Harpagón
Remaron hacia el Norte y vieron un objeto rojo y pequeño que flotaba en el mar. Era el celular de Grétell. Ella se entusiasmó y le dijo a Prince que remara más rápido para recogerlo.
—Ahora no lo conseguiremos –advirtió Prince-. Debemos regresar a la orilla a tocar el piano. ¿Ves aquel montón de basura?, viene del arroyo. Las aguas se embravecerán. Debemos regresar; la música tranquilizará el mar.
—¿Estás loco? Tenemos que rescatar ese celular si no mis papás se morirán de la pena… Por favor, Prince. Debemos alcanzarlo antes de que sea más tarde. ¿Qué opinas Jimmy?
—Es cierto –contestó él—, hace horas salimos de nuestras casas; nuestros padres deben de estarnos buscando…
—Niños, les haré caso. Yo estoy acostumbrado a esto, pero les advierto que no les gustará nada, lo que vean en adelante.
—No te preocupes, Prince –dijo Jimmy muy tranquilo y hasta sonriente—… Además yo veo que todo está muy calmado y que… ¡¡¡Ay, qué es eso!!!
La expresión de Jimmy cambió totalmente; ahora sí que estaba asustado.
A Prince le fue imposible controlar el bote y las aguas lo llevaron mar adentro. Perdieron de vista el celular de Grétell y en su lugar oyeron un llanto espantoso; venía de todas partes. La corriente cada vez se hacía más fuerte.
—¡Qué pasa! ¿Quién está llorando, Prince?
—No lo sé; pero éste es el lugar en donde están los objetos que se quedaron sin dueño; la mayoría son juguetes que fueron abandonados por los niños cuando pasaron de moda o cuando envejecieron.
Se escuchó un grito de dolor; era una voz de niña. Avanzó el boté y distinguieron una cabeza de muñeca que había sido picada por los peces. No tenía mucho tiempo de estar allí; quizás la habrían arrojado al tacho de basura ayer mismo. La muñeca no hablaba, pero sí lanzaba horribles quejidos. Cuando el nivel de las aguas bajó, vieron que le faltaba un brazo y que tenía el cabello enmarañado; era Alicia, la vieja muñeca de Grétell. Ella la reconoció y no paró de llorar. Recordó que le había dicho a su mamá que ya no quería más a Alicia, que era una muñeca sin brazo. Le pidió a Prince que reme más fuerte para ir a rescatarla. Pero él le dijo que Alicia ya no le pertenecía a ella sino al mar.
La muñeca, así como su llanto, desaparecieron en la lejanía y la neblina comenzó a bajar. Prince intentaba remar hacia la orilla, pero el bote lo dirigía hacia adentro. Era como si hubiera un gigantesco imán que los llevara derecho hacia algún lugar. Olía a metal y también a gasolina quemada. Jimmy tuvo mucho miedo, aquel olor le hacía recordar una vez que el bus de su colegio casi se incendia.
—Estamos entrando al mar de los juguetes violentos –advirtió Prince.
—¿Juguetes violentos? ¿Cómo es eso? –preguntó Grétell
—Son imitaciones de las cosas que se usan en las grandes guerras de los hombres adultos, pero son hechas para los juegos de los niños.
Y Jimmy vio flotando sobre el mar muchos tanques, barcos de guerra, ametralladoras y pistoleros de juguete que se disparaban solos y hacían un ruido aterrador. Todos chocaban entre sí y algunos terminaban en el fondo del mar, jalados por una extraña fuerza, que ni Grétell ni Jimmy comprendían.
Había un oso de peluche en medio de esos juguetes, no era un objeto violento, y sin embargo también estaba allí. Esto le pareció extraño a Grétell.
—Prince, ¿qué hace ese bonito oso de peluche entre todos esos juguetes que se matan unos a otros?
—Ese oso de peluche lleva pilas eléctricas en su barriga, ¿Acaso no sabes el daño que hacen las pilas con las que funcionan los aparatos? Una sola de ellas puede matar miles de peces. Y aquí hay muchos juguetes que llevan pilas.
—¡Oh cielos! –exclamó Grétell—, ahora entiendo por qué esos juguetes se han puesto tan violentos… Es por las pilas del oso de peluche.
—Sí y allá hay más juguetes con pilas –respondió Prince, muy nervioso.
El robot había estado remando tranquilamente en todo el viaje, pero cuando vio todos estos objetos contaminantes, tuvo miedo. Sabía que todos ellos eran llevados por alguien que él conocía muy bien. Remó con todas sus fuerzas y les pidió a Grétell y a Jimmy que rezaran para que pudieran volver antes de que cayera la noche. Grétell al escucharlo, se asustó.
Los ojos de Jimmy, a pesar de la niebla, distinguieron algo que parecía una montaña. Se lo dijo a Prince.
—Mira eso, Prince, una montaña. ¿Vive alguien allí?
No era ninguna montaña sino un gigante; su nombre era Harpagón. Se había formado hace muchísimo tiempo de todos los desperdicios que se echaban al mar diariamente. Nadie sabía cuándo había nacido, pero sí, que cada vez crecía más, como crecía la basura que hay en los mares del mundo.
Prince remó con todas sus fuerzas hasta la orilla y dijo con mucha preocupación
—¡Tenemos que salir de aquí, no podemos perder más tiempo!
Harpagón se acercó a ellos. Su aspecto era horripilante y deforme; estaba hecho de lata oxidada, pero también de plástico, vidrios rotos y muchos objetos desechables que la gente usa en sus casas. Olisqueaba las aguas del mar y si distinguía un olor a petróleo, bebía el agua llevándola a sus dos manos.
—¿Qué es eso Prince, qué es? –preguntó Grétell aterrada.
El monstruo no hablaba, pero daba fuertes gemidos demostrando su poder en ese mar nauseabundo. Metió sus manos en el agua; recogió lo que había dentro de ella; lanchas hundidas, envases de bebidas, botellas de licor; y luego se entretuvo con ellos como se entretendría un niño con sus juguetes; pero luego los arrojaba con mucha fuerza, con tanta fuerza que Prince tuvo miedo de que alguno de ellos cayera sobre el bote y los dos niños.
Jimmy, que no podía siquiera hablar, vio que harpagón se llevaba a la boca algo que él conocía bien, demasiado bien; era su bicicleta que la fuerza del mar había desenterrado de la arena y, llevado hasta el fondo de las aguas.
Harpagón la tomó entre sus manos, dándole vuelta a las ruedas. Jimmy se desmayó.
—¿Ustedes conocen ese juguete? –preguntó Prince.
—Sí, es la bicicleta de Jimmy, con ella llegamos hasta aquí… Pero podremos rescatarla ¿verdad?
—Es imposible quitarle una cosa a ese monstruo –contestó Prince—. Si me hubieran dicho que venían con algo yo lo hubiera colocado al lado del piano; allí estaría muy seguro.
Todos los juguetes del mar, así como toda la basura que llegaba hasta allí, empezaron a ser atraídos por Harpagón. Él aprovechaba la marea para alcanzarlos.
—¿Pero por qué ese tipo desea que todos esos desperdicios lleguen a él? ¿Acaso quiere hacerse más grande llenando su cuerpo de basura? –preguntó Grétell, ya no con tanto temor sino con rabia.
—No sólo desea eso. También quiere hacer un reino con los desperdicios que encuentra; dominar las aguas y luego toda la Tierra. Poco a poco lo está consiguiendo, pues mientras más cosas se arrojan al mar, más grande se hace el espacio que domina.
—¡Tengo una idea! –exclamó muy entusiasmada Grétell—. Tú me decías que la música calma las aguas del mar y calma a todo lo que flota allí, ¿verdad?
—Así es, niña. Pero mi piano está en la orilla ¿Qué podemos hacer?
—¡Pues cantemos…,cantemos Prince! –gritó Grétell. Y tanto gritó que Jimmy despertó de su desmayo.
—Eh…, ¿dónde estoy?— dijo él.
—¡Cantemos Jimmy! –contestó Grétell—. Así podremos regresar a casa.
Los niños entonaron canciones muy bellas que habían aprendido de sus padres y del colegio. Prince nunca las había escuchado, pero igual las cantó inventando la letra.
La figura de Harpagón desapareció. Las aguas se calmaron; y por primera vez en muchas horas vieron la orilla. Un Objeto rojo y muy pequeño apareció a sus ojos.
—¡Mi celular, mi celular! –gritó con mucha alegría Gréttel. Esta vez estaba muy cerca del bote, a la alcance de Prince.
El buen robot extendió su brazo al máximo y tomó el tan buscado teléfono de Grétell. La niña no podía creerlo. Fue tan feliz que estaba decidida a contarles a sus padres todo lo que le había pasado. Se lo diría a ellos y después a toda la gente de su ciudad y del mundo, para que no arrojaran desperdicios al mar.
Pero mientras Grétell ya planeaba lo que haría después, un remolino movió las aguas violentamente. Sólo Prince lo noto. Y vio luego una mano enorme que se acercaba a Grétell. ¡Era Harpagón! La pequeña volteó y vio con horror la mano del monstruo, quien se preparaba a cogerla…
Todo se hizo oscuridad. Grétell oyó la voz de su madre una y otra vez. Abrió los ojos y era ella ¡¡¡TODO HABÍA SIDO UN SUEÑO!!!
—¿Qué te ocurre Grétell? –preguntó su mamá que estaba de pie, al lado de la cama.
—¿Dónde está Harpagón? ¿Dónde está Prince y Jimmy?
—Bueno –respondió su madre-, supongo que Jimmy está en su casa con su familia… Pero ¿quiénes son los otros que mencionaste? ¿Son tus compañeros de colegio?
—No, mami. Tuve un mal sueño.
—Cálmate, hijita. Ya me contarás lo que soñaste. Te esperamos tu papá y yo en la mesa. Vamos a desayunar… ¿Nos acompañas?
—De acuerdo, mami. Voy a asearme y a cambiarme de ropa.
Ya en la mesa Grétell les contó a sus padres todo lo que había vivido en su sueño. Su mamá le comentó con mucha pena, que algunas cosas de su sueño eran ciertas; muchas personas arrojan toda clase de cosas a ese arroyo y que sus aguas desembocan en el mar. Claro, ella nunca había oído hablar de Prince y menos de Harpagón. Pero sabía que cualquier objeto de plástico o de metal contaminaría el mar y mataría la vida que hay en éste.
-Papá, mamá –dijo Grétel-: gracias por el celular que me han regalado; prometo cuidarlo y darle el mejor uso.
—Me alegra oír eso –respondió su padre, con buen humor-. Espero que no termine como tu pobre muñeca Alicia, que acabó sin brazo. ¿Sigues pensando en deshacerte de ella, hijita?
Cuando oyó lo último que dijo su padre, Grétell corrió rápidamente hasta su habitación. Sí, allí estaba su muñeca, a salvo, pero sin el brazo izquierdo. Recordó que su mamá había guardado el brazo en el cajón de hilos de su habitación. Lo abrió y Grétell dio un grito de victoria al encontrarlo. Tomó un poco de pegamento del cajón de herramientas de papá y con él pegó el brazo de la muñeca.
Después de haber pegado el brazo a su muñeca y de haber esperado a que haga efecto el pegamento, Grétell abrazó a Alicia tanto como lo hubiera hecho con una hermana suya. Y se alegró, porque sabía que Alicia ya estaba a salvo; a salvo del mundo de los juguetes perdidos.
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