LA CLASE DE CIENCIAS.
Mi nombre es Mario, Mario Campana; y hoy es mi tercer día en el colegio. Me gusta mucho comparar con mis propias manos todo lo que descubro en clases. No hay muchos con la misma costumbre en mi salón. Todos dicen que lo que se estudia sirve solo para eso, para estudiarlo. Cuando les insisto, se irritan mucho, creo que demasiado. “¡¡¡NO ES POSIBLE,MARIO, TÚ SÓLO QUIERES DIVERTIRTE, Y APRENDER COSAS NO ES UN JUEGO!!!”, me dicen. Y yo, como es natural, les respondo con energía, ¡¡¡SÍ SE PUEDE, LO QUE PASA ES QUE TIENES QUE USAR UN POCO LA IMAGINACIÓN!!!
¿Que cómo es mi colegio? Es como todos, muy grande cuando lo ves el primer día de clases, inmenso como una iglesia antigua o un museo, y a veces, no exagero, me da un poco de miedo; sobre todo porque además de grande se ve muy vacío. No están allí la cama, ni la caja de golosinas. Tampoco está Mamá para que le diga a uno “¡Cómo te has ensuciado la camiseta por Dios!”. Todo parece tan frío y solitario. Pero después, algo después, te das cuenta de que el colegio no es tan grande como lo pensabas el primer día. Lo he comparado con otras cosas y no es tan grande. En mi casa, por ejemplo, somos cinco, si también cuento a mi gato “Yes”, y cada uno tiene su habitación. En cambio, en el colegio, a pesar de ser un edificio bastante grande (podrían construirse veinte casas como la mía), somos muchos. Tantos somos, que si nos repartiéramos el espacio del salón de clases por cuadrados entre todos los niños, nos quedaríamos con un pedacito tan corto, que en dos pasos seguidos, alguien ya estaría fuera de su “territorio” e invadiría el del compañero vecino.
Ya lo dije, somos muchos en mi clase, exactamente dieciséis; diecisiete si cuento a miss Camila, nuestra tutora y profesora de Ciencias. Me hablo con todos, aunque con algunos más. La verdad es que no soy tan popular, como mis padres decían que lo sería; pero tampoco paso inadvertido por ser el alumno nuevo del salón, tal como lo creí el primer día. Se me había ocurrido que era invisible a todo y que ni siquiera miss Camila me tomaba en cuenta, pero no, todo era falso. Lo que ocurre es que en mi casa las cosas funcionan de forma bastante distinta. Por ejemplo, Mamá está al tanto de todo lo que hacemos mi hermana Denisse y yo. Pero, cuando uno entra en el colegio, se tiene que aprender que ya no somos el centro de las cosas que pasan alrededor, y que al igual que uno, hay muchos niños que piden atención y que están igualmente nerviosos.
Miss Camila es un ángel. Reparte su atención a los dieciséis que somos, sin descuidar a uno ni hacer muy vanidoso al otro. Ha hecho de nosotros una familia, por lo menos en el tiempo en que estamos en el aula. Me trata a mí de la misma manera en que trata a quienes conoce desde el año pasado, y sólo le bastó un día para aprenderse mi nombre y me apellido de corrido. Tanta ha sido mi comodidad en clase, que a los tres días ya me sentía como en casa. Claro que con carpetas, en lugar de las sillas de mi sala; una pizarra en lugar de mi armario; y plumones, libros y computadoras, en lugar de mis pelotas, stickers y muñecos de goma.
De los quince compañeros que tengo, me hablo muy seguido con siete; no recuerdo bien sus apellidos pero sí sus nombres. Para diferenciarlos a unos de otros, les he puesto algo así como un nombre distintivo, además de su nombre real. Estos nombres distintivos jamás los uso para llamarlos, pues no suenan bien; pero los tengo en mi imaginación, muy claros. Éstos son los nombres de mis compañeros y sus respectivos distintivos: Julieta Poeta, Hans Matemático, Bruno Artista, Rosa Memoriosa, Dora Miradora, Juan Solitario y Maricrís Feliz.
El primer día de clases, miss Camila, nuestra tutora y profesora de Ciencias, decidió tomarnos un examen. Yo esperaba todo tipo de preguntas siempre comunes en los exámenes de Ciencias, como de qué está hecha el agua, cuáles son los planetas que junto con la Tierra giran alrededor del Sol, quién descubrió la luz eléctrica o cosas parecidas. Pero miss Camila no preguntó nada de eso. Es más, cuando todo el mundo se disponía a sacar una hoja grande y ponerla sobre sus carpetas, nuestra simpática maestra nos dijo, que las guardemos, que el examen sería oral.
—No, esta vez guarden todo en sus mochilas —señaló miss Camila—, solo haré una pregunta para toda la clase. La pregunta, será igual para todos. Mucho ojo con esto niños. No se trata de una pregunta que encontrarán en sus libros o cuadernos, sino más bien en sus cabecitas. ¡Usen su imaginación!
Luego, Miss Camila tomó un plumón y continuó:
—¡Ésta es la pregunta, anótenla! —indicó la profesora y luego anotó en la pizarra lo siguiente, mientras seguía hablando:
“¿DE QUÉ LES INTERESARÍA QUE SE HABLE EN LA PRÓXIMA CLASE?” —escribió con letras muy grandes.
Y miss Camila dijo después de haber escrito en la pizarra:
—No olviden que es una pregunta que no importa si la responden con ayuda de sus compañeros. Consúltense entre ustedes —dijo ella—… ¡Tengo una idea; dividiremos la clase en dos grupos, para que se sientan mucho más cómodos!
Ella acomodó nuestras carpetas y nos ordenó en grupos de ocho niños. El grupo que me tocó a mí, parecía uno en que todos se conocían desde hacía una eternidad de tiempo. Conversaban y hablaban entre sí. Hubo una bulla inicial que fue silenciada, de pronto, por una niña gorda, de media cola y de ojos achinados. Era la que más opinaba en el grupo. Después supe que su nombre era Julieta.
—¡Que comience Rosa! —dijo entusiastamente Julieta—. Ella sabe lo que aprendió el año pasado, al revés y al derecho.
Julieta era impresionante para decir las cosas. Convencía a todos de que sus palabras eran las perfectas. Su fuerte era escribir poemas; por eso la llamé para mí mismo “Julieta Poeta”. Pero Julieta tenía un duro rival en el grupo, y en toda la clase. Era un niño alto y delgado como un poste de luz y dominaba las Matemáticas de una forma asombrosa. Él no creía ni media palabra de lo que decía Julieta. Su nombre era Hans. Yo le puse “Hans Matemático”.
Cuando Rosa oyó el llamado de Julieta, levantó la mano y se puso de pie de inmediato. Rosa era una chica muy tímida, pero ella sola conocía más cosas que todo el grupo de compañeros juntos. Parecía una persona muy adulta, a pesar de su cara de niña de ocho años y de su voz chillona. Yo le puse “Rosa Memoriosa”, porque al oírla nos daba tanta información que parecía un buscador de Internet. Cuando se puso de pie, Rosa se tomó la frente y enumeró una gran lista de temas que podríamos tocar en la próxima clase, un total de 48, tan distintos todos, que iban desde los usos de la letra “B” hasta cómo se hacen collares con algunas semillas de plantas de la Selva.
—Yo sigo, Rosita —insistió la propia Julieta Poeta, después de presentar a su informada amiga—. Son interesantes los temas que has propuesto, amiguita, pero no son tan importantes como el que yo les voy a mencionar ahora, amigos. Yo creo que debemos hablar de las palabras,… y no solamente hablar, sino también jugar con ellas. Podemos hacer adivinanzas, cuentos, poemas,… ¡Yo puedo inventar un poema de mi propia cabeza!
Hans Matemático se tomó la cara y se puso muy rojo de cólera. Estaba rabioso, pero se tuvo que calmar, porque miss Camila había dicho que teníamos que oír la opinión de todos, sean como fueren.
El poema que se inventó Julieta, y que lo dijo ante nosotros en voz muy alta, decía más o menos así.
Me gustan todos los temas
y escribo de todas las cosas,
de las feas y las hermosas;
con todas yo hago poemas.
Si acaso, un día te apenas,
nunca olvides, amiguito.
dejar un cuaderno escrito
con versos y leerlos luego
…Y como si fuera un juego,
tus penas se van al ratito.
—¡Eso cualquiera lo hace, Julieta! —dijo Hans—. Eso es más fácil que contar del 1 al 10. Mejor que se hable en clase de los números. Miren, yo tengo un buen ejercicio para practicarlo en clase. Esto sí que sirve de verdad y es mucho más corto: Piensen en un número, después súmenle 5, multipliquen el resultado por 2, a lo que quedó réstenle 4, a lo que resulta divídanlo entre 2 y luego réstenle al resultado el número que pensaron.¡Verán que el resultado es…!
—¡Es un poema sobre los números, Hans, y lo voy a decir ahora! —interrumpió Julieta y comenzó a recitar otra vez.
¡Los números son como flores
que hay en un mismo jardín;
porque desde el principio al fin,
nunca cambian de colores!
—¡Ya déjame continuar, Julieta! —la interrumpió Hans en medio de su recitación—. Ya me tienes cansado con tus poemas tontos. ¡Ah! Por si a alguien le interesa, la respuesta era 3. ¿Qué les pareció? ¿Acaso no es el número que estaban pensando?
Pero otra niña interrumpió. Ella era muy alta, la más alta entre todos. Nunca se enojaba y era la encargada de calmar los ánimos entres Julieta y Hans, cuando éstos discutían. Se llamaba Maricrís, y desde que me convencí de que la sonrisa era bastante común en su cara, la llame para mí mismo “Maricrís Feliz”.
—No son tan importantes los números como crees, Hans —dijo ella—. Más importante es estar bien. ¿De qué le sirve a alguien sumar o multiplicar, si siempre anda triste o amargado? Yo creo que debemos hacer una clase sobre los pasos que hay que seguir para vivir una vida muy feliz.
—No, no es lo adecuado, Maricrís —dijo un niño de cabello bastante rizado y castaño, que se llamaba Bruno—, si alguien está triste o amargado, pues que se vaya al psicólogo o a un circo a ver a los payasos. La profesora debería darnos un papel, un lápiz, unas témperas ¡y listo! Nuestra clase sería dejarnos hacer lo que queramos en la hoja de papel.
Bruno era un niño bastante listo, pero a veces no entendía que no todo era dibujos en cartulina, clases de música, actuaciones teatrales o cosas de ese tipo. Además era siempre áspero con Maricrís, sobre todo cuando la veía sonreír casi por cualquier cosa. Sin embargo, cuando Bruno tomaba un lápiz era genial. La directora del colegio lo adoraba, y miss Camila tenía entre sus fólderes un increíble retrato de ella hecho por el propio Bruno el año pasado. Algunos pensaban que se quitaba la edad, pero no. Bruno tenía ocho años como todos nosotros. Yo lo llamé “El artista”.
Nadie más quiso opinar. Julieta pidió que hable Juan, el niño más solitario de la clase. Él se ponía rojísimo cuando alguien decía su nombre, y se sentía bastante incómodo de estar con todo el grupo. Le había rogado a miss Camila hacer el trabajo él por su propia cuenta; pero nuestra profesora de Ciencias le dijo que no y lo sentó entre Julieta y Maricrís. Todos en clase lo querían; pero Juan siempre se escurría de los demás. Yo lo llamaba, para mí mismo, “Juan Solitario”; porque todo lo quería hacer solo. Para Juan, el solo hecho de estar en el colegio, era bastante duro.
—¡Habla ya, Juan! —apuró Julieta—. Propón un tema para la próxima clase.
—¡No lo obligues, Julieta! ¡No lo obligues! —reclamó Hans—, en todo caso mejor que hable Dora, que hace rato está levantando la mano.
—¡Qué hable Dora! —dijeron casi todos a la vez, menos Juan y tampoco yo, pues hasta ese momento nadie me había preguntado nada.
Dora, una niña de mirada atenta como la de un investigador, habló, y tuvo una idea bastante sencilla; pero muy original; que hablemos de algo que hayamos visto u oído ese mismo día y que nos hubiera llamado la atención. Luego, dijo que quien debía escoger el tema era yo, porque hasta ese momento, no había dicho una sola palabra. Al ver el dedo de Dora que me señalaba, me temblaron las piernas.
—Sí, que hable el nuevo —dijo Maricrís.
—¡El nuevo! ¡El nuevo! —repitieron todos, incluso Juan Solitario.
Me levanté de mi asiento, bastante nervioso, y no supe qué decir. Les pedí a todos que me dieran unos segundos para pensarlo. Recordé lo que había visto durante la mañana. Al levantarme, lo primero que había tenido enfrente era mi armario, unos simpáticos muñecos de Toy Story y una casaca térmica que usaba por las noches; luego, en la movilidad del colegio, vi calcomanías en los vidrios de las ventanas, las mochilas de mis compañeros de colegio, algunos anuncios en las calles, y por último, vi mi carpeta, aquella en la que estaba ahora sentado. Había visto muchas cosas, pero ninguna era tan importante como para que sea el tema de una clase. ¡Estaba perdido, no sabía qué decir!
—¡Habla de una vez, alumno nuevo, que miss Camila ya está mirando su reloj! —dijo Julieta.
—¡Esperen, creo que va a decir algo! —señaló Dora viéndome. Pero no era tan verdad, seguía pensándolo. Lo cierto era que había algo en común en todos los objetos que pasaban por mi mente. ¡Sí, el material del que estaban hechos! Ningún objeto era de madera, ni de vidrio o metal. Todo estaba hecho de una sola cosa, ¡de plástico!
—Ehh. ¡Plástico! —dije sin dudar.
—¿Plástico? —preguntó Julieta—, qué clase de tema es ése. ¿Cómo se te ocurre que vamos a hablar de eso? ¡Eso no es algo serio!
—¿Y qué es un tema serio, Julieta? ¿Tus poemas? —me defendió Dora, dirigiendo sus grandes ojos a mi cara. Creo que fue en ese momento que se me ocurrió llamara “Dora Miradora”.
—¡Vamos, Julieta! —le reprochó Hans, siempre contrario a Julieta—, eso del plástico a mí me parece de muy mal gusto. Pero, pensándolo bien, es algo que está en todas partes. Hay más plástico en el mundo que palabras en los poemas, Julieta.
—¡De acuerdo! —aceptó ella resignada—, pero déjenme, al menos, hacerle un poema para la presentación del tema.
Y sin esperar respuesta, recitó.
Corrían, por entonces, los años dos mil,
y había en todos lados un ser llamado plástico;
tan vivos eran sus colores, tan infantil,
ligero y fuerte de cuerpo, tan elástico.
Maricrís explotó en carcajadas, y al escucharlas, rieron todos los demás, menos Juan Solitario. No era de extrañarse, ni un circo completo haría reír un segundo al solitario Juan.
De pronto, miss Camila advirtió que ya se habían agotado las conversaciones en los dos grupos, y llamó nuevamente a clases.
—Muy bien, chicos —dijo—. Veo que todos han participado. Incluso tú, Juan, siempre tímido, pero he visto que has tomado nota de todo y te has mantenido en tu lugar.
El rostro del pequeño Juan se iluminó con el halago inesperado de miss Camila. Había sonreído por fin. Aquel estímulo de nuestra tutora, ayudaría a que en los próximos días, el tímido Juan obtuviera mejoras asombrosas.
El propio Juan, alentado por las palabras de miss Camila, se animó a hablar sobre nuestro trabajo y de todo lo que había oído de los participantes. Primero, hizo mención del ejercicio matemático de Hans, luego, de los poemas de Julieta y de las propuestas de Maricrís, Bruno y Dora; por último, mencionó lo del plástico, tal cual se nos había ocurrido.
—¡Muy bien, Juancito! —lo felicitó miss Camila—, pero ¿cuál es el tema?
—¡El plástico, profesora! —dijo con delgada voz y bastante nervioso—, nosotros hemos decidido que la próxima clase se hable del plástico.
Miss Camila se quedó sorprendida por el tema escogido por el grupo. Se mantuvo en silencio, y se llevó una mano al mentón, acariciándoselo. Yo, que era el autor de aquella disparatada idea, estaba tembloroso. Esperaba que no se mencionara mi nombre.
—¡Me parece genial! —exclamó nuestra profesora—. ¡Mañana mismo haremos la clase!
Por cierto, el otro grupo de niños aplaudió nuestro tema. Ellos presentaron un tema llamado “El cuidado del ambiente”. De modo que miss Camila tuvo la ingeniosa idea de unir los dos temas en uno solo que se llamaría: “Los plásticos y el cuidado del ambiente”.
—¡No se olviden de traer, para la próxima clase objetos hechos de plástico y que ya no les sean de utilidad! —nos recordó a todos. Y en ese instante sonó el timbre del final de clase.
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