LA LLEGADA AL POLICARBONATO
Salí a la calle, y al cruzar la puerta, sentí un jalón en mi brazo. Era una señora de la edad de Mamá. Estaba bailando en plena vereda. En realidad, cuando escribí “señora”, no quise decir que sea persona. Es más, ni siquiera estaba hecha de carne. Su piel era de color verde y parecía del mismo material que se utiliza para hacer botellas de gaseosas no retornables.
—¡Tommy! —me dijo ella temblando mucho—. Te estábamos buscando. Tienes que ayudarnos.
—¿Ayudarla yo? —le dije confundido y tratando de ver cómo funcionaba el disfraz de aquella señora, que me parecía perfecto.
—¡Sí, ayudarnos! —respondió ella—. ¿No recuerdas que tú nos diviertes?... Empieza, Tommy, porque no podemos dejar la diversión. Polietileno 00 nos está mirando muy feo y piensa que estamos ayudando a los bakelitas y que somos pagados por ellos para que haya aburrimiento en Polietileno.
—¡Está bien señora! ¡Que vengan todos para divertirnos juntos! —le dije, siguiendo la broma.
—¿Cuál que vengan, Tommy? —me reprochó la señora—. ¡Tienes que acompañarme al coliseo Policarbonato, el lugar de la diversión total!
La acompañé sin mucho entusiasmo. ¡Aquello ya me parecía demasiado! ¿Qué cosa era eso del coliseo Policarbonato? Si mi familia y amigos deseaban jugarme una broma o darme una lección para que nunca la olvide, éste era el momento de terminarla. Además, se estaba gastando mucho dinero en disfraces, pantallas gigantes y muchos actores. Papá nos decía siempre que la plata no sobra en casa. Pensé en que probablemente me quedaría sin helados en todo un mes.
La señora me llevó por un camino bastante extraño. Abundaban los globos para volar, que las “personas” los usaban a modo de taxis. También existían edificios de ladrillos transparentes, de formas y colores verdaderamente increíbles; unos tenían forma de pera, otros de pino y la mayoría eran esféricos, como una pelota de fútbol. Pero el más asombroso de todos era uno que sobresalía en toda la ciudad y parecía un tazón gigante. Se hubieran necesitado el espacio de un millón de colegios como el mío para hacer una construcción igual. El edificio brillaba como el propio sol y cambiaba de color uno y otro segundo.
—¡Hemos llegado al Policarbonato! —se alegró la señora—, entra tú. Yo debo entrar por la puerta general. ¡Ah! Por favor, no le digas a nadie que estuve temblandoTommy. Haznos divertir como tú sabes, Tommy.
En la entrada del coliseo Policarbonato, se veía un cartel muy iluminado que decía: “HOY TENDREMOS AL PRÍNCIPE DIVERTIDO”.
El Policarbonato era un enorme coliseo y era aún más impresionante por dentro que por fuera. Ningún estadio en el mundo tenía su capacidad y su iluminación era perfecta. Recordé que Papá me había llevado a un circo el año pasado y había quedado embobado por lo moderno que el circo lucía. Pero después de ver el Policarbonato, me reí de lo ingenuo que uno puede ser al creer enorme alguna cosa.
Olvidé describir a los polietilenos. Todas eran iguales a la señora que me había llevado, solo se diferenciaban en los colores y tamaños. Algunos tenían una “piel” diferente, como la del locutor en la pantalla de mi cuarto. Los de este tipo eran más grandes y violentos. Eran los que estaban más vigilantes de si la gente se estaba divirtiendo o no. Cuando veían que alguien flaqueaba, le soltaban la palabra “bakelita” y el tipo acusado se ponía a llorar, como si le hubieran dicho que se iría al infierno.
Unos señores de andar encorvado y de cara rosada me llevaron a uno de los vestidores del coliseo Policarbonato. Todos ellos sabían mi nombre, es decir Tommy. No me arriesgué a preguntarles si me conocían también como Mario Campana. Tampoco les comenté, cuánto les había pagado mi familia para prestarse para esa actuación. Aunque lo cierto es que ya empezaba a dudar de que fuera una broma. Cuando vi el montón de gente reunida, pensé en algo terrible, algo mucho peor que lo de la broma. Tal vez me había quedado dormido en mi cama por mucho tiempo, tanto, que el mundo había cambiado monstruosamente. Si no, ¡cómo se explicaba que no estuviera Denisse, que siempre estaba metida en todos lados; qué no encontrara mi colegio, ni a mi gato “Yes”; y sobre todo, que no encontrara por ninguna parte a mis papás!
Me eché a llorar amargamente, culpándome por dormir tanto tiempo. Pero, ¡por qué nadie se había molestado en despertarme! Tal vez pensaron que estaba muerto; o tal vez fue al revés, todos estaban muertos, mi casa quedó abandonada y yo nunca desperté hasta muy tarde… Pero, ¿y la Pantalla? ¿Quién la habría puesto allí? ¿Por qué me llamaban Tommy? ¿Era verdad lo que decía la pantalla de que estábamos en el año 2240? ¿Y dónde estaban los humanos? ¿Habrían abandonado la Tierra para probar suerte en un planeta distinto y habrían dejado a estos hombres de plástico?
Una chiquilla, más o menos de mi edad, me encontró llorando en uno de los vestidores del coliseo Policarbonato. La miré y me tembló la cara. Tenía la piel de plástico como todos los demás, pero,… era idéntica a Dora Miradora.
—¡Dora, Dorita! —le dije entre lágrimas—, ¡qué haces aquí!
—¡No estamos para juegos, Tommy! —me respondió la niña—. ¡Ponte la capa, rápido; no te olvides del cetro! ¡Ah,… después me explicas por qué estuviste llorando! ¡Ten cuidado con eso de llorar, te pueden llamar “bakelita”!
No tenía ni la más mínima idea de qué cosa debería hacer. Había un pedazo de tela vieja y un palo (eran las únicas cosas de lo que había visto que no eran de plástico), y aunque estaban muy viejos y sucios, los acerqué a mi pecho y los besé con mucho cariño.
Me llamó un hombre con cara de oso de peluche, diciéndome que la función iba a comenzar en segundos. ¡El Policarbonato estaba repleto!
Una persona, no sabía quién, hablaba desde la parte superior del escenario. No se la podía ver, pero sí oír. Era una voz femenina:
Nuestro príncipe cuenta cuentos
de un mundo que fue muy triste.
Y aunque a él le parezca un lamento,
para nosotros es solo un chiste…
La voz de la declamación me sonaba familiar. “¡Sí, era la de Julieta Poeta!”. ¿Pero cómo había llegado hasta aquí? ¿También se había dormido y despertado en otra época? ¿No sería todo esto un sueño? Pero miré hacia arriba y solo vi sobre un balcón, una muñeca muy grande y mal vestida, a la que parecía que hacían hablar por control remoto. ¡Sentía que estaba enloqueciendo!
Salí al escenario, y enseguida me di cuenta de mi papel. Yo era el Príncipe, y el pedazo de tela y el palo que había cogido, eran mi capa y mi cetro. La niña que era idéntica a Dora Miradora, me acomodó la capa y me colocó una bonita corona de paja en la cabeza.
—¡Príncipe! ¡Príncipe! —gritaba la multitud.
—¡Ahora tienes que decir lo de siempre, Tommy —me aconsejó la niña—. La gente quiere diversión.
—¡Pero...pero, ¿qué digo? —le pregunté asustado—, ¿qué cosa es lo de siempre?
—¡Lo de siempre es que los mantengas contentos —me dijo muy bajito al oído—. La gente no quiere dejar de entretenerse; tiene miedo de ser bakelita. ¿Entiendes?
—Sí, creo que entiendo —respondí mecánicamente.
Pero la verdad era que no entendía nada. Unas luces se enfocaron hacia mí, y supuse que era la hora de hablar. La gente estaba impaciente. Comencé a mover los labios.
—¡Buenos días, gente de Polietileno —dije en voz alta y con mucho temor—. Voy a hablarles hoy de una historia interesantísima, que los mantendrá a ustedes divertidísimos. Resulta que mis amigos y yo estábamos preparando una clase sobre el plástico. La verdad es que el tema me parecía muy tonto, pero todos insistieron. Luego, llegué a mi casa; me fui a cenar; le di de comer a “Yes”, mi gato; y me eché a dormir por la tarde. Cuando me desperté, era como si estuviera en otro mundo. No entendía nada de nada.
—¡Ja,ja,ja! —se escuchó carcajear a los espectadores. No entendía cuál era la parte graciosa. Ni siquiera Maricrís Feliz consideraría esto como para reírse. Lejos de contagiarme de sus carcajadas, me enojé con ellos. Sus risotadas me alteraban los nervios, tanto, que arrojé al suelo mi “cetro”.
—¡Escúchenme, señores —les grité, olvidándome de lo que me dijo la niña que me trajo la corona—, nada de esto es para reírse. Hace un rato estuve llorando por lo que me ha ocurrido. Si alguien entre ustedes me pudiera explicar qué cosa pasó, le estaré completamente agradecido. Tengan piedad de mí. Estoy perdido, no es broma. Además, tengo sed. ¡En Polietileno no hay agua!
Esta última palabra detuvo el mar de carcajadas. La gente comenzó a murmurar, como si despertara de un sueño.
—¡Agua!… ¡Tenemos mucha sed y ya no es divertido! —gritaban—. Polietileno 00, ¿qué hiciste con el agua que existía en el mundo?... Nos morimos de sed, Emperador Polietileno, y ya no podemos divertirnos.
Al oír el alboroto entre la gente, unos tipos inmensos como dos puertas y pintados como payasos, se acercaron corriendo hasta mí. Me taparon la boca, me cargaron y me sacaron del escenario, arrojándome, como si fueran un saco de desperdicio, detrás del telón.
—¡Tommy es bakelita! ¡Tommy es bakelita y quiere quitarnos la diversión!, no le hagan caso —dijo el presentador que tenía cara de oso de peluche.
Los dos payasos que me habían cargado y arrojado al suelo, regresaron al escenario e hicieron todo tipo de piruetas y bromas. La gente se olvidó del problema del agua y volvió a reír.
En ese momento apareció ante mis ojos la mujer que me había llevado al Policarbonato, se acercó a mí, aún no me levantaba del suelo. Ella temblaba como una gelatina.
—¡Tommy, fuiste muy terco. Tenías que divertimos… No sabes lo que te espera, ¡Ay Dios, lo que te espera!, ¡lo peor que le pueden hacer a alguien!
—¡Lo peor! —dije espantado—. ¿Me van a ahorcar? ¿Voy a ser fusilado, acaso? ¿Qué es lo peor?…
—¡Es algo muchísimo peor a eso, Tommy —dijo nerviosa y se tapó los ojos—… ¡Te mandarán al foso del aburrimiento!
No tuve tiempo para pensar en cómo sería el castigo, pues un joven guardia me dijo que el emperador Polietileno 00, deseaba conversar conmigo. ¡Temí por mi vida!
El palacio de Polietileno 00 era totalmente diferente a lo que yo había visto en mis libros, sobre mansiones de reyes o gente poderosa. Parecía más bien una juguetería. Cabezas de todos los tipos de animales (de plástico, desde luego) adornaban las paredes; también caritas felices, como los emoticonos que se encuentran en Internet. Es más, en la entrada de la habitación del Emperador, había un llamativo letrero que decía: “Bienvenidos a la diversión”.
Polietileno 00 también parecía un payaso, un payaso muy viejo. Tenía una nariz roja, tan grande como su cara y su pelo era mitad verde y en el otro lado, anaranjado. No lo veía tan perverso, como me lo había imaginado en un comienzo.
Me invitó a que me acercara a él y me extendió los brazos para que lo abrazara.
—¡Tommy —dijo con voz muy dulce—, te queremos mucho en Polietileno, porque tú nos traes la máxima diversión! Dime ¿Por qué nos hiciste eso, por qué quisiste quitarnos la alegría, Tommy?
—Lo siento, señor Polietileno 00 —le dije—…, es que tengo sed y…
—Olvídalo, Tommy. Te he invitado para que juguemos a quién llega en cinco pasos a la pared de enfrente. ¡Es un juego bastante divertido!
Acepté el juego, encantadísimo, pues hacía mucho tiempo que no jugaba. El viejo Polietileno 00 comenzó a dar largos pasos, pero al dar el tercero, se tomó el pecho y comenzó a respirar agitadamente. Tosió mucho. Parecía cansado.
—¡No puedo, ya estoy viejo, Tommy! Hace 100 años lo hacía perfectamente, pero ahora no puedo —dijo y se lo notó cabizbajo—… Pero hazlo tú, Tommy. Tú si puedes… ¡Hazlo y dame esa alegría!
Puse mi mejor empeño para llegar hasta la pared de enfrente en cinco pasos largos. Lo estuve haciendo muy bien, pero al dar el quinto paso, el piso se abrió de un lado y caí hasta un agujero muy hondo y oscuro.
—¡Qué te pasó, Tommy! —dijo Polietileno 00, mirándome desde arriba y con una sonrisa perversa— ¡No me digas que caíste en el foso del aburrimiento! ¡Lo siento Tommy; no podré ayudarte! ¡La diversión se acabó para ti! ¡Adiós!
Y Polietileno 00 cerró la trampa, en la cual yo había caído ingenuamente.
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