martes, 5 de julio de 2011

ADÓNDE VAN LOS JUGUETES PERDIDOS: Episodio 3 (Narración infantil)

Un pequeño juguete de Navidad

Mamá tocó el timbre de la casa, pero pasaron los segundos y nadie abrió la puerta.

-¿Qué habrá pasado con tu papá, Grétell? –exclamó ella muy preocupada-. Quizás hicimos mal en dejarlo solo para preparar la cena ¿Se habrá dormido del cansancio? ¿Habrá tenido que salir a alguna parte?



-Mamita –respondió Grétell señalando la ventana de la casa –mira esa sombra, es papá y ha escuchado el timbre. Pero tú lo conoces… él jamás dejará entrar a alguien antes de que esté lista una de sus sorpresas.

-¿Una de sus sorpresas?

-Sí –contestó una voz desde adentro y se abrió la puerta. Era el padre de Grétell.

La casa parecía un salón de banquetes de un rey muy antiguo y poderoso: la vajilla estaba colocada elegantemente sobre la mesa, y un olor irresistiblemente delicioso venía desde la cocina. Era la cena. ¿Qué había preparado papá esta vez para Nochebuena?

Pero lo que más llamó la atención de Grétell fueron tres extraños paquetes que estaban puestos debajo del árbol de navidad. Los tres eran de distinto tamaño: el primero era casi tan grande como una caja fuerte de dinero; el segundo tenía un tamaño no mayor al de una caja de zapatos y el tercero era tan pequeño como una cajita de perfume. Su papá los había puesto allí para los tres, y por eso no había deseado que lo dejaran solo. Pero ¿por qué los regalos eran tan distintos en tamaño? ¿Acaso papá prefería a alguien más que a otro?

Grétell quiso averiguar ese misterio, pero aún faltaban algunos pocos minutos para las doce. Aquel espacio de tiempo entre la llegada a casa y la medianoche fue un alboroto: los perros de los vecinos ladraban; se escuchaban voces de niños en la calle; mamá se miraba con mucha paciencia en el espejo de su cuarto con el fin de recibir la Navidad lo más linda posible; papá se había vestido con unas ropas muy ligeras y a la vez elegantes; pero conservaba aún sus guantes de cocinero, porque tenía que llevar a la mesa la cena, a la cual él llamaba “su obra de arte”.

Llegaron a la mesa una bandeja con trozos de gallina asada y adornada con rollitos de canela y pecanas; una cacerola llena de una ensalada de vegetales que se mezclaba armoniosamente con una salsa blanca hecha de leche.

De repente se escucho desde afuera una voz de profunda alegría; venía de la casa de enfrente.

—¡Mamá, mamita…, llegaste…, adónde fuiste!

Era Jimmy. Su mamá había llegado justo segundos antes de la medianoche. La numerosa familia de Jimmy respiró tranquila.

Las manecillas del reloj se juntaron y dieron las doce. Todos se abrazaron, y Grétell explotó en una incontenible alegría.

—¡Es navidad Es navidad, mami Navidad! ¡Hay que desempaquetar los regalos ahora mismo!

Pero su papá opinó diferente:

—No, aún no, Grétell; todavía no… Hay que saludar y agradecer al Niño Jesús porque esta bella fiesta es suya. Luego comeremos esta cena que él nos ha convidado y que yo me he encargado de cocinar. Cuando acabemos, te prometo, Grétell, que los tres veremos lo que hay en los paquetes.

Su papá dijo todo esto con tanta ternura que Grétell un poco avergonzada se fue hacia la mesa a agradecer la Nochebuena al Niño Jesús y decirle, con los ojos cerrados, lo contentos que los hacía su nacimiento.

Y todos se sentaron a cenar. La gallina asada con rollos de canela y salsa blanca fue algo que jamás su padre había preparado para restaurante alguno, pero como todos halagaron lo delicioso que era probarla, esa misma noche se decidió a llevar esa receta a los lugares de cocina más caros de la ciudad.

Media hora después todos estaban satisfechos. Cada uno (como acostumbraban todos los días) lavó y secó sus platos y cubiertos, mientras que las sonrisas de los tres se mezclaban al ver los tres tamaños desiguales de las cajas

No había tiempo que esperar. Grétell se arrojó sobre los paquetes, pero apenas pudo tocarlos. Papá tuvo un plan diferente: los puso en una mesita que estaba en medio de la sala y los ordenó uno al costado del otro.

—Y ahora qué hacemos, Papá; estos paquetes no tienen nombre… Ah, es fácil, tú mismo nos lo dirás, ¿verdad?

—No Grétell –dijo él.

—No Grétell –dijo su padre—. La sorpresa es que ningún regalo tiene dueño. Tú, hija, serás, la primera que elija el suyo. Pero debes elegir bien, porque, pudiera ser que no sea el que esperas.

Grétell se sintió muy nerviosa; tenía que escoger un regalo apropiado para ella. Pensó y lo primero que se le vino a la cabeza fue tomar el más grande; pero después se acordó de las palabras de mamá cuando dijo que no importaban los regalos grandes, sino los que nunca se olvidan. Estuvo, entonces a punto de coger el paquete mediano, pero le dio mucha pena que su mamá, la que le había dado este consejo, tuviera que escoger el más pequeño. Luego de tantas dudas, Grétel eligió la caja más chica.

Su mamá sería la segunda en elegir; ella no tardó tanto como Grétell y tomó el paquete mediano. Su esposo, muy satisfecho, cogió el paquete grande y lo llevó a sus brazos.

Llegó el momento de abrirlos; Grétell y su madre quisieron que sea papá el primero en desempaquetar su regalo. Lo hizo con rapidez. Era una bonita pero sencilla camiseta de su equipo de fútbol preferido. Grétell se quedó asombrada. Si hubiera elegido esa gran caja, seguro que lo hubiera lamentado, pues la camiseta le quedaba grande y además no le gustaba el fútbol. Su mamá abrió su paquete; destapó una caja que tenía un fino juego de cosméticos, ella tomó su regalo y estuvo muy contenta con él; pero más contenta aún estuvo Grétell, quien no habría sabido qué hacer con un juego de cosméticos, pues el maquillaje era para las señoras y ella no lo era.

Pero aún faltaba abrir su propio regalo. ¿Qué sería? No podía ser algo para hombre, porque la camiseta lo era; tampoco algo para una señora, ya que el mejor regalo para una mujer grande eran esos cosméticos. “¡Entonces éste es mi regalo, mi regalo!”, pensó.

Abrió la pequeña caja y dejó al descubierto un teléfono celular, era bastante pequeño pero a la vez muy moderno.

—¡Vaya, es un celular, un Celular! Ese sí que era un buen regalo, es un súper-regalo

El papá de Grétell al verla tan feliz, él también lo fue. Su plan había funcionado a la perfección. Grétell había escogido la caja pequeña, pensando en sus papás, y la recompensa era haber recibido su propio regalo.

—¡Éste sí que es el mejor de los juguetes, papá!, hasta ahora el más bonito juguete que había tenido era mi muñeca Alicia que ya no sirve, porque le falta un brazo. Pero ahora tengo un ¡Celular! ¡Me siento más importante e inteligente con este regalo!

Pero su papá le respondió:

—No, Grétell, ese celular no te hará ni más ni menos importante; es un aparato que sirve para mantenerte comunicada, en este caso para que hables con tus amigos y con nosotros, cuando no estemos tan cerca.

—Pero papá, no cualquier niña de ocho años tiene un celular.

—Tienes razón, Grétell –dijo su papá—. Pero no cualquier niña es tan lista como tú. Además es un celular hecho para niños, nos permitirá a tu mamá y a mí estar comunicados contigo cuando estés lejos. Claro, eso no significa que te apartarás de nosotros. Aprenderás muchas cosas con ese teléfono, pero seguirás siendo la niña linda de ocho años que tu mamá y yo queremos.

—¡Ay Papi, un celular es un celular! –dijo sonriendo Grétell.

Y la niña se fue brincando a su cuarto dándoles antes a sus padres las gracias por el regalo. Tenía su color preferido, el rojo; como lo tenían muchos de sus vestidos e incluso su maletín de colegio. Era un celular pequeño, como para que cupiera en su mano; tenía la forma de la cara de un gato pequeño y muchas huellas de animales alrededor de cada número; éstas se iluminaban al momento de marcar algún teléfono.

Sobre su cama y con el celular en la mano, Grétell se sentía más poderosa. Marcó desde su cuarto todos los teléfonos que recordaba: llamó al teléfono de su sala y desde allí su papá con un “aló, quién llama” confirmó lo maravilloso de su nuevo juguete:

—¡Sí! ¡Sí funciona, papi. Soy yo Grétell y te oigo bien; te quiero mucho! –dijo ella por teléfono y desde su cuarto. Y su padre le contestó con una sonrisa inmensa al oír esa cariñosa frase de su querida Grétell.

Luego se acordó de sus tías y aprovechó para llamarlas y saludarlas por Navidad. Marcó también a casa de su amigo Jimmy, pero al parecer todos habían salido porque nadie contestó. Por último quiso llamar a Papa Noel, el inventor de los regalos de Navidad, pero su número no estaba en la guía telefónica y se sintió un poco triste hasta que el sueño fue cerrando sus ojos y Grétell cayó dormida en su cama con el celular entre sus manos.

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