas
sobre todo en lengua y literatura alemanas. Entonces me propuse explicarle la
Teoría de la Relatividad a ella. Total, si es una buena teoría, tiene que
saberse explicar. La carta la redacté más o menos así:
Querida
Bárbara:
No te
preocupes por tus dificultades con las matemáticas; te puedo asegurar que las
mías son todavía mayores. Las matemáticas son solamente un lenguaje simbólico
para expresar el modo en que funcionan la Tierra y todo el Universo.
Voy a
demostrarte que las matemáticas son un modo de representar los fenómenos,
explicándote una teoría llena de fórmulas matemáticas, pero que derivan de una
ecuación muy sencilla, que incluso puede ser explicada sin usar las
matemáticas:
Te cuento,
Bárbara, que hace bastante tiempo descubrí algo que a simple vista no tiene
mucho sentido, pero que a medida que te lo vaya explicando estoy seguro que lo
entenderás. Lo que descubrí puedo
resumirlo a esta ecuación:
“La energía
de un objeto es igual a su masa, multiplicada por la velocidad de la luz
elevada al cuadrado”.
Te dirás ¿Y
qué cosa es la energía? Muy bien, te diré que un automóvil que va muy rápido
contiene energía, una energía en movimiento; mientras que un piano colgado de
una gran cuerda en el tercer piso de un edificio también tiene energía, energía
en potencia, porque solamente al caer podemos sentir dicha energía. Los cuerpos
que tienen mayor masa tienen también mayor energía.
Te
preguntarás también ¿qué es la masa? Para empezar, masa no es lo mismo que
peso. Por ejemplo comparemos a un elefante un pajarito. Es obvio que el
elefante tiene más peso, pero no por esa razón tiene más masa. Imaginemos esto,
Bárbara: llevamos al elefante y al pajarito en una nave espacial y los dejamos
que floten en medio del espacio. Los dos se mantienen flotando de la misma
forma, pero sabemos que el cuerpo del
elefante es más grande que el del pajarito,
por eso tiene más masa.
Pero esta
masa (el volumen del elefante) tampoco
es a la que me refiero en la ecuación, sino al
aspecto que tendría el elefante si es que alguien lo viera ir a una velocidad muy grande. Por
ejemplo: si el elefante tuviera 500 kilos y tanto el elefante y el pajarito viajaran a una velocidad de 200 000
kilómetros por segundo, el pajarito vería al elefante tal y como es, es decir
con sus 500 kilos. Pero si tú, Bárbara, que no te mueves y que los ves pasar los vieras, te aseguro que
verías que la masa del elefante ha aumentado, lo mismo ocurriría con la masa
del pajarito. Y mientras más velocidad
vayan los verías más grandes.
Ahora, su
velocidad podría ser mayor, pero jamás alcanzarían la velocidad de la luz, pues
la velocidad de la luz es infinita, la máxima que existe. Si alcanzaran la
velocidad de la luz la masa del elefante y la del pajarito serían infinitas,
tanto que no cabrían en el espacio y eso
es imposible.
Como verás,
la energía y la masa cambian, pero la
velocidad de la luz (300 000 Kilómetros en un segundo) siempre es igual, por
eso se le llama constante. De esta manera funciona la ecuación que arriba te
mostré: “la energía (que en lenguaje matemático se le llama ‘E’) es igual a la
masa (en lenguaje matemático llamada ‘m’)
multiplicada por la velocidad de la luz (en lenguaje matemático llamada
‘c’) elevada al cuadrado”. En matemáticas la ecuación se representa así:
E= mc2
Si haz sido
capaz de entender esto, Bárbara, comprenderás lo que yo mismo tardé años en
saber y que aún muchos de mis grandes alumnos no lo entienden del todo.
Un abrazo y
espero que te agrade esta pequeña carta.
Albert
Einsten.
Ya es muy
tarde. Tengo sueño. Espero que la niña en unos días responda a mi carta.
Berlín,
miércoles 12 de Marzo de 1919.
No ocurrió
algo notable entre 1916 y 1919 como para anotarlo aquí. Salvo la carta de
respuesta de Bárbara, la niña a quien le escribí sobre mi Teoría de la Relatividad.
Me contó que las matemáticas le han despertado mayor interés y que ha mejorado
en sus calificaciones.
Al comenzar
el año el juez emitió la resolución de divorcio entre Mileva y yo. Creo que
ambos hemos mejorado nuestra situación actual. La última vez que la vi en el
juzgado se le veía serena y hasta sonreía. Así terminó, al comenzar el año un
capítulo en mi vida cotidiana.
Hace tres
semanas tuve la visita de mi hermana Maya y me encontré con novedades poco
alentadoras referentes a nuestra madre: Estaba
muy enferma y pedía que fuera a tocar el violín en la casa por última
vez.
Viajamos en
el primer tren de la mañana hacia Zúrich Maya, Paul Winteler quien mantenía un
largo noviazgo con mi hermana, Michele Besso y yo. Llegamos a la ciudad al mediodía
y a la casa de la tía Fanny, en donde se alojaba mi madre, a las dos de la
tarde. Pude ver los muebles que me acompañaron desde mi niñez, la copia de un
cuadro de Rembrandt que solía mirar de
niño y, en la habitación final, a mi madre que tosía con todo el aliento que le
quedaba. El cáncer al estómago que tenía la había vuelto casi
irreconocible. No había llorado en años,
pero ante ese cuadro era imposible no llorar.
-Albert, mi
niño prodigio. Quiero escuchar el violín. Moriré feliz escuchándote tocar el
violín.
-Madre, no
exageres. Albert no es ningún Mozart, pero si tú quieres escuchar el violín… -
dijo Maya algo celosa por los halagos que me hacía mi madre.
-¡Lo tocaré,
madre! ¡Lo tocaré como tú querías que hubiera sonado el violín de mis propias
manos! –dije con una ingenua esperanza de que mi música la alivie.
Esta vez no
toqué una melodía clásica. Preferí una canción
que a menudo tocaban los campesinos
de Baviera, la primera que aprendí en el violín. Cuando aún estaba por
la mitad mi madre cerró los ojos. A las cinco y treinta de la tarde el médico
informó que había muerto.
Permanecimos
tres días en Zúrich organizando un funeral apropiado para la primera persona a
la que amé y me amó. Mientras mi hermana Maya, mi tía Fanny y sus otras
hermanas se deshacían en lágrimas, pensaba en Dios; ella sólo volvería a Dios,
de donde todos salimos y a donde volveremos tarde o temprano; no estaremos a
sus brazos, como estamos ahora, sino en su propio corazón.
Sólo
regresamos a Berlín Michele Besso y yo. En el tren de regreso, Michele me hizo
notar que una mujer joven que había estado en el funeral con nosotros, también
viajaba en el vagón. Llevaba un vestido sencillo que daba a entender que no venía de una
familia acomodada. Su cabello era castaño y sus ojos de color verde oscuro.
Tendría mi edad y me miraba
constantemente. Al fin, la llamé y la invité a tomar el par de asientos
desocupados que estaban delante de nosotros. Michel Besso permaneció en el
asiento posterior. Conversé con la
joven.
-¿Tú también
estabas en el sepelio, verdad? ¿Acaso eras amiga de mi madre?
-Algo más
que eso, soy su sobrina, aunque claro. Es un parentesco muy lejano.
-¡Entonces
eres mi prima! ¡Cuánto gusto, prima mía!
-Dime Elsa.
Eso de prima aparte de fuera de lugar, me perturba… Preferiría mi nombre.
-Muy bien,
Elsa cuéntame de ti ¿Por qué nunca te conocí? ¿Cómo te enteraste de la muerte
de mi madre? –le pregunté rápidamente.
Supe que la relación con los Einstein jamás
había sido del todo buena, que se había casado y enviudado de un comerciante
textil y otras cosas más. Yo por otro lado, le comenté de mis ocupaciones,
aunque a decir verdad, no mostró el interés que hubiera querido. Por último
supe que Elsa se quedaría indefinidamente en Berlín.
Berlín, jueves 29 de mayo de 1919.
A causa de
una severa dolencia estomacal tuve que permanecer en cama un mes entero. Cuando
Elsa se enteró por cuenta de Michele que estaba enfermo, decidió ella misma
encargarse de los quehaceres domésticos. No hubo un solo día en que Elsa no me
midiera la temperatura, ni me ofreciera
una sustanciosa sopa de gallina. Debo decir que es una estupenda cocinera y
además que si a una persona debo agradecerle aún estar vivo es a ella.
A veces
siento que abuso de esta angelical mujer cuando no la contradigo en que se
dedique a realizar todas mis tareas pendientes,
pero no puedo; su gesto dulce
como el de una criatura nacida para ayudar me convencen de que lo hace con
felicidad. “Que esa chispa que hay dentro de ti no se apague por hacer cosas de
poca importancia”, me dijo. Esa frase aún retumba en mi cabeza.
Berlín,
jueves 3 de julio de 1919
Es
difícil explicar las cosas que ocurren
con mucha velocidad. El movimiento de la luz es una prueba de ello. Ha pasado
poco más de un mes desde la última vez que escribí aquí y ya mi vida
ha cambiado mucho desde entonces. Primero, ayer me casé con Elsa. Después de dos meses de un conocimiento fugaz
supe que era ella la mujer que había estado esperando; no había en Elsa esa
personalidad irritante de Mileva ni un deseo de protagonismo, tan sólo me
quería como yo a ella, sin importar lo que yo era o podía ser. Pero cualquier
halago que le hiciera resultaría insignificante comparado con lo que hacía para
que yo fuera el ser más feliz posible dentro de la efímera felicidad del mundo.
Fue una boda
sencilla, improvisada como bella. Sólo fueron algunos amigos de Berlín. Mi
hermana Maya se excusó de asistir.
Berlín, martes 29 de julio de 1919:
Mi vida no
ha podido tomar un mejor rumbo. Se comprobó totalmente la relatividad del
tiempo ¿Cómo? Un equipo liderado por el astrónomo británico Arthur Eddington
dijo haber confirmado mi teoría de la desviación gravitacional de la luz de las
estrellas por el Sol, mientras fotografiaba un eclipse solar en el noroeste de África. Los resultados se
dieron a conocer en la “Royal Society de Londres”. En la radio, el encabezado de la noticia es
“¡felices noticias hoy!”.
Berlín,
martes 12 de diciembre de 1922
En algún
instante creemos que hemos alcanzado la cumbre de nuestros proyectos y pensamos
que es nuestro mejor momento. Yo no creo que sea así, es solamente el resultado
lógico de una suma de esfuerzos continuos que nos empujan hacia nuestra
realización total. Recuerdo a un joven Albert en 1904 viviendo modestamente con
su salario de la Escuela de Patentes de Berna, ese es el Albert que descubrió
muchas cosas y este otro, el hombre de mediana edad y de cabello ya blanqueado
es el que ha recibido un premio Nóbel
hace tres días, el que entrevistan todos los días reporteros de algún
diario de Londres, Bruselas, París o New York, el que cuestionan o celebran su
teoría dentro de la física moderna; en fin, aquel que su apellido se identifica
con la Ciencia misma.
Berlín,
sábado 22 de noviembre de 1930:
Me satisface
el haber creado junto a mi buen amigo, Leo Szilard un tipo de frigorífico
que se basa en un razonamiento muy
sencillo: En la cumbre del monte Éverest (el más alto del mundo) el agua hierve a mucho menos temperatura que
al nivel del mar, por haber poca presión
de aire. Al hervir el agua a poca temperatura, todo el calor generado por éste
se retira mediante un mecanismo, entonces la temperatura adentro del
frigorífico disminuye muchísimo y se produce la refrigeración. Nos produce
satisfacción, además, saber que es un artefacto que economiza electricidad y no
daña tanto la atmósfera.
Berlín,
domingo 11 de Enero de 1931:
Si no he
escrito mucho en casi diez años es porque no veía necesidad en reiterar mis
logros en este papel: conferencias, viajes
a otros países (EEUU, Inglaterra, Francia, España, Austria, entrevistas y
amistades con otros científicos, etc. Me
llamó la atención España, ese país en
donde la industrialización y la
investigación científica como la conocemos no ha llegado como debiera a causa
de los prejuicios heredados por el autoritarismo; es, a pesar de todo ello, un
pueblo que más allá del incentivo de sus autoridades, ha sabido revelar en sus
históricas universidades, y con las desventajas de no ser un país
industrializado, grandes hallazgos a nivel científico, sobre todo en medicina.
Pero como a menudo ocurre, las intromisiones políticas en el ámbito científico
influyen negativamente en los grandes avances de la Ciencia. Los grandes
espíritus siempre han encontrado una violenta oposición de parte de mentes
mediocres.
Europa en general vive un ambiente enrarecido en
donde ya no se debaten ideas ni se abren variadas soluciones a los problemas en
las ciencias naturales y sociales, sino se imponen sistemas que excluyen a los
demás o los desplazan a la miseria económica o moral.
Recuerdo
que cuando comenzaron los años mil novecientos, con ellos aparecieron
las naciones; los italianos se sentían orgullosos de llamarse así, lo mismo los
alemanes, los norteamericanos y otros más. Esto fue saludable hasta que su
orgullo comenzó a crear movimientos contra
extranjeros o contra personas consideradas así: asiáticos, gitanos y
sobre todo judíos han sido el blanco del odio acumulado en estos años. Ese
orgullo al que se le llama ‘nacionalismo’ se ha vuelto una enfermedad infantil.
Es el sarampión en Europa.
Londres,
miércoles 12 de Abril de 1933
Europa es
invivible, muchos hombres de ciencia e intelectuales en general están migrando
a países en donde puedan sentirse
libres. Hace un año abandoné Berlín, ciudad de la que me llevo los
mejores recuerdos, a pesar del grupo de corte fascista que acaba de tomar el
poder.
No pude
evitar la risa cuando el año pasado se publicó en Leipzig el libro ‘100 autores
contra Einstein’ con el fin de desprestigiar mis investigaciones. Cuando un
periodista me preguntó sobre lo que opinaba de esta publicación le dije: “¿100
autores contra Einstein? ¿Por qué 100 autores? Si yo estuviese errado haría
falta sólo uno”.
El próximo
domingo tomo el barco que me llevará a los Estados Unidos, es probable que no
regrese a Europa si las cosas siguen así.
Nueva
Jersey, domingo 3 de diciembre de 1933
La
pluralidad de muchas pequeñas naciones unificadas en un solo gran país me
sienta mejor. Me encuentro muy satisfecho en los Estados Unidos y en especial
dictando clases en la Universidad de Princeton. En este país los planteamientos
científicos son debatidos día a día y luego puestos a prueba para determinar su
validez o no. De esta manera esta nación ha logrado atraer como un imán a las
más célebres personalidades de la ciencia y del pensamiento en general de todo
el mundo.
Hay un
particular interés en lo que se refiere a la mecánica cuántica, o principio de
la incertidumbre, cosa con la que no
estoy totalmente de acuerdo, pues pese a que todo es relativo siempre existen
verdades incuestionables en la naturaleza de las cosas: El azar no existe, Dios no jugaría a los
dados.
Nueva Jersey, martes 22 de diciembre de 1936.
Elsa ha
fallecido. Procuraba no hablar de este
tema por la suma tristeza que me causa. Desde nuestra llegada a Norteamérica
padecía serios problemas de insuficiencia renal. Este año suspendí la mayoría
de mis clases para dedicarme completamente a ella y aún así pienso que no ha
sido suficiente. Pero finalmente todo lo que he llegado a ser se lo debo a
ella, a aquella compañera que jamás reclamó fama o que se le dé el mejor
tiempo, pues para ella el mejor tiempo era siempre. ¡Adiós Elsa!
Nueva
Jersey, lunes 5 de Septiembre de 1938
Me he
asentado definitivamente en este país, en donde muchos físicos alemanes y
europeos han expuesto sus teorías sin que se les pregunte por su origen. Pero
Europa…, Europa me entristece. Si el afán de polemizar fuera en los hombres
como su afán por las guerras, la Ciencia habría avanzado cientos de veces más.
Maya está aterrada por lo que pueda ocurrir con los judíos que están en
Alemania, algunos de ellos amigos y familiares nuestros. Muchos han sido
despojados de sus negocios y empleos. Un periodista de un conocido diario
neoyorquino me preguntó si había venido a este país por miedo a Hitler. Le dije
que eran ellos los que tenían miedo “Para la camarilla nazi los judíos no son
sólo un medio que desvía el resentimiento que el pueblo experimenta contra sus
opresores; ven también en los judíos un elemento inadaptable que no puede ser
llevado a aceptar un pensamiento fanatizado, sin posibilidad de crítica, y que
por eso el hombre judío es una amenaza a su desacreditada autoridad. Son ellos los que tienen miedo, yo
no”.
Parece
mentira pero este deseo de acabar con los judíos y con todo lo que tenga que
ver con ellos ha hecho que me interese por su fe, que me involucre en sus
rituales, que visite sus sinagogas. Durante este mes no he dejado de acudir a
la Sinagoga de Virginia una de las más grandes en los Estados Unidos.
Nueva
Jersey, martes 1 de agosto de 1939
Acabo de
dirigir una carta al presidente Roosevelt, en la que le hago saber de una
investigación, que había estado realizando con un grupo de científicos de
varias nacionalidades, sobre la
propiedad del Uranio (un elemento químico radiactivo) que podía liberar grandes cantidades de
energía y servir para detener el eventual avance del imperio Nazi. Me costó
mucho trabajo convencerme de que algo que hubiera investigado pueda ser
utilizado para una posible guerra, pero ante la sugerencia de mi amigo Leo
Szilard, cedí.
Nueva
Jersey, jueves 4 de diciembre de 1941
Este año fue
el de las entrevistas. Periodistas de diarios de diversos lugares de los
Estados unidos y el mundo han buscado que declare respecto a la guerra a la que
ha entrado Estados Unidos. Preguntas como éstas fueron comunes:
-Señor
Einstein, ¿es cierto que usted está colaborando con el Gobierno en
investigaciones para la fabricación de un arma secreta para los Estados unidos?
-Señor
Einstein, dicen algunos norteamericanos que el Gobierno no debería entrar en
guerra abierta contra Alemania ¿Qué opina usted?
-Señor
Einstein, ¿sabe usted del Proyecto Manhattan, que está preparando el gobierno
para defenderse de los japoneses?
Como las
preguntas me causaban mucha gracia, sonreía y satisfacía sus interrogantes.
Luego les decía: “no es tan malo esto de ser interrogado de cuando en cuando,
lo importante es no dejar de hacerse preguntas”.
New York, martes 14 de Agosto de 1945.
Si hubiese
sabido lo que ocurriría con el lanzamiento de la Bomba Atómica en Japón, no
hubiera escrito jamás esa carta. El viernes diez de este mes se apagaron miles
de vidas por causa de una guerra, absurda como todas las guerras. Y yo, caí en
el juego de responder a la brutalidad de los nazis planteando la posibilidad de
usar un mecanismo más efectivo.
¿Efectivo?,
¿matar seres humanos es efectivo? Ni siquiera los alemanes pensaron en esta
atrocidad. Me enteré por la radio de las bombas en Nagasaki e Hiroshima. No pude dormir esa noche. ¿Por qué esta
magnífica tecnología científica, que nos hace la vida más fácil, se vuelve
contra nosotros? Pienso que hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez
humana. Y del Universo no estoy seguro.
New York,
sábado 14 de Septiembre de 1946
Acabo de
tener una reunión con algunas personalidades de la Ciencia, Filosofía y de la
sociedad mundial. Es necesario que todas las naciones se comprometan a suprimir
cualquier amenaza a la humanidad, sea cual fueren sus motivos. Una vida vale
más que miles de millones de dólares invertidos en armamentos. Un gobierno mundial
capaz de neutralizar cualquier amenaza de cualquier imperio, sea de Oriente o
de Occidente sería lo mejor.
Es posible
que éstas sean mis últimas líneas en este cuaderno recordatorio de eventos
importantes en el que registro vivencias desde que era niño. A mi edad actual el acto de escribir ya no es
algo tan sencillo. Los huesos de mi mano trabajan sobrehumanamente. Sólo me
resta decir algo que también fue la respuesta a la pregunta que un reportero me
hizo hoy: Hay un arma capaz de
contrarrestar el poder de la bomba atómica, es el arma que toda nación
debería
fabricar, la mejor de todas: la paz
.
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****************
****************
Albert
Einstein no volvió a escribir más. De allí en adelante se dedicó a realizar pronunciamientos pacifistas que
desgraciadamente no fueron escuchados en su momento. Fue muy crítico con los
gobiernos posteriores norteamericanos, que incluso reclutaban científicos alemanes que habían trabajado para Hitler,
con el fin de estar un paso adelante que la Unión Soviética, con la que en ese
tiempo mantenía una serie de conflictos.
Se reunió con pacifistas de diversas partes del mundo, con la finalidad de
crear conciencia de que un conflicto de magnitudes similares a la Segunda Guerra Mundial sólo nos conduciría a
la destrucción como planeta.
Al final de
la guerra y del Holocausto Nazi, Einstein apoyó la creación de un país en donde
el pueblo judío no fuese amenazado. Así
fue uno de los promotores del nacimiento del Estado de Israel, el cual fue
creado en 1948 y tuvo como Presidente a un viejo amigo suyo, Chaim Weizmann. A
la muerte de éste, en 1952, el embajador de Israel en Estados Unidos, Abba
Eban, le propuso la presidencia de Israel, pero Einstein rechazó la invitación
con estas palabras:
“Amo al
pueblo Israelí, pero de ser su presidente, tendría que decir muchas cosas que
quizás a los israelíes no les gustaría
oír”.
Paralelamente
Einstein realizó algunas investigaciones en Física. Los últimos días de trabajo
de Albert Einstein se basaron en su búsqueda de unificar la Teoría de la
Relatividad y la Física Cuántica (muy popular ya en esos años). A la que se le
llamó ‘Teoría de los Campos unificados’. Sin embargo obtuvo poca aceptación, no
por carecer de fundamento, sino porque le faltó tiempo para culminarla.
En los años
50 la salud de Einstein empezó a quebrantarse. Fue un17 de Abril de 1955 cuando
Albert Einstein sufrió un aneurisma en una de las arterias de la parte
abdominal. Fue conducido al hospital de Princeton, pero allí sólo sobreviviría
unas horas. Murió la tarde del 18 de abril del mismo año.
Al final de
la guerra y del Holocausto Nazi, Einstein apoyó la creación de un país en donde
el pueblo judío no fuese amenazado. Así
fue uno de los promotores del nacimiento del Estado de Israel, el cual fue
creado en 1948 y tuvo como Presidente a un viejo amigo suyo, Chaim Weizmann. A
la muerte de éste, en 1952, el embajador de Israel en Estados Unidos, Abba
Eban, le propuso la presidencia de Israel, pero Einstein rechazó la invitación
con estas palabras:
Paralelamente
Einstein realizó algunas investigaciones en Física. Los últimos días de trabajo
de Albert Einstein se basaron en su búsqueda de unificar la Teoría de la
Relatividad y la Física Cuántica (muy popular ya en esos años). A la que se le
llamó ‘Teoría de los Campos unificados’. Sin embargo obtuvo poca aceptación, no
por carecer de fundamento, sino porque le faltó tiempo para culminarla.
TRABAJO
REDACTADO PARA EDITORIAL ARSAM EN 2011.©DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS.
ADQUIERE LA
VERSIÓN COMPLETA E ILUSTRADA
muy largo para leerlo o solo entre por un ejemplo de biografia novelada
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