miércoles, 14 de diciembre de 2011

Bábar, el elefante viajero: Parte 1



Basado en el libro de Jean de Brunhoff.



Advertencia: Esta versión es libre y guarda algunas diferencias con la original.



                             La historia de un elefante



Hubo una vez en la pomposa selva
          
Una joven elefanta a la que llamaban Ana.

Siempre contenta marchaba por la hierba,

Pero un día sintió unos dolores en su panza.

—¡Ayayay! —se quejaba de dolor Anita.

—¡Anita —dijo un elefante viejo— ,qué te pasa.

—Me pasa, viejo Cornelio —decía ella desde el suelo—

lo que nos pasa a nosotras, las elefantas:

Voy a dar a luz. Voy a tener mi cachorrito.

—Pues hubieras comenzado por allí, muchacha.

Yo te ayudaré a tener a tu hijo —dijo Cornelio.

y la agradecida joven le tendió una pata.

Así Cornelio la ayudó a tener a su bebito.

Era un pequeñuelo y lo llamaron Bábar.





Bábar y su madre caminaban siempre juntos. 

Ella lo mecía con su trompa; lo besaba. 

Luego le cantaba una canción a sus oídos; 

y entonces los ojitos del pequeño se cerraban. 

No paraba de crecer, cada vez era más alto. 

Los elefantitos lo llamaban "¡Bábar! Bábar, 

Vamos a jugar, a beber agua de los pozos!". 

Él cavaba entre la arena y ya tenían agua. 

—¿Por qué Bábar será siempre el más listo de nosotros?, 

—decía Celeste, una elefantita, muy alegre y guapa. 

—¡Sí, Bábar es inteligente! —decía su amiguito Arturo. 

Pero en ese instante se oyó un ruido, como balas. 

—¡Corran todos!, corran que esos ruidos no son buenos! 

—decía Cornelio, el más viejo de la manada. 

Bábar corrió ligero a encontrarse con su madre. 

—¡No te asustes, hijo! Es un trueno. Siempre pasa. 

Ya estaban contentos, otra vez, Bábar y su madre, 

Pero el rifle de un hombre se asomó entre las matas. 

"¡Plam! ¡Plam!", sonaron dos disparos. 

y la elefanta Anita cayó sobre su espalda. 

—¡Mamá, Mamita! —lloraba una y más veces su pequeño, 

y el hombre malvado se acercó también a Bábar. 

—¡Corre Bábar!, no seas tonto —le gritaban los monitos. 

—¡Bábar, corre al río! —algunas aves le piaban. 

—¡Súbete al árbol! —rugió un leopardo muy atento; 

pero Bábar corría, sin detenerse para nada. 




Cuando detuvo su marcha ya no había más selva. 

              ni ríos, ni árboles, ni hipopótamos, ni garzas, 

              sino autos cruzando largas avenidas, 

              pero lo que más vio fue elegantes casas. 

              Todo era nuevo a los ojos del cachorro, 

              nuevos lugares, nuevos hombres, nuevas máquinas. 

              Las personas siempre andaban con sus ropas, 

              y cuando llovía, todas abrían un paraguas. 

           "¡Qué lugar más extraño y bello!", pensativo él se decía. 

            Una anciana, sentada en un banco, lo miraba. 

             Él tenía algo de miedo de acercarse, 

            pero la mujer sacó un canasto de avellanas. 

            —¡Avellana, elefantito! ¡Están frescas y dulces! 

           —lo llamaba amorosamente aquella anciana. 

           Bábar, indeciso, dio unos pasos hasta el banco, 

          tomó las avellanas con la trompa y con gran gracia. 

          ¿De dónde vienes? —dijo la anciana mujercita—. 

          ¿Con quién vives, amigo, y cómo te llamas? 

          —¡De la selva vengo! Me persiguen, me persiguen, 

         y a mi mami la mataron! —respondía llorando Bábar. 



         —¡Ven aquí!, ¡Ven mi solitario elefantito! 

         que hay mucho espacio para ti allá en mi casa. 

        —lo consoló la anciana y lo llevó en una carroza 

        de asientos muy cómodos y grandes llantas. 

       La carroza se detuvo en una casa enorme. 

       —¡Este será tu nuevo hogar! —le anunció la anciana. 

      Tenía árboles, caballos y muchas flores, 

      y su puerta principal conducía a una gran sala. 

      —Aquí nada te faltará, mi elefante cachorrito. 

     —decía ella, mientras le probaba una corbata—. 

     La ropa te queda muy bien, es de Toribio, 

      un hipopótamo que vino un día de África. 



      La anciana le enseñó a leer, a lavar sus manos, 

     Lo paseó en auto e hicieron luego gimnasia. 

     Después, le puso un traje y lo sentó a la mesa. 

     y comieron juntos, con cubiertos, la ensalada. 

     Tocaron el piano y aprendieron poesías; 

     también sumas y restas, en una gran pizarra. 

     ¡Cómo a él le encantaba aprender las cosas nuevas! 

     ¡Muchas emociones dentro y fuera de la casa! 

     Hasta que llegó a la mansión la oscura noche, 

     y la anciana lo acostó en una elegante cama. 









Pasaron volando uno, dos, varios años, 



     y el pequeño elefante que la anciana criaba, 



     se hizo un muchacho muy hábil y estudioso; 



 todo un experto en cuentas y matemáticas. 



  Cuando la viejecilla planeaba algún negocio, 



        Bábar tomaba un lápiz; calculaba las ganancias. 


Y los buenos cálculos del jovenzuelo, 



hacían de su vieja amiga millonaria. 









Pero había algo que el elefante, pese al tiempo 



y pese a su buena vida, no olvidaba. 

Pensaba en su madre, en su mamá muerta, 


en Arturo y Celeste, sus amigos de infancia. 



"¿Dónde estarán todos? ¿Ya me habrán olvidado?", 



se decía, mirando la calle por la ventana. 



Pero, ¡Oh sorpresa la de nuestro amigo! 



Dos graciosas sombras por la avenida marchaban. 



No, no eran sombras, sino Celeste y Arturo, 



que llevaban mucho polvo sobre sus caras. 



—¡Hey!, ¡Celeste!, ¡Arturo! ¡Aquí muchachos! 




—dijo Bábar con voz muy fuerte y clara. 



—¡Bábar —dijo Celeste—, ¿no estás muerto? 



—¿Pero qué haces vestido así y en esa casa? 



Te vimos en la ventana, mientras pasábamos, 



pero nos dio miedo. Te creímos un fantasma. 




—¡Tenemos sed —le dijo Arturo, con la lengua afuera. 



Y Bábar trajo uvas, cocos y naranjas. 



Les habló de los inventos de los hombres; 



de teléfonos, automóviles, pianos y camas. 



Luego, los llevó a una piscina muy honda, 




y los tres se arrojaron, muy contentos, al agua. 



La anciana se animó también a jugar con ellos. 


Cuando se cansaron, ella les trajo una gran toalla. 



—¡Mi casa es grande, quédense los tres! —ella les dijo. 



Pero Bábar entristeció; quería volver con su manada. 



—¡Babarcito! Ahora entiendo, quieres ir con ellos 



—dijo la viejecilla y se le escapó una lágrima. 



—Abuelita —dijo Bábar a la anciana— no voy a dejarte. 



Yo regresaré pronto, pues te quiero con toda mi alma. 



Al día siguiente partieron en un gran auto. 



La anciana les dio libros, golosinas y una guitarra. 










—Bábar —decía Celeste— se te ve guapo conduciendo. 



—¡Acelera, Bábar! —decía Arturo, con muchas ganas. 



Pero sus madres, en la selva muy furiosas decían: 



¡Ya verán estos callejeros, les esperan unas nalgadas!". 



Hasta que se escucharon un claxon y unas voces; 



¡eran sus hijos, que desde el auto las llamaban! 



—¡Subamos a esa cosa! —dijeron las madres. 



No pudieron, eran muy gordas y pesadas. 



—¡Mejor tomemos un camino corto! —decidió una. 



Pero andando supieron pronto de una gran desgracia. 



Cornelio les dijo que un venenoso hongo 


había matado al elefante rey de la manada. 


—¡Era el elefante más sabio! —lloraba Cornelio—. 


Por él sabemos todo lo que crece en la sabana. 


Todo era llanto y lamento para el elefante viejo, 


hasta que llegaron Arturo Celeste y Bábar. 


—¡Bábar! ¡estás vivo! —gritó el viejo Cornelio. 



Si no te pudiera tocar diría que esto es una magia. 



Has crecido y aprendido mucho del mundo. 



Cuánto se alegrará en el cielo tu mamá Ana. 



Y Cornelio hizo una pausa, y luego dijo: 



"¡Yo opino, mis amigos, que nuestro rey debe ser Bábar"...


Bábar se quedó en silencio mucho tiempo, 

¡No se imaginaba rey! ¡No creía nada! 


Pero Celeste, que muy bien lo conocía. 


le decía al oído: tú debes ser el rey, Bábar. 


Tú conoces lo antiguo y lo moderno, 


la vida de los elefantes, pero también la humana. 


Y la bella Celeste, con un coqueto beso, 


convenció al elefante de que se lo coronara. 


¡Está bien, elefantes amigos! ¡Acepto ser Rey! 

—dijo Bábar, muy seguro de sus palabras. 


Pero antes le pediré a la linda Celeste, 


si quiere ser mi esposa y mi elefanta. 


—¡Claro que sí! ¡Me caso contigo! —dijo Celeste. 


Ella movió sus orejitas sonrosadas. 


Cornelio fue entre todos el más contento, 

Celeste será —decía— una reina sabia. 


Planearon que la coronación y la boda 


sea el mismo día y con el sol de la mañana. 


Ningún animal faltó a este matrimonio; 


muchos monos, leones, cebras y garzas. 


Un gran baile unió a todos los animales 


y a los padrinos, un ratón y una jirafa. 


Los casó, el más anciano de todos, Cornelio. 


Y en ellos puso el viejo elefante su esperanza. 











Traducido y adaptado por Piero Barcelli para esta página.






















1 comentario:

  1. Gran parte de los cuentos infantiles guardan una grandeza literaria digna de ser admirada por cualquier persona de cualquier edad, y esta história no es la excepción.

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