La torta de chocolate
Miss Laura pasó muy temprano por la pastelería de la mamá de Jazmín. La propia madre de la niña la atendió.
-¡Buenos días, señora! –saludó la miss-. ¿Podría venderme un pastel? El más grande que tenga.
-¡Buenos días!... Tengo este que es de chocolate –dijo la madre de Jazmín y de pronto reconoció a miss Laura-. ¡Pero si usted es la maestra de mi hijita Jazmín! Ella se pasa el día hablándome de usted. Ya me voy a poner celosita, miss Laura.
-¡No tiene por qué ponerse celosa, señora! El cariño a una profesora jamás se comparará al amor de los hijos a su madre –dijo miss Laura, y se calló de pronto, como si se acordara de algo muy triste.
-En eso tiene usted mucha razón –dijo la madre de Jazmín mientras metía la gran torta en una caja-. Nada se compara con ser madre.
Miss Laura dijo sí moviendo la cabeza, pero se quedó muda. Sacó el dinero de su monedero y se despidió de la madre de Jazmín rápidamente. Faltaban apenas 10 minutos para el inicio de sus clases en el colegio. Tomó un taxi.
Esa mañana miss Laura encontró el aula vacía. Había estado pensando en lo que le había dicho la mamá de Jazmín, que el amor de un niño por su madre no se compara a ninguno, ni siquiera al que sienten los niños por sus maestros. Luego tomó uno de sus cuadernillos de notas para olvidarse de ese asunto. No quería que sus niños la viesen distraída.
Uno a uno fueron llegando todos. Paolo primero que todos, porque vivía a una cuadra del colegio. Luego, una niña de cabello muy crespo llamada Alexa, después Jahaira y otros más. Marianita siempre llegaba al último, porque venía al mismo paso que su perrita “Sushi” que más parecía tortuga que perra. Al final del camino la perra le gritaba uno que otro “guau guau” y se regresaba a casa de Marianita con la misma lentitud que había venido.
-Buenos días, miss Laura –la saludaba la niña al entrar.
-¡Hola Marianita! ¿Otra vez te acompañó Sushi, verdad? –adivinaba miss Laura.
-¡Sí profesora, esa perra es lentísima –dijo Jahaira-. Yo le he dicho que la cambie a Sushi por un conejo, para que llegue todos los días tempranito.
-¡Ja, ja, ja! –rieron todos.
En ese momento entró Mateo sin que nadie lo viera. No saludó a miss Laura y se metió como un ratón a su madriguera. Cojeaba al caminar.
-¡Buenos días, Mateo! –dijo en voz alta miss Laura.
-¡Hola profesora! –respondió apenas Mateo, quien en seguida se sentó y abrió su cuaderno en cualquier página.
-¡Está cojeando al caminar, miss Laura! –advirtió Paolo desde su carpeta.
-¡Eres un chismoso! ¡Ya vas a ver, Paolo cara de sonso! –amenazó Mateo.
Y miss Laura le ordenó a Mateo que se pusiera de pie. Le dolía mucho la pierna izquierda, tanto que no paraba de tomársela.
-¡No es nada, miss Laura –dijo Mateo sonriendo falsamente-, ayer me caí en la ducha del baño!
-Pero eso no parece el dolor de una caída –dijo Paolo-, más parece como si le hubieran pegado a Mateo, miss Laura.
-¡Cállate tonto! –respondió muy enfadado Mateo-. ¡Me caí en el baño y punto!
Felizmente para suerte de Mateo, Mariana distrajo a miss Laura con uno de sus dibujos de ella, Papá y Mamá.
-¡Miss Laura, ya estoy más chiquita! –le dijo y mostró de dibujo desde su sitio-. Ya no voy a perder mi bicicleta, ¿verdad?
-No la perderás, mi amor. Y me encanta tu dibujo- dijo dulcemente miss Laura-. Luego te enseñaré a dibujar casitas. Ahora vamos a iniciar clases.
Mateo se sentó y respiró con alivio, porque nadie le recordó lo de su pierna.
La maestra tomó dos plumones de su pupitre, caminó al pizarrón y escribió en él:
"FRACCIONES".
-Mis niños, en esta clase aprenderán que las cosas que no podemos tomarlas enteras podemos partirlas en partes iguales, sean muy grandes y pequeñas.
-¿También los chocolates, miss Laura? –preguntó Jazmín.
-Los chocolates, el queso, los panes, las pizzas…,¡y también esto!
Miss Laura tomó una caja que había conservado en una bolsa, y sacó de ella la torta de chocolate que había comprado a la madre de Jazmín en la pastelería.
-¡Guau! ¡Qué tortaza! ¡Se parece a las que prepara mi Mamá! ¿Usted fue por la mañanita a mi casa, verdad?- dijo Jazmín y corrió a abrazarla.
-Jazmincita, esta torta la compré para que aprendan un poco de matemáticas, pero también para que se diviertan. ¡Vamos Jazmín! Todos pongamos nuestras carpetas más cerca de la pizarra. Yo acercaré mi pupitre también.
Jalaron, empujaron y se llevaron las sillas lo más cerca que pudieron. Miss Laura puso la torta en medio de todos.
Mateo apenas movió un poco su carpeta. La puso detrás de Jahaira. Por un momento se mantuvo sin hablar para que nadie le preguntara sobre su pierna.
Miss Laura pidió silencio a todos y comenzó la clase.
-Mis niños, la torta que ven aquí es como el número uno. Si tuviera dos tortas sería como el número dos; y tres, si tuviera tres tortas… Ahora, observen esto que voy a hacer.
La maestra tomó un cuchillo y partió en dos la torta.
-Ahora tenemos dos mitades. Es la misma torta, pero dividida en dos partes! ¿Recuerdan que les dije que el uno no podía dividirse sin partirse? Aquí lo estoy partiendo en dos. Cada una de estas partes las llaman en matemáticas un medio o una mitad.
-Pero yo he visto a la mamá de Jazmín que parte la torta en partes más chiquitas –dijo Jahaira-, y las vende más barato a la gente.
-¡Claro niños! Miren esto –dijo la maestra y partió las mitades en dos-. Ahora tengo cuatro partes iguales de la torta, porque partí las dos mitades en dos.
-Sí, miss Laura, pero esa torta solo va alcanzar para cuatro personas –dijo Jahaira-.Necesitamos por lo menos dieciséis pedazos.
-Tranquilos, niños –dijo la maestra y puso el cuchillo sobre uno de los pedazos de la torta-. Ahora tenemos cuatro pedazos, pero partimos los cuatro por la mitad. Ya no tenemos cuatro, sino ocho del mismo tamaño. Cada pedazo es de torta, porque si junto los ocho trozos iguales tengo una torta completa.
-¡Ah ya entiendo, miss Laura! –dijo Jahaira-. ¡Si deseo más pedazos sigo cortando los trozos de la torta en partes iguales!
-¡Exacto, Jahairita! –contestó miss Laura y cortó por la mitad cada uno de los ocho pedacitos.
-¡Guau! Ahora hay dieciséis pedazos de torta, miss Laura.
-Sí, Jahaira. Pero juntos los dieciséis trozos hacen la torta completa. A este modo de partir las cosas en partes iguales en matemáticas le llaman fracciones.
-Son ricas las fracciones de torta, miss Laura –dijo Paolo-. Yo quiero una, mejor dos.
-Veo que han entendido, niños –dijo la maestra con satisfacción-. Estos dieciséis pedazos de torta que hay aquí son para cada uno de ustedes.
Miss Laura envolvió los pedazos en servilletas de papel y los fue entregando a cada uno de los alumnos. Todos, sobre todo Mariana, tenían la boca llena de crema de torta, y cada uno le dio un pedazo pequeño de lo que les correspondía a miss Laura.
-Gracias, niños. Ya comí demasiado no me inviten más –decía muy risueña la miss.
Mateo no había tocado su torta. Miss Laura se acercó a su carpeta y le dijo:
-¿Qué pasa Mateito? ¿No vas a comer tu fracción de torta?
-No tengo hambre, profesora –contestó-. Se lo regalo a sus alumnos. A mí no me gustan las tortas.
-¿No te gustan las tortas, Mateíto? -se sorprendió miss Laura-. ¿Acaso tu mamá nunca te ha preparado una para tu cumpleaños?
-¡No! –dijo secamente Mateo, sus ojos estaban vidriosos, como si le costara hablar una palabra.
Miss Laura se quedó muda, pero no se dio por vencida. Le dio una mordida al trozo de torta de Mateo, y le dio de comer en su boca. El niño probó un poco, con mucha vergüenza de que lo vean los demás.
Jahaira lo vio y comenzó a hacer burla de él.
-Miren a Mateo –dijo señalándolo-, le tienen que dar de comer como mi hermanito de dos años…, ja,ja,ja.
-¡Y así dice que no es un niñito! –dijo Paolo-, parece un bebé.
Mateo ardía en cólera. Compararlo a él con un bebé era toda una humillación. Tuvo ganas de responderle a Jahaira con una burla mucho peor que la de ella, un chiste con el que todos se rieran de Jahaira. Pero luego se dio cuenta de que todos eran amigos de Jahaira y en cambio, él no tenía un solo amigo.
Luego Miss Laura volvió a escribir en el pizarrón.
-Les voy a dejar una pequeña tarea sobre la clase de hoy, niños –dijo miss Laura-. Si algo no entendieron, pregúntenme por favor, no lo olviden.
-¡Sí, miss Laura! –dijo Jahaira-, aunque no creo porque está fácil.
En eso Jahaira sintió que alguien le jalaba el cabello muy duro. Nadie le había jalado nunca el pelo a Jahaira, ni siquiera en su casa.
-¡Ay! –se quejó y miró hacia atrás. Era Mateo, quien se sentaba justo detrás de ella. Pero él parecía estar escribiendo tranquilamente en su cuaderno. Ella le sacó la lengua, pero Mateo seguía como si no la viera.
Mateo se rió en silencio. Se sentía muy listo para hacer maldades a los demás. Preparó una vez más su mano. En esta ocasión le jalaría toda la cola.
-¡Je, je, je! Pobre Jahaira –se dijo y estiró la mano ágilmente. Pero en seguida alguien dijo su nombre en voz muy alta.
-¡Mateo! –llamaron. Era miss Laura-. ¡Lo he visto todo, Mateo! ¡Quería ver si eras capaz de jalarle dos veces el cabello a tu compañera y lo hiciste sin ninguna vergüenza de que te vieran!
Miss Laura se acercó a la carpeta de Mateo. Jahaira se mantuvo en silencio.
-¡Vas a pedirle perdón a tu compañera Jahaira por haberle jalado el cabello! –ordenó la miss-, ¡y vas a hacerlo ahora!
Mateo tenía los ojos como si quisiera llorar de rabia. Miró alrededor y todos los niños parecían como contentos de que por fin le dieran una lección a Mateo. El problemático niño quería que se lo trague la tierra antes que pedirle perdón a Jahaira, ella era con la que se llevaba peor en clase.
-¡Mateo, ya llevas un minuto y no le has pedido perdón a tu compañera! –le advirtió la maestra-, si no lo haces tendré que llamar a tus padres.
Mateo se asustó mucho cuando miss Laura dijo lo de llamar a sus padres. Movió los labios y dijo con voz temblorosa:
-¡Perdón Jahaira!
Jahaira se mantuvo en silencio, pero los demás carcajearon al ver la cara larga de Mateo. Hubo una gran bulla.
-¡Silencio todos!-dijo la miss-. Esto no es una humillación a Mateo, sino una lección de que si hacemos daño a alguien, tenemos que pedir perdón.
Todos se callaron. Miss Laura era una maestra muy dulce y se enojaba poco. Pero cuando se enojaba, sus niños se callaban como si estuvieran en un templo.
Eran casi la una de la tarde y sonó el timbre de salida.
Todos cogieron sus maletas y se despidieron uno por uno, de miss Laura con un beso. Mateo solo la miró de lejos e hizo un saludo de mano.
Una maestra muy famosa
Miss Laura tenía la voz más bonita entre todas las profesoras de la escuela primaria “mañanas felices”. Su voz era más bonita que las de las cantantes de Tv, y más bonita que el “cuic cuic” de las aves que se paseaban todas las mañanas por el colegio. Sus niños, todos, toditos la saludaban ni bien cruzaba con pasos suaves la puerta del salón.
Todos paraban la bulla y saltaban a sus asientos.
“Plom Plom”, sonaban las carpetas
-Buenos días, mis niños -decía miss Laura-. Hoy nos divertiremos más que ayer.
Mariana, la más pequeñita de la clase se le pegaba a miss Laura como un chicle. Le tomaba el mandil y le enseñaba su dibujo a crayola como si se tratara de una obra de arte de un gran pintor.
Y miss Laura tenía siempre las palabras exactas para arrancarle una risita a Mariana, haciendo que sus dibujitos de Mamá y Papá y ella siempre más alta que los dos, se vieran muy lindos, más lindos que el del día anterior y mucho más buenos que el que había dibujado hacía una semana.
-¡Vaya Marianita! –la felicitaba miss Laura-. Muy bonito tu dibujo. Lo estás haciendo muy bien. Solo que todavía no has crecido tanto como Papá y Mamá. Si fueras así de grandota, ese vestidito blanco que llevas puesto y que tanto te gusta, ya no te quedaría. Y peor, tendrías que dejar tu bicicleta por una muy grande, enorme. Es mejor que te dibujes más chiquita.
-¡Sí, miss Laura! Mejor es que me dibuje más pequeñita que mis papás –la miraba Mariana como si se hubiera librado de un gran peso. Se tomaba el vestido blanco que tanto adoraba y lo llenaba de besitos.
“¡Muack, Muack!”, lo besaba.
En seguida miss Laura caminaba de puntitas hasta el pizarrón. Tomaba el plumón azul y escribía con letras muy grandes:
"DERECHOS DE LOS NIÑOS".
Y luego decía a todos sus pequeños:
-Esta clase será muy divertida, porque les interesará a ustedes. El título les parecerá un poco extraño, pero es algo que no se pueden perder de saber. Los derechos de los niños son cosas que todos ustedes deben tener para que vivan mejor, son todo lo que ustedes necesitan.
Una niña de dos colas levantó la mano muy alto y dijo:
-Yo necesito un lápiz nuevo, porque el que tengo se me acaba de romper. ¿Los lápices nuevos también son derechos de los niños, señorita?
-Bueno, Jazmíncita –le respondió miss Laura a aquella niña que se llamaba Jazmín-. Los derechos no son cosas que se puedan ver y tocar, como los lápices, las tortas o los juguetes. Te lo explico mejor. ¿Recuerdas que en la clase de ayer hablamos de lo que debemos hacer para que nuestros padres se sientan más contentos con nosotros?
-Sí, miss Laura, sí me acuerdo –respondió Jazmín-. Pero eran cosas que nosotros teníamos que cumplir, como obedecerles en todo, decirles la verdad, contarles todo lo que sentimos y cosas como esas. Pero eso los ponía contentos a ellos más que a nosotros, señorita.
Miss Laura se quitó los anteojos que llevaba y le dijo a la pecosa Jazmín:
-Bueno, los derechos de los niños sirven para hacer más contentos a los niños. Todos los que no somos niños tenemos que respetarlos y hacer que siempre los tengan. Por ejemplo, tú me dijiste que necesitabas un lápiz nuevo. El lápiz nuevo no es un derecho de los niños, pero sí es un derecho de los niños que tus papás, profesores y hasta los que gobiernan los países hagan que no te falte nada a la hora que tengas que aprender tus lecciones.
Un niño que se llamaba Mateo, bostezó muy fuerte, mientras miss Laura hablaba de los derechos de los niños. Llevaba el pelo todo alborotado y sucio y las uñas tan largas como las garras de un gato. Miraba a un lado y a otro como esperando que acabara de una vez la clase. Mientras tanto se divertía haciendo aviones de papel de sus cuadernos y lanzándoselos a sus compañeros.
Al fin, miss Laura, lo vio y le hizo una pregunta al maleducado Mateo.
-¿Y tú Mateo? ¿Conoces los derechos de los niños?
-¡No, mis Laura! –contestó Mateo mirándola fijamente-. Los derechos de los niños a mí me parecen una cosa muy aburrida, solo sirven para aburrir a la gente. Solo los niños tontos creen en los derechos, profesora.
-¿Por qué dices eso Mateo? –le preguntó miss Laura-. Gracias a los derechos de los niños tú estás aquí en la escuela y puedes aprender todos los días las lecciones.
-¡Por eso mismo, señorita! –contestó Mateo-. Venir a la escuela y aprender lecciones es aburrido, lo más aburrido del mundo. Los adultos lo saben y por eso ellos no van a las escuelas. Lo más bonito del colegio es cuando suena la campana de la hora de salida y uno sale de aquí.
-¡Castíguelo, miss Laura! –dijo una niña que se sentaba adelante y que se llamaba Jahaira-, Siempre anda repitiendo esas cosas. También dice que el colegio es tonto porque a los niños no nos pagan dinero por escuchar clases y que los adultos sí ganan mucha plata trabajando en la calle. ¡Castíguelo, miss Laura! ¡Mándelo derechito al rincón!
-¡No Jahaira; no haré eso! –le respondió miss Laura poniéndose de nuevo los anteojos-. Primero que todo, yo soy quien decide si castigar o no a mis alumnos, y segundo, yo no acostumbro hacer ese tipo de castigos. Su compañerito Mateo simplemente está equivocado, eso es todo; pero por eso no lo voy a castigar.
-¡No estoy equivocado, miss Laura! –dijo Mateo sacudiendo la cabeza-.Yo nunca me equivoco. Lo que pasa es que yo pienso como adulto y no como un niñito. Para mí la escuela es aburrida. Usted lo sabe, miss Laura, pero quiere hacernos creer que venir al colegio es algo bonito.
-¡Miss Laura, castigue a Mateo que está muy malcriado! –dijo otra vez Jahaira-. ¡Ahora sí que se pasó de la raya!
-¡Que lo castiguen a Mateo! –repitieron otros niños. Mateo no tenía ni un solo amigo en la escuela. Con todos se llevaba muy mal, sobre todo con Jahaira.
La bulla de todos los niños invadió el salón de clases. Miss Laura se llevó el dedo índice a los labios para silenciar a sus pequeños.
-¡Silencio niños! –dijo miss Laura en voz alta-. No voy a castigar a su compañero Mateo por eso. Él solo está confundido, y eso no se resuelve con castigos.
La buena maestra caminó por todas las carpetas, hasta que llegó a la de Mateo. Miró al niño con un poco de tristeza y le tomó la cabeza. Mateo enmudeció y se puso tan pálido como un plátano.
-¡Mateo, conversaremos cuando termine la clase! –dijo la maestra-. ¡Tenemos mucho por hablar!
Luego, miss Laura se volvió al pizarrón, tomó una regla de madera que tenía en su pupitre y dos plumones.
-Niños. ¿Recuerdan que la otra vez hablamos de los números? –dijo ella, mirándolos a todos y esperando sus respuestas.
Levantó la mano un niño de tamaño mediano que se llamaba Paolo. Siempre que hablaban de números Paolo levantaba la mano. Hablaba muy despacio y le sudaban las manos cuando lo hacía. Pero a la hora de conversar y enterarse de lo que pasaba en el aula Paolo era muy despierto.
-Yo me acuerdo de la clase –dijo Paolo-. Usted habló de los números pares y de los impares. Los pares se pueden partir por la mitad, pero los impares no.
-¡Algo así, Paolito! –respondió miss Laura-, pero no es que no se pudieran partir en mitades, sino que no se podían partir en mitades enteras.
-¡Cómo es eso! –preguntó Paolo, tartamudeando y muy avergonzado por haberse equivocado.
-¡Pero qué niño tan burro,… ja, ja, ja! –carcajeó Mateo-. Se sienta en la primera fila y nada aprende. Es burro, además de tartamudo. ¿Por qué no castiga a ese niño burro, miss Laura?
-¡Silencio Mateo! –lo reprendió miss Laura, bastante enojada-. ¡En la escuela estamos para aprender! Paolo es un niño muy listo, porque opina incluso sin importarle si se equivoca en clase. Si los alumnos se equivocan en el colegio estamos los profesores para corregirlos, y así aprenden.
-¡A mí nadie me corregirá porque nunca me equivoco! –insistió Mateo.
-¡Eso lo veremos, Mateo! – le dijo miss Laura mirándolo a los ojos severamente-. Ya conversaremos; ahora, te pido que no interrumpas la clase.
La cara de Mateo cambió al ver enojada a miss Laura. Ya no se reía de oreja a oreja como antes, sino se tomaba el cabello y luego mordía su lápiz de madera. No volvió a interrumpir la clase. Miss Laura se dio cuenta del nerviosismo de Mateo, y volvió a referirse a la clase.
-Les decía, niños, que los números impares no pueden dividirse en mitades exactas. El 1, el 3, el 5 y otros más son impares, y no tienen mitades exactas. Se los voy a demostrar.
Miss Laura tomó cuatro plumones y se los enseñó a sus niños.
-Aquí tengo cuatro, quito la mitad de ellos y ahora me quedan dos. Le quito la mitad y luego me queda un plumón. Ya no puedo dividir este plumón a menos que lo rompa en dos pedazos.
-Miss Laura –dijo Jazmín-. Mi mamá hace tortas de chocolate y sea la cantidad que fuere, las parte en pedacitos iguales. ¿Cómo hace?
-Es lo que explicaba hace un rato, Jazmín. Un plumón, una silla o un cuaderno podríamos dividirlos, pero tendríamos que romperlos. Eso es lo que tu mami hace con las tortas. Mañana aprenderemos cómo ocurre eso.
-A mí me gustaría aprenderlo, comiendo las tortas de mi mamá y no con los números, miss Laura.
-Muy buena idea, Jazmín –se entusiasmó miss Laura, tanto que brillaron sus grandes ojos pardos-. ¡Mañana tempranito, pasaré por la pastelería de tu mami y le compraré una torta! ¡Estoy segura de que con ella aprenderán mucho más de fracciones que explicándoselo en la pizarra!
-¿Fracciones? ¿Qué es eso? –preguntó Paolo.
-¡Mañana lo sabrás, Paolo! No te preocupes –dijo miss Laura.
En ese momento sonó el timbre de la hora de salida. Los niños de otros salones gritaban de alegría porque volverían a sus casas, pero los alumnos de miss Laura siempre le rogaban que se quedara unos minutos más. Todos aprovechaban para conversar con ella de cosas distintas a los temas de clase, sobre todo Mariana. Hasta que uno a uno llegaban los padres a recoger a los niños. A Mateo nadie iba a recogerlo. Normalmente se iba ni bien sonaba la campana de salida, pero los viernes jugaba fulbito con otros niños más grandes que llegaban mucho más tarde a sus casas.
Ese día era viernes, y un niño de cuarto grado llamado Armando llamó por la ventana a Mateo.
-¡Oye, sal rápido! –le avisó Armando-; en la canchita te están esperando. Hoy tú tapas. Yo te presto las zapatillas.
Mateo cogió su maletín y fue hasta la puerta, pero miss Laura lo detuvo:
-¡Mateo, tenemos que hablar! –le dijo ella, y él comenzó a temblar como si fuera a recibir un fuerte castigo por eso.
-¡Hey Mateo! –le avisó el niño por la ventana-. Estamos en la cancha. Aunque parece que no podrás jugar, porque tu profesora te castigará y pegará. ¡Eres un caso perdido! Adiós Mateo. Espero que no te duelan tanto los golpes.
Mateo tenía mucho miedo, pero él nunca lloraba. Podían pegarle con un palo y no derramaba una sola lágrima. Cuando miss Laura lo llamó, se llevó las manos a los bolsillos y miró el suelo del aula.
-¡Mateo! –habló miss Laura-. ¿Qué te pasa, Mateíto? Te dije que conversaríamos. Nadie te va a castigar. Solo quiero conocerte mejor. A mí me gusta conocer a mis alumnos y a ti te conozco poco. Eso es todo.
-¿Para qué quiere conocerme, profesora? –contestó Mateo-. No tengo nada que contar, solo que me aburre el colegio y me aburren los niños que andan detrás de los profesores para que les pongan buenas notas.
-¡Yo no pongo mejores notas a quienes son más atentos conmigo, Mateo! Lo que pasa es que nos conocemos tan poco que piensas por mí y por todos tus compañeros. ¿Te cuento una cosa? Cuando era niña, yo era como tú. Me molestaban muchas cosas y no tenía muchos amigos en clases. Hasta que me di cuenta de que la escuela es como estar con una segunda familia.
-¡Entonces usted no era de niña como yo, miss Laura! ¡Yo no quiero tener ninguna familia! –dijo Mateo apretando los labios y esquivando la mirada de miss Laura.
-¿Por qué dices eso, Mateo? ¿Acaso no te gusta que te mimen Papá y Mamá? ¡Cuéntame lo que te pasa, hijito! ¿Cómo son tus papás?
-¡No me diga hijito, profesora Laura! – dijo Mateo y se le enrojecieron los ojos de un momento a otro-. ¡Usted no es mi madre para que me diga así! Nunca va a entender lo que me pasa, miss Laura,… ¡nunca!
La cara de Mateo estaba toda llena de lágrimas. Miss Laura lo quiso abrazar, pero Mateo se escapó de sus brazos y del salón de clases. Corrió con todas sus fuerzas hasta la puerta de salida del colegio. Ya no tenía ganas de jugar en la canchita con los niños grandes. Se fue derecho a su casa.
Miss Laura pasó muy temprano por la pastelería de la mamá de Jazmín. La propia madre de la niña la atendió.
-¡Buenos días, señora! –saludó la miss-. ¿Podría venderme un pastel? El más grande que tenga.
-¡Buenos días!... Tengo este que es de chocolate –dijo la madre de Jazmín y de pronto reconoció a miss Laura-. ¡Pero si usted es la maestra de mi hijita Jazmín! Ella se pasa el día hablándome de usted. Ya me voy a poner celosita, miss Laura.
-¡No tiene por qué ponerse celosa, señora! El cariño a una profesora jamás se comparará al amor de los hijos a su madre –dijo miss Laura, y se calló de pronto, como si se acordara de algo muy triste.
-En eso tiene usted mucha razón –dijo la madre de Jazmín mientras metía la gran torta en una caja-. Nada se compara con ser madre.
Miss Laura dijo sí moviendo la cabeza, pero se quedó muda. Sacó el dinero de su monedero y se despidió de la madre de Jazmín rápidamente. Faltaban apenas 10 minutos para el inicio de sus clases en el colegio. Tomó un taxi.
Esa mañana miss Laura encontró el aula vacía. Había estado pensando en lo que le había dicho la mamá de Jazmín, que el amor de un niño por su madre no se compara a ninguno, ni siquiera al que sienten los niños por sus maestros. Luego tomó uno de sus cuadernillos de notas para olvidarse de ese asunto. No quería que sus niños la viesen distraída.
Uno a uno fueron llegando todos. Paolo primero que todos, porque vivía a una cuadra del colegio. Luego, una niña de cabello muy crespo llamada Alexa, después Jahaira y otros más. Marianita siempre llegaba al último, porque venía al mismo paso que su perrita “Sushi” que más parecía tortuga que perra. Al final del camino la perra le gritaba uno que otro “guau guau” y se regresaba a casa de Marianita con la misma lentitud que había venido.
-Buenos días, miss Laura –la saludaba la niña al entrar.
-¡Hola Marianita! ¿Otra vez te acompañó Sushi, verdad? –adivinaba miss Laura.
-¡Sí profesora, esa perra es lentísima –dijo Jahaira-. Yo le he dicho que la cambie a Sushi por un conejo, para que llegue todos los días tempranito.
-¡Ja, ja, ja! –rieron todos.
En ese momento entró Mateo sin que nadie lo viera. No saludó a miss Laura y se metió como un ratón a su madriguera. Cojeaba al caminar.
-¡Buenos días, Mateo! –dijo en voz alta miss Laura.
-¡Hola profesora! –respondió apenas Mateo, quien en seguida se sentó y abrió su cuaderno en cualquier página.
-¡Está cojeando al caminar, miss Laura! –advirtió Paolo desde su carpeta.
-¡Eres un chismoso! ¡Ya vas a ver, Paolo cara de sonso! –amenazó Mateo.
Y miss Laura le ordenó a Mateo que se pusiera de pie. Le dolía mucho la pierna izquierda, tanto que no paraba de tomársela.
-¡No es nada, miss Laura –dijo Mateo sonriendo falsamente-, ayer me caí en la ducha del baño!
-Pero eso no parece el dolor de una caída –dijo Paolo-, más parece como si le hubieran pegado a Mateo, miss Laura.
-¡Cállate tonto! –respondió muy enfadado Mateo-. ¡Me caí en el baño y punto!
Felizmente para suerte de Mateo, Mariana distrajo a miss Laura con uno de sus dibujos de ella, Papá y Mamá.
-¡Miss Laura, ya estoy más chiquita! –le dijo y mostró de dibujo desde su sitio-. Ya no voy a perder mi bicicleta, ¿verdad?
-No la perderás, mi amor. Y me encanta tu dibujo- dijo dulcemente miss Laura-. Luego te enseñaré a dibujar casitas. Ahora vamos a iniciar clases.
Mateo se sentó y respiró con alivio, porque nadie le recordó lo de su pierna.
La maestra tomó dos plumones de su pupitre, caminó al pizarrón y escribió en él:
"FRACCIONES".
-Mis niños, en esta clase aprenderán que las cosas que no podemos tomarlas enteras podemos partirlas en partes iguales, sean muy grandes y pequeñas.
-¿También los chocolates, miss Laura? –preguntó Jazmín.
-Los chocolates, el queso, los panes, las pizzas…,¡y también esto!
Miss Laura tomó una caja que había conservado en una bolsa, y sacó de ella la torta de chocolate que había comprado a la madre de Jazmín en la pastelería.
-¡Guau! ¡Qué tortaza! ¡Se parece a las que prepara mi Mamá! ¿Usted fue por la mañanita a mi casa, verdad?- dijo Jazmín y corrió a abrazarla.
-Jazmincita, esta torta la compré para que aprendan un poco de matemáticas, pero también para que se diviertan. ¡Vamos Jazmín! Todos pongamos nuestras carpetas más cerca de la pizarra. Yo acercaré mi pupitre también.
Jalaron, empujaron y se llevaron las sillas lo más cerca que pudieron. Miss Laura puso la torta en medio de todos.
Mateo apenas movió un poco su carpeta. La puso detrás de Jahaira. Por un momento se mantuvo sin hablar para que nadie le preguntara sobre su pierna.
Miss Laura pidió silencio a todos y comenzó la clase.
-Mis niños, la torta que ven aquí es como el número uno. Si tuviera dos tortas sería como el número dos; y tres, si tuviera tres tortas… Ahora, observen esto que voy a hacer.
La maestra tomó un cuchillo y partió en dos la torta.
-Ahora tenemos dos mitades. Es la misma torta, pero dividida en dos partes! ¿Recuerdan que les dije que el uno no podía dividirse sin partirse? Aquí lo estoy partiendo en dos. Cada una de estas partes las llaman en matemáticas un medio o una mitad.
-Pero yo he visto a la mamá de Jazmín que parte la torta en partes más chiquitas –dijo Jahaira-, y las vende más barato a la gente.
-¡Claro niños! Miren esto –dijo la maestra y partió las mitades en dos-. Ahora tengo cuatro partes iguales de la torta, porque partí las dos mitades en dos.
-Sí, miss Laura, pero esa torta solo va alcanzar para cuatro personas –dijo Jahaira-.Necesitamos por lo menos dieciséis pedazos.
-Tranquilos, niños –dijo la maestra y puso el cuchillo sobre uno de los pedazos de la torta-. Ahora tenemos cuatro pedazos, pero partimos los cuatro por la mitad. Ya no tenemos cuatro, sino ocho del mismo tamaño. Cada pedazo es de torta, porque si junto los ocho trozos iguales tengo una torta completa.
-¡Ah ya entiendo, miss Laura! –dijo Jahaira-. ¡Si deseo más pedazos sigo cortando los trozos de la torta en partes iguales!
-¡Exacto, Jahairita! –contestó miss Laura y cortó por la mitad cada uno de los ocho pedacitos.
-¡Guau! Ahora hay dieciséis pedazos de torta, miss Laura.
-Sí, Jahaira. Pero juntos los dieciséis trozos hacen la torta completa. A este modo de partir las cosas en partes iguales en matemáticas le llaman fracciones.
-Son ricas las fracciones de torta, miss Laura –dijo Paolo-. Yo quiero una, mejor dos.
-Veo que han entendido, niños –dijo la maestra con satisfacción-. Estos dieciséis pedazos de torta que hay aquí son para cada uno de ustedes.
Miss Laura envolvió los pedazos en servilletas de papel y los fue entregando a cada uno de los alumnos. Todos, sobre todo Mariana, tenían la boca llena de crema de torta, y cada uno le dio un pedazo pequeño de lo que les correspondía a miss Laura.
-Gracias, niños. Ya comí demasiado no me inviten más –decía muy risueña la miss.
Mateo no había tocado su torta. Miss Laura se acercó a su carpeta y le dijo:
-¿Qué pasa Mateito? ¿No vas a comer tu fracción de torta?
-No tengo hambre, profesora –contestó-. Se lo regalo a sus alumnos. A mí no me gustan las tortas.
-¿No te gustan las tortas, Mateíto? -se sorprendió miss Laura-. ¿Acaso tu mamá nunca te ha preparado una para tu cumpleaños?
-¡No! –dijo secamente Mateo, sus ojos estaban vidriosos, como si le costara hablar una palabra.
Miss Laura se quedó muda, pero no se dio por vencida. Le dio una mordida al trozo de torta de Mateo, y le dio de comer en su boca. El niño probó un poco, con mucha vergüenza de que lo vean los demás.
Jahaira lo vio y comenzó a hacer burla de él.
-Miren a Mateo –dijo señalándolo-, le tienen que dar de comer como mi hermanito de dos años…, ja,ja,ja.
-¡Y así dice que no es un niñito! –dijo Paolo-, parece un bebé.
Mateo ardía en cólera. Compararlo a él con un bebé era toda una humillación. Tuvo ganas de responderle a Jahaira con una burla mucho peor que la de ella, un chiste con el que todos se rieran de Jahaira. Pero luego se dio cuenta de que todos eran amigos de Jahaira y en cambio, él no tenía un solo amigo.
Luego Miss Laura volvió a escribir en el pizarrón.
-Les voy a dejar una pequeña tarea sobre la clase de hoy, niños –dijo miss Laura-. Si algo no entendieron, pregúntenme por favor, no lo olviden.
-¡Sí, miss Laura! –dijo Jahaira-, aunque no creo porque está fácil.
En eso Jahaira sintió que alguien le jalaba el cabello muy duro. Nadie le había jalado nunca el pelo a Jahaira, ni siquiera en su casa.
-¡Ay! –se quejó y miró hacia atrás. Era Mateo, quien se sentaba justo detrás de ella. Pero él parecía estar escribiendo tranquilamente en su cuaderno. Ella le sacó la lengua, pero Mateo seguía como si no la viera.
Mateo se rió en silencio. Se sentía muy listo para hacer maldades a los demás. Preparó una vez más su mano. En esta ocasión le jalaría toda la cola.
-¡Je, je, je! Pobre Jahaira –se dijo y estiró la mano ágilmente. Pero en seguida alguien dijo su nombre en voz muy alta.
-¡Mateo! –llamaron. Era miss Laura-. ¡Lo he visto todo, Mateo! ¡Quería ver si eras capaz de jalarle dos veces el cabello a tu compañera y lo hiciste sin ninguna vergüenza de que te vieran!
Miss Laura se acercó a la carpeta de Mateo. Jahaira se mantuvo en silencio.
-¡Vas a pedirle perdón a tu compañera Jahaira por haberle jalado el cabello! –ordenó la miss-, ¡y vas a hacerlo ahora!
Mateo tenía los ojos como si quisiera llorar de rabia. Miró alrededor y todos los niños parecían como contentos de que por fin le dieran una lección a Mateo. El problemático niño quería que se lo trague la tierra antes que pedirle perdón a Jahaira, ella era con la que se llevaba peor en clase.
-¡Mateo, ya llevas un minuto y no le has pedido perdón a tu compañera! –le advirtió la maestra-, si no lo haces tendré que llamar a tus padres.
Mateo se asustó mucho cuando miss Laura dijo lo de llamar a sus padres. Movió los labios y dijo con voz temblorosa:
-¡Perdón Jahaira!
Jahaira se mantuvo en silencio, pero los demás carcajearon al ver la cara larga de Mateo. Hubo una gran bulla.
-¡Silencio todos!-dijo la miss-. Esto no es una humillación a Mateo, sino una lección de que si hacemos daño a alguien, tenemos que pedir perdón.
Todos se callaron. Miss Laura era una maestra muy dulce y se enojaba poco. Pero cuando se enojaba, sus niños se callaban como si estuvieran en un templo.
Eran casi la una de la tarde y sonó el timbre de salida.
Todos cogieron sus maletas y se despidieron uno por uno, de miss Laura con un beso. Mateo solo la miró de lejos e hizo un saludo de mano.
Una maestra muy famosa
Miss Laura tenía la voz más bonita entre todas las profesoras de la escuela primaria “mañanas felices”. Su voz era más bonita que las de las cantantes de Tv, y más bonita que el “cuic cuic” de las aves que se paseaban todas las mañanas por el colegio. Sus niños, todos, toditos la saludaban ni bien cruzaba con pasos suaves la puerta del salón.
Todos paraban la bulla y saltaban a sus asientos.
“Plom Plom”, sonaban las carpetas
-Buenos días, mis niños -decía miss Laura-. Hoy nos divertiremos más que ayer.
Mariana, la más pequeñita de la clase se le pegaba a miss Laura como un chicle. Le tomaba el mandil y le enseñaba su dibujo a crayola como si se tratara de una obra de arte de un gran pintor.
Y miss Laura tenía siempre las palabras exactas para arrancarle una risita a Mariana, haciendo que sus dibujitos de Mamá y Papá y ella siempre más alta que los dos, se vieran muy lindos, más lindos que el del día anterior y mucho más buenos que el que había dibujado hacía una semana.
-¡Vaya Marianita! –la felicitaba miss Laura-. Muy bonito tu dibujo. Lo estás haciendo muy bien. Solo que todavía no has crecido tanto como Papá y Mamá. Si fueras así de grandota, ese vestidito blanco que llevas puesto y que tanto te gusta, ya no te quedaría. Y peor, tendrías que dejar tu bicicleta por una muy grande, enorme. Es mejor que te dibujes más chiquita.
-¡Sí, miss Laura! Mejor es que me dibuje más pequeñita que mis papás –la miraba Mariana como si se hubiera librado de un gran peso. Se tomaba el vestido blanco que tanto adoraba y lo llenaba de besitos.
“¡Muack, Muack!”, lo besaba.
En seguida miss Laura caminaba de puntitas hasta el pizarrón. Tomaba el plumón azul y escribía con letras muy grandes:
"DERECHOS DE LOS NIÑOS".
Y luego decía a todos sus pequeños:
-Esta clase será muy divertida, porque les interesará a ustedes. El título les parecerá un poco extraño, pero es algo que no se pueden perder de saber. Los derechos de los niños son cosas que todos ustedes deben tener para que vivan mejor, son todo lo que ustedes necesitan.
Una niña de dos colas levantó la mano muy alto y dijo:
-Yo necesito un lápiz nuevo, porque el que tengo se me acaba de romper. ¿Los lápices nuevos también son derechos de los niños, señorita?
-Bueno, Jazmíncita –le respondió miss Laura a aquella niña que se llamaba Jazmín-. Los derechos no son cosas que se puedan ver y tocar, como los lápices, las tortas o los juguetes. Te lo explico mejor. ¿Recuerdas que en la clase de ayer hablamos de lo que debemos hacer para que nuestros padres se sientan más contentos con nosotros?
-Sí, miss Laura, sí me acuerdo –respondió Jazmín-. Pero eran cosas que nosotros teníamos que cumplir, como obedecerles en todo, decirles la verdad, contarles todo lo que sentimos y cosas como esas. Pero eso los ponía contentos a ellos más que a nosotros, señorita.
Miss Laura se quitó los anteojos que llevaba y le dijo a la pecosa Jazmín:
-Bueno, los derechos de los niños sirven para hacer más contentos a los niños. Todos los que no somos niños tenemos que respetarlos y hacer que siempre los tengan. Por ejemplo, tú me dijiste que necesitabas un lápiz nuevo. El lápiz nuevo no es un derecho de los niños, pero sí es un derecho de los niños que tus papás, profesores y hasta los que gobiernan los países hagan que no te falte nada a la hora que tengas que aprender tus lecciones.
Un niño que se llamaba Mateo, bostezó muy fuerte, mientras miss Laura hablaba de los derechos de los niños. Llevaba el pelo todo alborotado y sucio y las uñas tan largas como las garras de un gato. Miraba a un lado y a otro como esperando que acabara de una vez la clase. Mientras tanto se divertía haciendo aviones de papel de sus cuadernos y lanzándoselos a sus compañeros.
Al fin, miss Laura, lo vio y le hizo una pregunta al maleducado Mateo.
-¿Y tú Mateo? ¿Conoces los derechos de los niños?
-¡No, mis Laura! –contestó Mateo mirándola fijamente-. Los derechos de los niños a mí me parecen una cosa muy aburrida, solo sirven para aburrir a la gente. Solo los niños tontos creen en los derechos, profesora.
-¿Por qué dices eso Mateo? –le preguntó miss Laura-. Gracias a los derechos de los niños tú estás aquí en la escuela y puedes aprender todos los días las lecciones.
-¡Por eso mismo, señorita! –contestó Mateo-. Venir a la escuela y aprender lecciones es aburrido, lo más aburrido del mundo. Los adultos lo saben y por eso ellos no van a las escuelas. Lo más bonito del colegio es cuando suena la campana de la hora de salida y uno sale de aquí.
-¡Castíguelo, miss Laura! –dijo una niña que se sentaba adelante y que se llamaba Jahaira-, Siempre anda repitiendo esas cosas. También dice que el colegio es tonto porque a los niños no nos pagan dinero por escuchar clases y que los adultos sí ganan mucha plata trabajando en la calle. ¡Castíguelo, miss Laura! ¡Mándelo derechito al rincón!
-¡No Jahaira; no haré eso! –le respondió miss Laura poniéndose de nuevo los anteojos-. Primero que todo, yo soy quien decide si castigar o no a mis alumnos, y segundo, yo no acostumbro hacer ese tipo de castigos. Su compañerito Mateo simplemente está equivocado, eso es todo; pero por eso no lo voy a castigar.
-¡No estoy equivocado, miss Laura! –dijo Mateo sacudiendo la cabeza-.Yo nunca me equivoco. Lo que pasa es que yo pienso como adulto y no como un niñito. Para mí la escuela es aburrida. Usted lo sabe, miss Laura, pero quiere hacernos creer que venir al colegio es algo bonito.
-¡Miss Laura, castigue a Mateo que está muy malcriado! –dijo otra vez Jahaira-. ¡Ahora sí que se pasó de la raya!
-¡Que lo castiguen a Mateo! –repitieron otros niños. Mateo no tenía ni un solo amigo en la escuela. Con todos se llevaba muy mal, sobre todo con Jahaira.
La bulla de todos los niños invadió el salón de clases. Miss Laura se llevó el dedo índice a los labios para silenciar a sus pequeños.
-¡Silencio niños! –dijo miss Laura en voz alta-. No voy a castigar a su compañero Mateo por eso. Él solo está confundido, y eso no se resuelve con castigos.
La buena maestra caminó por todas las carpetas, hasta que llegó a la de Mateo. Miró al niño con un poco de tristeza y le tomó la cabeza. Mateo enmudeció y se puso tan pálido como un plátano.
-¡Mateo, conversaremos cuando termine la clase! –dijo la maestra-. ¡Tenemos mucho por hablar!
Luego, miss Laura se volvió al pizarrón, tomó una regla de madera que tenía en su pupitre y dos plumones.
-Niños. ¿Recuerdan que la otra vez hablamos de los números? –dijo ella, mirándolos a todos y esperando sus respuestas.
Levantó la mano un niño de tamaño mediano que se llamaba Paolo. Siempre que hablaban de números Paolo levantaba la mano. Hablaba muy despacio y le sudaban las manos cuando lo hacía. Pero a la hora de conversar y enterarse de lo que pasaba en el aula Paolo era muy despierto.
-Yo me acuerdo de la clase –dijo Paolo-. Usted habló de los números pares y de los impares. Los pares se pueden partir por la mitad, pero los impares no.
-¡Algo así, Paolito! –respondió miss Laura-, pero no es que no se pudieran partir en mitades, sino que no se podían partir en mitades enteras.
-¡Cómo es eso! –preguntó Paolo, tartamudeando y muy avergonzado por haberse equivocado.
-¡Pero qué niño tan burro,… ja, ja, ja! –carcajeó Mateo-. Se sienta en la primera fila y nada aprende. Es burro, además de tartamudo. ¿Por qué no castiga a ese niño burro, miss Laura?
-¡Silencio Mateo! –lo reprendió miss Laura, bastante enojada-. ¡En la escuela estamos para aprender! Paolo es un niño muy listo, porque opina incluso sin importarle si se equivoca en clase. Si los alumnos se equivocan en el colegio estamos los profesores para corregirlos, y así aprenden.
-¡A mí nadie me corregirá porque nunca me equivoco! –insistió Mateo.
-¡Eso lo veremos, Mateo! – le dijo miss Laura mirándolo a los ojos severamente-. Ya conversaremos; ahora, te pido que no interrumpas la clase.
La cara de Mateo cambió al ver enojada a miss Laura. Ya no se reía de oreja a oreja como antes, sino se tomaba el cabello y luego mordía su lápiz de madera. No volvió a interrumpir la clase. Miss Laura se dio cuenta del nerviosismo de Mateo, y volvió a referirse a la clase.
-Les decía, niños, que los números impares no pueden dividirse en mitades exactas. El 1, el 3, el 5 y otros más son impares, y no tienen mitades exactas. Se los voy a demostrar.
Miss Laura tomó cuatro plumones y se los enseñó a sus niños.
-Aquí tengo cuatro, quito la mitad de ellos y ahora me quedan dos. Le quito la mitad y luego me queda un plumón. Ya no puedo dividir este plumón a menos que lo rompa en dos pedazos.
-Miss Laura –dijo Jazmín-. Mi mamá hace tortas de chocolate y sea la cantidad que fuere, las parte en pedacitos iguales. ¿Cómo hace?
-Es lo que explicaba hace un rato, Jazmín. Un plumón, una silla o un cuaderno podríamos dividirlos, pero tendríamos que romperlos. Eso es lo que tu mami hace con las tortas. Mañana aprenderemos cómo ocurre eso.
-A mí me gustaría aprenderlo, comiendo las tortas de mi mamá y no con los números, miss Laura.
-Muy buena idea, Jazmín –se entusiasmó miss Laura, tanto que brillaron sus grandes ojos pardos-. ¡Mañana tempranito, pasaré por la pastelería de tu mami y le compraré una torta! ¡Estoy segura de que con ella aprenderán mucho más de fracciones que explicándoselo en la pizarra!
-¿Fracciones? ¿Qué es eso? –preguntó Paolo.
-¡Mañana lo sabrás, Paolo! No te preocupes –dijo miss Laura.
En ese momento sonó el timbre de la hora de salida. Los niños de otros salones gritaban de alegría porque volverían a sus casas, pero los alumnos de miss Laura siempre le rogaban que se quedara unos minutos más. Todos aprovechaban para conversar con ella de cosas distintas a los temas de clase, sobre todo Mariana. Hasta que uno a uno llegaban los padres a recoger a los niños. A Mateo nadie iba a recogerlo. Normalmente se iba ni bien sonaba la campana de salida, pero los viernes jugaba fulbito con otros niños más grandes que llegaban mucho más tarde a sus casas.
Ese día era viernes, y un niño de cuarto grado llamado Armando llamó por la ventana a Mateo.
-¡Oye, sal rápido! –le avisó Armando-; en la canchita te están esperando. Hoy tú tapas. Yo te presto las zapatillas.
Mateo cogió su maletín y fue hasta la puerta, pero miss Laura lo detuvo:
-¡Mateo, tenemos que hablar! –le dijo ella, y él comenzó a temblar como si fuera a recibir un fuerte castigo por eso.
-¡Hey Mateo! –le avisó el niño por la ventana-. Estamos en la cancha. Aunque parece que no podrás jugar, porque tu profesora te castigará y pegará. ¡Eres un caso perdido! Adiós Mateo. Espero que no te duelan tanto los golpes.
Mateo tenía mucho miedo, pero él nunca lloraba. Podían pegarle con un palo y no derramaba una sola lágrima. Cuando miss Laura lo llamó, se llevó las manos a los bolsillos y miró el suelo del aula.
-¡Mateo! –habló miss Laura-. ¿Qué te pasa, Mateíto? Te dije que conversaríamos. Nadie te va a castigar. Solo quiero conocerte mejor. A mí me gusta conocer a mis alumnos y a ti te conozco poco. Eso es todo.
-¿Para qué quiere conocerme, profesora? –contestó Mateo-. No tengo nada que contar, solo que me aburre el colegio y me aburren los niños que andan detrás de los profesores para que les pongan buenas notas.
-¡Yo no pongo mejores notas a quienes son más atentos conmigo, Mateo! Lo que pasa es que nos conocemos tan poco que piensas por mí y por todos tus compañeros. ¿Te cuento una cosa? Cuando era niña, yo era como tú. Me molestaban muchas cosas y no tenía muchos amigos en clases. Hasta que me di cuenta de que la escuela es como estar con una segunda familia.
-¡Entonces usted no era de niña como yo, miss Laura! ¡Yo no quiero tener ninguna familia! –dijo Mateo apretando los labios y esquivando la mirada de miss Laura.
-¿Por qué dices eso, Mateo? ¿Acaso no te gusta que te mimen Papá y Mamá? ¡Cuéntame lo que te pasa, hijito! ¿Cómo son tus papás?
-¡No me diga hijito, profesora Laura! – dijo Mateo y se le enrojecieron los ojos de un momento a otro-. ¡Usted no es mi madre para que me diga así! Nunca va a entender lo que me pasa, miss Laura,… ¡nunca!
La cara de Mateo estaba toda llena de lágrimas. Miss Laura lo quiso abrazar, pero Mateo se escapó de sus brazos y del salón de clases. Corrió con todas sus fuerzas hasta la puerta de salida del colegio. Ya no tenía ganas de jugar en la canchita con los niños grandes. Se fue derecho a su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario