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El viaje de Bábar
Bábar, nuestro elefante, era ya un Rey
y su esposa Celeste ya era reina.
Tuvieron planes de irse de luna de miel
en globo, para poder ver las estrellas
—¡Chao!¡Chao! —los despedía el viejo Cornelio
—¡No me dejen! —lloraba Arturo, tomándose la cabeza.
—Arturo, no llores—decía Bábar—, será un corto viaje,
y si no vas con nosotros es para que entiendas,
que podemos estar solos de vez en cuando.
El viejo Cornelio será rey por mientras.
Y el globo subía, ya estaba entre las nubes.
Celeste sentía mareos, pero se veía muy contenta!
El cielo estaba limpio y el viento favorable,
ya casi no se veían a sus amigos de la Selva.
—Mira, mi amor —decía Bábar, ¡mira, mira!
con un telescopio en su trompa y con la mirada atenta.
Celeste se acercó a Bábar y se pegó al telescopio.
Eran casas, muchos árboles y luego cerros de arena.
—¡Un desierto! ¡un desierto! —aseguraba Celeste.
—No, amor —decía Bábar—, ¿no ves esas velas?
Con velas andan los barcos que viajan en el mar.
Y Celeste que no entendía hizo con la trompa una mueca
El mar detrás de la arena se hizo ver muy pronto.
y las olas espumosas reventaban con gran fuerza.
¡Quiero ver qué hay más lejos! —decía animada Celeste.
Pero el mar siempre es más grande de lo que uno piensa.
Celeste reía y reía sin temor alguno.
¡Pero Bábar la abrazaba! Sabía que había un problema.
¡Agárrate fuerte, mi amor, que hay viento!—decía el elefante,
y en seguida se desató una tormenta.
—¡Qué está pasando, Bábar! ¡Qué es eso! —Celeste estaba nerviosa.
"¡Proom!", tronaba como si el cielo se rompiera.
El globo ahora estaba a punto de caer al agua.
Celeste se arrepentía de su viaje a las estrellas.
Hasta que un feroz golpe del viento.
hizo caer el maltratado globo en tierra.
—¿Estás bien, mi amor? —dijo Bábar a Celeste.
—¡Sí, Corazón! —respondió ella con voz tierna.
—Estamos sanos, Celeste, aunque perdimos el globo.
Creo que esto es una isla, como dice mi enciclopedia.
—¿Qué es una isla, mi amor? —preguntó Celeste a Bábar.
—Es cuando dentro del mar hay un espacio de tierra.
Se fue la tormenta y el cielo se hizo soleado.
Celeste encontró abandonada una gran cuerda.
La probó para brincarla, pero pesaba mucho.
Pensó un poco más y tuvo una mejor idea:
amarró con Bábar la cuerda entre dos árboles
y dejaron sobre ellas sus mojadas prendas.
El miedo que habían sentido les trajo hambre
—Voy a traer comida —dijo Bábar y encendió la leña.
Tenían un poco de vegetales y los pusieron sobre el fuego,
Pero era muy poco lo que tenían en las maletas.
Bábar se marchó a explorar un poco la isla
Celeste vigilaba la ropa y cuidaba la candela.
Unas voces se oyeron y también unas carcajadas.
¡Eran hombres con carabinas otros con flechas!
Se acordó Celeste de cómo murió la mamá de Bábar.
Tuvo miedo, mucho miedo, y se tumbó en la maleza.
Pero los sabidos cazadores supieron de su truco.
—¡Miren esa elefanta —dijo uno—, la tonta se hace la muerta.
—¡Levántate o disparamos! —la amenazaron los hombres.
Y a la pobrecita la ataron con su propia cuerda.
Los hombres se reían de la ropa de los esposos.
—¡Je je!, miren —rió uno—. Me queda grande esta camiseta.
Pero en ese instante se oyó la voz de Bábar.
Apurado se acercaba y rugiendo con gran fuerza.
—¡Dejen a mi esposa o se las verán conmigo!
—les dijo Bábar, y ellos huyeron a la carrera.
—¡Mi Celeste! —la llamó su esposo y desató su cuerpo—,
¡Hay humanos bondadosos, pero no toda la gente es buena.
Algunos quieren nuestros colmillos para usarlos como adorno.
Aunque la mayoría de hombres nos adoran y respetan.
Y Celeste interrumpió sus palabras con un beso,
y los elefantes ataron sus dos trompas como trenza.
Después de haber vencido a los cazadores,
se acercaron hasta el mar, buscando la brisa fresca.
Algo grande agitaba el mar y se acercaba a ellos.
Al fin se acercó el gran cuerpo y vieron una ballena.
—¡Hola amigos elefantes! —dijo este animal grande—.
Bienvenidos al mar. Yo soy Helena, la Ballena.
He estado en un largo viaje y salí un rato a respirar.
Hoy conocí el Polo Norte y mi cuerpo casi se congela.
—¡Mucho gusto! Veo que conoce muchos sitios
—dijo muy sonriente Bábar, interesado en lo que ella dijera.
—¿Por qué no nos lleva adonde va usted? —preguntó Celeste,
ilusionadísima con su viaje a las estrellas.
—¡Yo estaré encantada en llevarlos, mis buenos amigos.
—contestó Helena— solo les pido frutas frescas.
Y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban mar adentro.
—Agárrense fuerte de mi lomo, no teman —decía Helena.
—¡Anda usted muy rápido! —sonrió Celeste emocionada
Es usted como un auto —dijo Bábar—, un auto sin ruedas.
Por fin llegaron a una pequeña isla, era tan chica
que los cuerpos de Celeste y Bábar cabían apenas.
—Los dejaré aquí por un rato, mientras me alimento
—les dijo muy tranquilamente la ballena.
Ella se hundió en el agua a cazar cientos de peces.
—Esperen que ya vuelvo —les prometió Helena.
Pero pasó la tarde, la noche y la madrugada
y la ballena no asomó su naricita a la arena.
—¡Ballena ingrata y mentirosa! —refunfuñaba Celeste.
—¡Seguro que se perdió! —decía Bábar—, ten paciencia.
¡Mira allá un barco y se acerca hasta nosotros!
Y los elefantitos hacían con sus patas grandes señas.
—¡Aquí, Barco! ¡Somos elefantes perdidos! —decían.
El barco se detuvo y arrojó una balsa pequeña.
La gente los animaba mientras subían por unas sogas.
—¡Bienvenidos, compañeros! —dijo el capitán a la pareja.
Era un buque muy grande y llevaba a mucha gente.
marineros, pasajeros y a una atenta comadreja.
—¡Pueden hablar! —gritó la comadreja muy celosa.
—¡Increíble! —dijo un señor alto y de barba negra.
¿Ustedes hablan? Podrían hacerse famosos;
usted sería un cantante y una actriz su compañera.
El hombre les mostró un documento y dijo:
—solo firmen aquí, sobre las letras pequeñas.
—¡Pobres chicos! ¡Ni siquiera me preguntan,
y le creen a ese barbudo —gruñía la comadreja.
¡Firma, Bábar! —vamos a hacernos ricos
—dijo Celeste imitando a una actriz extranjera.
Y Bábar, viendo tan contenta a su esposa,
levantó una de sus patas y firmó con su huella.
A los pocos días los dos eran famosos,
aunque ser famosos no fuera una buena idea.
Trabajaban en un circo, muy mal alimentados.
Divertían a otros, pero ellos vivían tras las rejas.
Al comienzo es así —dijo el hombre barbudo;
se sufre, se sufre; pero después la fama llega.
—¡Eso es falso! —gritó muy fuerte un oso—,
llevo años esperando fama. ¡No les mientas!
Y los esposos echaron mucho de menos
los días muy tranquilos en que vivieron la selva.
Una madrugada triste y bastante oscura,
sintieron pasos apurados muy cerca.
—¡Escucha Bábar! —celeste le dijo bajito—.
Escucha, una llave abre nuestra reja.
—¡Silencio! —dijo alguien—, ¡Que nadie haga bulla!
¡El barbudo duerme! ¡Soy yo, la comadreja!
—¡Gracias amiga! —la abrazaron los elefantes—.
Eres un poco celosa, pero en el fondo muy buena.
Salieron a la calle y casi no se veía nada.
Apenas una lucecita, que les parecía estrella.
—¡La luz viene de esa casa, amor—dijo Celeste—,
en esa casa viviste de niño; ¿no recuerdas?
Y antes de que termine de hablar Celeste.
Bábar vio en una ventana a la mujer vieja.
—¡Mi pequeño Bábar! —rió ella—.¡Volviste!, ¡volviste!
—¡Sí, abuelita! —contestó él —yo te hice esa promesa.
—¡Pasen, que está oscuro aquí! —dijo la anciana.
Y una vez en casa los esperaba una gran cena.
Pero allá, en la selva, había un gran alboroto.
El bueno de Cornelio los gobernaba por mientras.
Él ya estaba viejo y muy pocos le obedecían.
Ni siquiera Arturo, este joven era un problema.
Cierto día el muchacho tomó un cohetecillo,
se lo ató a un rinoceronte y le encendió la mecha.
¡Boom! ¡Boom! —se escuchó en todas partes.
La cola del rinoceronte ahora estaba muy negra.
Y este se enfadó mucho y le dijo a Cornelio:
—¡Elefantes, los rinocerontes les declaramos la guerra!
Bábar y Celeste, mientras tanto, la pasaban bien.
Disfrutaban de la buena vida con la mujer vieja.
Jugaban tenis, fútbol, básquet, ajedrez.
sería bonito —decía la anciana— conocer la selva.
y por fin Celeste pudo ver las estrellas cerquita.
Hicieron todo el viaje en una rápida avioneta.
Llegaron a casa y todo estaba abandonado.
Cornelio, el buen anciano se paseaba con muletas.
¡Qué pasó aquí!, Cornelio —dijo Bábar preocupado.
¡Nos atacan los rinocerontes, Bábar. Estamos en guerra.
Sobre una colina escondida, los elefantes
todos estaban muy golpeados y embarrados de tierra.
—¡Vengan aquí mis niños —los llamó la ancianita.
—¡ Tráeme la gasa, celestita, que hoy seremos enfermeras.
Y vendaron los elefantes de las patas a la cabeza.
—Vamos a planear la venganza —decía furioso Arturo.
—Venganza no habrá —dijo Bábar—, solo defensa.
Nos defenderemos y espantaremos haciendo un truco.
Busquen muchas, pero muchas hojas de palmeras.
Arturo, tú píntales ojos detrás a los elefantes,
muy grandes, tan grandes como puedas.
Y colocamos las palmeras en las cabezas y listo:
acabamos de una vez con esa tonta guerra.
Y fue tal como lo dijo Bábar.
—¡Qué son esos monstruos! —dijo un rinoceronte alerta.
Los demás se escondieron pronto pronto.
¡Prometemos paz! —dijeron— si alejan a esas cosas feas.
Todos ellos los creían peligrosos monstruos.
—¡Paz! ¡Paz! —dijo el rey rinoceronte con cautela.
Bábar se acercó y luego le dio un abrazo.
Y todos hicieron lo mismo: monos, leones y gacelas.
Así hubo un largo festejo entre todos los animales.
¡La calma por fin había llegado a la Selva!
Arturo prometió no hacer más bromas pesadas.
y los rinocerontes no hacer por todo peleas.
Un león, muy curioso dijo a los esposos.
—¡Oigan, ¿puedo aprender a volar en avioneta?
Es que veo a las aves y me da un poco de envidia.
—Sí, león —le dijo Celeste—, vas a conocer las estrellas.
Cornelio y Bábar no paraban de dar halagos
a la mujer anciana, quien hizo una gran promesa.
—¡Voy a quedarme a vivir aquí con ustedes!
con los elefantes, monos leones y cebras.
Y hasta hoy, cuentan, la vieja mujer es conocida
entre los animales más viejos de la selva.
Traducido y adaptado por Piero Barcelli para esta página.
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