Érase una vez un niño que vivía en una pequeña, cuyo padre poseía una pequeña granja. Y la granja se ubicaba en un pueblo llamadoMarceline. Gracioso nombre para un pueblo ¿verdad? Pues resulta que así la bautizaron en honor de la esposa del director de la construcción del ferrocarril que unía a este pueblo con la ciudad de Chicago. Pero esa es otra historia que no tiene mucho que ver con la del niño del que les voy a hablar.
El niño respondía al nombre Walter, pero él, a quien le molestaba lo demasiado formal que sonaba su nombre, se hacía llamar Walt y así lo llamaban también sus padres, hermanos y todos los que conocían enMarceline. Ellos no solían ser nada formales cuando se trataban entre sí.
—¡Oye Walt, deja de estarme mirando como si fuera un mono y avísale a tu padre que necesito en mi bodega seis litros de leche! —exclamaba con voz ronca un tipo de patillas enormes y rojas y de cabello escaso en la cabeza llamado Billy.
El niño Walt corría a grandes trancos a avisarle a su padre, el señor Elías Disney, quien aparte de ser el dueño de la granja ocupaba sus días como carpintero. Estaba tratando de hacer una silla para la menor de los hijos, Ruth, la pequeña Ruth. Cuando Elías clavaba descargaba toda su furia en el martillo.
—Papá —dijo Walt a su padre que ajustaba los soportes de la silla a fuerza de martillo—, ha venido el señor McGregor por seis litros de leche.
—¡Diablos!, ¡esta madera es como un demonio…! –exclamaba Elías rezongando.
—Papá, te estaba diciendo que el señor McGregor…
Entonces a Elías Disney se le frunció el ceño y el mango del martillo se le quedó en sus manos… Contestó sumamente irritado.
—¡Qué quiere ahora Billy McGregor…!
—Lo de siempre –dijo el niño Walt—, leche para su bodega.
—Llévate la tercera cubeta de la izquierda –dijo más tranquilo Elías y señalando una de las filas de recipientes que estaba en la pequeña bodega.
Y el niño Walt cargó la cubeta de leche hasta donde lo esperaba Billy McGregor. Y ocurría lo de siempre: Billy le preguntaba qué cara había puesto su padre cuando se lo decía y Walt le comentaba lo acostumbrado, que se había enfadado apenas escuchaba el nombre de Billy McGregor. Y, como siempre ocurría, éste se echaba a reír.
—Jaja –reía el hombre estrepitosamente—. Entre irlandeses nos comprendemos.
Sí, tanto McGregor como Elías Disney eran descendientes de irlandeses. Este último, sin embargo había nacido en Canadá y había migrado con la Fiebre del Oro a California. Allí conocería a su esposa Flora, la madre de Walt, con quien se casó en el año 1888.
Flora, la mamá de Walt era totalmente diferente a su esposo. De carácter sereno y tierna por lo regular. Se entretenía contándoles cuentos a sus hijos Roy, a la pequeña Ruth, pero sobre todo a Walt quien la escuchaba con una vivacidad fanática.
—Mamá, cuéntanos aquella historia del niño que nunca se hacía adulto —rogaba Walt a su madre Flora.
—¡No, esa no me gusta tanto a mí! –exclamaba su hermana Ruth—. Cuéntanos aquella de la madrastra que hacía fregar pisos a la pobre y bella muchacha que no era hija suya.
—Por partes, niños… por partes… —señalaba Flora con la paciencia de una maestra y comenzaba por el cuento para Ruth. No tardaba la niña en dormirse, de modo que había que contarle por partes su cuento favorito. Walt, entonces esperaba su turno y su madre Flora le relataba aquel libro tan querido por él, llamado ‘Peter Pan’.
Walt tenía una tía, prima de su padre, quien a cada visita le traía curiosos juguetes pero sobre todo libros de cuentos que su madre Flora solía leerles al final de la noche. Los libros de cuentos venían incluso con lápices de distintos colores.
Los cuentos en los que intervenían hombres y animales eran de su especial atención. A veces ocurría que su madre le mencionaba el animal protagonista del cuento y Walt le pedía que le detallara cómo era el animal. Entonces flora les inventaba color, tamaño, voz y contextura para complacer al pequeño Walt.
Al despertar por la mañana, a veces sucedía, que al oír los ruidos que hacían los animales en la granja, pensaba en si sus animales eran capaces de hablar. Pensaba que, como en los cuentos que les leía su madre, era probable que los animales pudieran hablar.
Con estos pensamientos, un día se levantó más temprano de lo acostumbrado y aún en la oscuridad, fue hacia donde estaban los animales de la granja.
—Si las gallinas de nuestra granja pudieran decir ‘tengo frío’ –pensaba— y no sólo cacarear, o si la vaca pudiera contestarnos ‘Por favor, señor granjero, no me saque tanta leche’, sería increíble.
A veces se levantaba muy temprano y corría a la granja a comprobar sin en efecto, los animales podían hablar. Pero era grande su desilusión al ver que éstos hacían los mismos ruidos que de costumbre.
—¡Bah! Quizás estos animales no sean los que hablen, pero no sería mala idea hacerles unos retratos.
Tomó del escritorio de su casa un lápiz, una hoja de papel y un cuadernillo y corrió de nuevo a la granja. Dibujó a todas sus gallinas, cada una en diferente posición y como si pudieran hablar. Luego a las dos yeguas que poseía su padre, agregándoles una sonrisa. A la vaca la retrató como si estuviera parada en dos patas y discutiendo con el señor McGregor, pues éste le debía 50 dólares a Elías Disney por los varios litros de leche que se había llevado en este mes sin pagar.
—Vaya –se dijo Walt entusiasmado— estos retratos sí que se parecen a los protagonistas de las historias que mamá me cuenta. De pronto Walt oyó unos pasos que se acercaban a la granja. Una voz interrumpió el silencio.
—¡Niño! ¿Qué haces aquí tan solo? Cualquiera diría que tratas de hablar con los animales…
Walt se puso rojo como un tomate, pero en seguida agregó:
—No, desgraciadamente ellos no hablan. Pero, igual los amo.
— Eso está muy bien, pequeño – dijo con ternura el hombre. Era de edad mediana, de contextura ancha y más alto que el promedio de personas. Llevaba una boina blanca y unos anteojos bastante gruesos. Se presentó como el doctor Sherwood, médico del hospital de Missouri.
Sherwood miró a su alrededor y preguntó por algún adulto que pudiera atenderlo. Pero Walt, con apenas ocho años dio muestras de ser un niño que podía asumir algunas responsabilidades de adulto. De manera que le preguntó cuál era el motivo de su visita.
—¡Qué lo trae por acá, doctor Sherwood! —le dijo Walt como si lo conociera de mucho tiempo.
—Bueno, niño, pareces más autosuficiente de lo que creía. Necesito una docena de huevos. Vengo de muy lejos y el Gobierno me ha enviado a este pueblo para encargarme de su salud. Pero primero tengo que cuidar de la mía y llevo un hambre de león.
—Pero deberá pagar por adelantado, señor Sherwood –advirtió pícaramente Walt—, le digo esto porque mucha gente acostumbra a llevarse los productos de fiado y eso encoleriza a mi pobre padre.
—Pierde cuidado, niño… ¿Dos dólares alcanzarán para una docena de huevos? Si es así, tómalos de una vez y me los traes, pues llevo gran hambre.
—Dos dólares alcanzan para llevarse a la gallina que pone los huevos, doctor— contestó sonriendo Walt, pero no está en venta. De cualquier modo, le podré traer su vuelto…
—No, no pequeño. No es necesario. Llevo prisa y puedes quedártelo.
—Pero no podría aceptarlo, doctor. Mi padre me tiene prohibido tomar dinero de extraños.
—Muy bien, muy bien –repuso Sherwood resignado a esperar—… Pero, ¡un momento!, detente ¿Qué es eso que llevas en la mano?
—Son dibujos, doctor.
—¡Dibujos! –exclamó sorprendido— ¿Te gusta dibujar?
Walt le mostró el conjunto de dibujos de animales que había realizado y el doctor quedó sorprendido sobre todo porque no se trataba de cualquier dibujo de animales, sino que estas criaturas tenían ciertas características humanas.
—¡Extraordinario, pequeño! —exclamó admirando el dibujo el doctor Sherwood. Tengo una idea. Quisiera comprarte tus dibujos, pero eso no sería justo. ¿Te parece si te propongo que dibujes mi caballo?
¡Trato hecho! –respondió Walt brillándole los ojos.
En seguida se dispuso a tomar el lápiz y el cuadernillo y en cuestión de dos minutos terminó un boceto muy gracioso del caballo del doctor Sherwood sonriéndole pícaramente. El médico al ver el dibujo quedó gratamente entusiasmado con el retrato de su caballo que no tenía la figura solemne y animal de cualquier otro dibujo, sino cierta personalidad humana. Era como si su caballo hubiera adoptado una postura de persona y además la de alguien con gran sentido del humor. Sherwood recompensó a Walt con medio dólar más de lo que habían acordado, prometiéndole que lo recomendaría como excelente dibujante de caricaturas en dondequiera que se apreciaran estos trabajos.
Pero no había demasiado tiempo para pasatiempos. Estábamos en 1909 y éste era el peor otoño en la granja desde la llegada a Marceline en 1906. Los hijos mayores de la familia: Herbert y Raymond, de 21 y 19 años respectivamente, dedicaban la mayor parte de su tiempo a la granja, pero pensaban también en trabajos opcionales como en las obras del ferrocarril que se venía construyendo alrededor del estado de Misuri.
Elías, su padre, anteriormente, no había tenido que dedicarse más que el mantenimiento de la granja, sin embargo ahora tenía que hacerse espacio para realizar trabajos de carpintería que los clientes solían cada vez menos valorar. A veces se sentía más obrero que granjero, pero le daba mucha pena tener que deshacerse de algo que había sido un oficio tradicional en la familia Disney: ser granjeros.
Por eso el niño Walt había tomado muy en serio la propuesta de Sherwood y, a través de él pudo conseguir algunos compradores de sus caricaturas que a menudo iban a visitarlo a la granja: un cabo del Ejército, una enfermera, un pastor de la Iglesia que deseaba ser retratado, un médico, compañero de Sherwood y un joyero extravagante eran sus más asiduos clientes. En estas gestiones lo ayudaba el hermano que lo antecedía: Roy, quien junto con Ruth era de sus mejores confidentes.
Pasado el verano el pequeño Walt debía ir a la escuela. No existía una gran escuela en el pueblo. Había lo necesario, una maestra dulce, un pizarrón, sillas, mesas y por supuesto, muchos niños.
Walt no destacaba por ser un alumno brillante en materias como gramática, matemáticas o historia; pero era un alumno regular con el que no se tenía mayores inconvenientes. Lo que más sorprendía eran sus ilustraciones. Miss Anny Halley, la maestra de la escuela, que había tenido la oportunidad de estudiar arte en Chicago, se maravillaba con los la expresividad de los dibujos de Walt. Había un talento para las ilustraciones aún sin explotar.
Sin embargo, la vida en esa modesta escuela no duraría mucho. Un incidente desafortunado cambió los planes de la familia. Elías, su padre, había enfermado de tifus, enfermedad común en las granjas. De modo que éste debió pasar muchos meses en cama. Sus dos hijos mayores se encontraban ya en Chicago. Únicamente Roy, Walt y eventualmente su esposa Flora pudieron dedicarse al mantenimiento de la granja.
—Podemos vender la granja y establecer un negocio en Kansas, Elías –proponía Flora.
—Sería una pena vender la granja –reponía Elías—, es la herencia de la familia Disney.
Pero al verse imposibilitado de continuar trabajando en la granja, en el invierno de 1909 a pesar de contar con la ayuda de sus hijos mayores. La vendió a regañadientes, y la familia vivió en una casa alquilada hasta 1910, año en que se mudaron a la ciudad de Kansas.
La vida del pequeño Walt dio un vuelco total. Debió adaptarse a una ciudad más grande en la cual los paisajes naturales no abundaban. Había pasado sus años más felices escuchando el graznido de los patos, el cacareo de las gallinas y el mugido de las vacas. Por el contrario, en Kansas se dejaban ver los primeros automóviles y los caminos, que antes lo ocupaban los coches a caballo ahora lo ocupaban estos vehículos motorizados.
Cuando la familia Disney se instaló en Kansas City, Elías compró una ruta de repartidores de periódicos y sus empleados eran Walt y Roy a los que educó para que fueran personas perfeccionistas.
—Muy bien, hijos –advertía Elías— si queremos salir de esta de una vez por todas tendremos que madrugar para que la competencia no se nos adelante en el negocio. Probablemente dentro de año y medio reunamos una buena cantidad de dinero y es posible que la disfrutemos, ¿de acuerdo?
Los hermanos Disney asentían con su cabeza, sabiendo que la tarea sería bastante pesada.
Walt Se levantaba a las tres de la mañana y su padre le pedía que depositara cada periódico detrás de cada contrapuerta de cada casa (las contrapuertas son típicas en las casas de Norteamérica, son una doble puerta exterior que sirve para proteger del viento). No permitía que dejasen los periódicos fuera como otros repartidores.
Dentro de aquel conjunto de cosas nuevas, el pequeño Walt tuvo gran fascinación por los trenes. No fue coincidencia que cuando él, su padre y su hermano Roy se iniciaran en el negocio de reparto de periódicos, se hubiera sentido tan satisfecho.
Así lo era, pero Elías no descuido la educación de Walt, quien fue matriculado en una escuela nacional de Kansas, destacándose nuevamente por su habilidad para hacer caricaturas, incluso la de sus compañeros de clases y maestros.
Pero esta rutina entre trabajo y escuela agotaba demasiado al niño Walt, quien a veces se dormía en las clases. Había días en los que únicamente disponía de una hora para dormir. Cosa que Flora, su madre consideraba inadecuada.
—Elías –advertía ésta—, ¿no crees que estás exigiendo demasiado a Walt haciéndolo trabajar cuando tiene que ir a la escuela? Todos sus compañeros descansan, sin embargo él llega agotado a la escuela. ¡Me parece desventajoso para él!
— No es una desventaja para Walt –anotaba Elías—, él recibe un dinero por ello. Con el tiempo él sabrá más de administrar dinero que sus amigos. Mientras ellos continuaran jugando a la pelota, Walt será por entonces todo un empresario.
Pese a lo que se pudiera pensar Walt no era un mal alumno, si bien no era de los más aplicados en las asignaturas más valoradas por sus maestros, destacaba en arte y actuación; amaba el teatro y le encantaban las películas de Charles Chaplin, humorista que comenzaba a hacerse famoso entre los estadounidenses. La escuela de Kansas, incluso, adquirió fama por tener entre sus alumnos al pequeño talento Walt Disney, quien había recogido una serie de historietas populares a comienzos del siglo XX, llamada Maggy y Jiggs.
Mientras Walt disfrutaba de estos logros en su escuela, Elías, su padre, invertía las ganancias que obtenía del negocio del reparto del periódico en una pequeña empresa. Al comienzo pensó en una fábrica procesadora de gelatina, pero luego se decidió por algo más rentable y menos costoso. Un día regresó a su casa con la idea muy clara de cuál era el negocio más rentable en Norteamérica.
— ¡Flora! –sorprendió con un grito Elías a su esposa, mientras ella lo recibía—, he notado que en todo el mundo no para de hablarse de las bebidas gaseosas, son una sensación.
— Sí, lo sé –respondió Flora sin mucho entusiasmo—, pero a ti esas bebidas no te habían llamado la atención.
—Eso habrá sido hasta no tener idea de la cantidad de gente que compra estos productos. Lo mejor es que quienes lo hacen no necesitan una gran inversión. Me he informado del proceso de fabricación, es muy sencillo y no cuesta mucho montar una empresa de gaseosas…
— ¿Acaso estás pensando en…? –preguntó Flora sin terminar de decirlo.
—Sí, amor: una fábrica de gaseosas. He venido ahorrando en los últimos dos años y esta nueva empresa podría ocupar a toda la familia. Nosotros mismos podríamos distribuirla; Roy, Ruth y Walt también…
—Walt, siempre Walt –le recriminaba Flora a su esposo—, ya basta con lo mucho que lo has hecho trabajar en estos dos años. Walt necesita divertirse. ¿Por qué te empeñas en hacerlo trabajar?
—Es que Walt tiene talento para los negocios. Sabe cómo salirse con la suya, mujer. Además no sería un gran esfuerzo para él, ya que ama estar en los trenes. Allí podría distribuirse el producto.
Elías estaba convencido de que ese tipo de bebidas tenían un gran futuro, por lo que vendió la empresa de repartidores y aumentó su inversión en 16.000 dólares más, convirtiéndose así en el director de los trabajos de construcción y mantenimiento de la empresa. La nueva situación económica familiar requirió mudarse a Chicago.
TRABAJO ESCRITO PARA EDITORIAL ARSAM EN 2011. © TODOS LOS DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS.ADQUIERE LA VERSIÓN COMPLETA E ILUSTRADA DE ESTA OBRA.
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